Juan Ramón Rallo
El progresivo descontento hacia nuestro actual sistema monetario está llevando a muchos a plantearse nuevos sistemas de intercambio que escapen al inflacionismo y a la manipulación de los gobiernos. No es que la humanidad no hubiese conocido nunca nada así; al cabo, el patrón oro decimonónico desempeñaba de manera casi óptima este papel. Sin embargo, la extendida superchería keynesiana de que el oro es una "bárbara reliquia", unida a las posibilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías, está llevando a muchos de ellos, no a demandar un retorno al patrón oro, sino a la promoción privada del llamado dinero electrónico.
¿Qué es esto del dinero electrónico? Básicamente, una empresa genera una serie de unidades monetarias virtuales, bajo una serie de condiciones que garanticen la estabilidad de su valor, por las que se espera que los individuos comiencen a pujar intercambiándolas por sus propiedades. Por ejemplo, si hay 100.000 unidades de dinero electrónico, una persona podría ofrecer su casa a cambio de 10.000 de ellas siempre y cuando otras estén vendiendo su coche por 1.000 o 500. Se trata, en definitiva, de "traducir" el valor de nuestras propiedades en términos del nuevo dinero electrónico para que podamos proceder a comparar e intercambiar nuestras propiedades de un modo similar a cómo lo hacemos hoy con el dinero fiduciario. En el fondo no es más que un masivo trueque de propiedades reducidas al común denominador del dinero electrónico.
Las ventajas de este último como medio de pago frente el dinero fiduciario, o incluso frente al oro, son bastante evidentes: sus costes de transporte y almacenamiento son mínimos; con el diseño adecuado, permite ligar cada unidad monetaria a su propietario, dificultando enormemente el robo; a medida que aumenta su base de usuarios es una divisa que podría emplearse globalmente; el rastreo de sus operaciones, incluso a escala internacional, puede ocultarse a los gobiernos con las consiguientes ventajas fiscales; su cantidad es gestionada por una empresa y no tiene por qué someterse a la manipulación inflacionista de los bancos centrales...
Con todo, en esas evidentes ventajas como medio de pago también se encuentran sus desventajas: las nacionalizaciones o expropiaciones podrían llegar a ser mucho más sencillas; es susceptible de ataques informáticos (al igual que el dinero fiduciario es, en principio, susceptible a falsificaciones) o de fallos más generales en la red; su monopolización otorgaría un poder desproporcionado a los gobiernos...
En general, creo que el dinero electrónico posee su nicho de mercado dentro de las heterogéneos medios de pago que ya empleamos en nuestras transacciones diarias (euros, dólares, libras, yenes, cheques, letras de cambio...) y que a buen seguro acrecerán en el futuro. Sin embargo, mal haríamos en convertirnos en unos geeks fascinados por el revolucionario papel que el emoney jugará en el sistema monetario del futuro. A la postre, no olvidemos que los agentes económicos buscamos que el dinero desempeñe dos papeles: medio de cambio y depósito de valor, y éste último sólo puede ser ejecutado de un modo muy deficiente por el dinero electrónico.
Parémonos un momento a pensar. ¿Cuál es el valor que hay detrás del dinero electrónico? ¿Por qué la gente lo acepta en sus transacciones? En el caso del oro, o incluso del dinero fiduciario, es relativamente fácil: el oro ya poseía un elevado valor antes de actuar como dinero (metal precioso) y el dinero fiduciario puede emplearse para pagar impuestos, evitando así la expropiación de una parte de nuestras propiedades. Pero, ¿sucede lo mismo con un dinero electrónico que apenas está constituido por unos bits de información autorreferencial?
No, en realidad lo que da valor al dinero electrónico es la expectativa de que otra persona nos lo aceptará para adquirir alguna de sus propiedades. Dicho de otro modo, el valor del dinero fiduciario depende del tamaño actual y futuro de su red de usuarios: cuanta más gente acepte ese dinero electrónico, más robustez tendrá su valor; y, por el contrario, si muy pocos lo aceptan –y por tanto no nos sirve para adquirir casi ninguno de los productos que deseamos– tenderemos a deshacernos de él aun con grandes descuentos. No estamos hablando de otra Visa o American Express, pues estas compañías sólo facilitan los pagos pero no crean los medios de pago y, por tanto, el tamaño de su red de usuarios no influye sobre el valor del dinero que canalizan (euros o dólares).
¿Y de qué depende el tamaño de la red del emoney? De muchas variables: la calidad del servicio (bajos costes, facilidades de pago...), la fiabilidad del emisor (que no sea un pirata que pretenda devaluar la moneda a las primeras de cambio), la difusión publicitaria, la ausencia de competidores que ofrezcan una mejor divisa... No obstante, al final, el éxito o el fracaso puede convertirse en una profecía autocumplida: si muchos usuarios en pelotón comienzan a usarlo o dejan de hacerlo, su valor fluctuará en consecuencia.
Dicho de otro modo, el valor futuro del dinero electrónico es altamente incierto y, por consiguiente, no es el instrumento más recomendable para que atesoremos valor durante dilatados períodos de tiempo. Dado que carece de un ancla con la realidad (tanto el dinero fiduciario como sobre todo el oro tienen sus funciones, y su valor, al margen de que sean más o menos aceptados), las fluctuaciones de precios y usuarios podrían ser bastante bruscas.
Por mucho que nos entusiasme llegar a una nueva era tecnológica donde, al igual que el correo postal ha sido sustituido por el email, el dinero metálico sea reemplazado por el electrónico, hay que ser prudentes. En la medida que los agentes económicos intercambiamos nuestras valiosísimas propiedades por dinero, sería conveniente que ese dinero no fuera una patata caliente (virtual o no) que vayamos pasándonos de mano en mano; más que nada, para no ser los últimos en abrasarnos. El riesgo de quemaduras puede ser mínimo si confiamos en desprendernos de esa patata a muy corto plazo (si pretendemos comprar unos bienes nada más acabamos de vender otros), pero va incrementándose según queramos diferir el momento de enajenarlo.
De hecho, combinar el oro y el dinero electrónico no es ni mucho menos imposible. Nada impide que el valor de este último se ligue a ciertas cantidades de oro (o a una cesta de divisas) con tal de estabilizarlo. Casi todas las ventajas del emoney subsistirían, al tiempo que se eliminarían prácticamente todos sus inconvenientes: pero, en tal caso, el dinero seguiría siendo el oro, y los medios electrónicos sólo se utilizarían para vestir y agilizar sus pagos.
Entiendo que para muchos partidarios del dinero electrónico el oro sea un arcaísmo impropio de los tiempos modernos, pero también lo es el abecedario y no se nos ocurriría prescindir de él en los emails. Mientras no se entienda esto, el emoney estará cojo y no podrá desplegar todo su potencial. Puede que tenga futuro, sí, pero un futuro bastante menos esplendoroso que si sus creadores no se empeñaran en reinventar desde cero la rueda monetaria.
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