De vez en cuando lo invitan a algún programa humorístico de la televisión, pero no vive de eso. Prefiere que lo contraten en uno de los exclusivos restaurantes que han comenzado a brotar por toda La Habana. Salario en pesos convertibles, un plato de comida y la libertad de reírse de todo lo que quiera, están garantizados en esos espacios por cuenta propia.
Con el micrófono en la mano y ante un selecto público de gente pudiente, hace aquellos chistes prohibidos frente a las cámaras nacionales, se burla de lo que nunca le permitirían en un estudio del ICRT. Arremete desde el sarcasmo contra las regulaciones migratorias internas y comenta -con sorna- que ha hecho “tres intentos de entrada ilegal a la capital”.
A medida que la noche avanza, los tragos van y vienen y su lengua se hace más afilada, más mordaz. Empiezan los chistes políticos, velados pero a la vez directos, donde a veces su mano hace bajo el mentón la seña de una barba. Luego, lanza un largo monólogo sobre la pobreza de su pueblito oriental, aclarando que su mamá se quiere mudar a la ciudad “para poder recibir más huevos por el racionamiento”.
Parece otro, distinto a aquel que apenas se ríe de su propio físico en la tele nacional. Entre las mesas y con la anuencia de los dueños del local, se burla también del jefe de Policía que en cualquier batey pequeño hace las veces de cacique con todos los poderes. Después deriva en la extensa -y grosera- colección de chistes de sexo, racistas y homofóbicos, sin esconder palabras, con la misma crudeza que se escuchan en las calles.
Los clientes abandonan el lugar preguntándose si realmente será el mismo humorista que han visto en el horario estelar de la TV. Aquel les resulta chistoso, pero este que acaban de descubrir bajo el amparo de un paladar, es irresistiblemente cómico, visiblemente libre. Para cuando vuelvan a verlo en algún programa de Cubavisión o Telerebelde, notarán que de su amplio repertorio solo queda la parte menos incómoda, una parcela cuidadosa y censurada de su risa.
*Yoani Sánchez es Licenciada en Filología. Reside en La Habana, Cuba, es una de las blogueras más destacadas en el mundo de habla hispana. Entre otras distinciones, por su trabajo en el blog Generación Y, ha recibido los premios Ortega y Gasset (2008), 25 Mejores Blogs Time-CNN (2009), María Moors Cabot (2009) y Príncipe Claus (2010), éste último, por haber sido seleccionada entre los 60 heroes de la libertad de expresión por el Instituto Internacional de Prensa (IPI), con sede en Viena, Austria.
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