No hay nada más humano que los disparates y el mejor ejemplo actual de uno de ellos es el drama que vive Europa, según el filósofo John Gray, quien escribió este artículo para la BBC.
El ministro de Finanzas de Grecia declaró que su gobierno hará un "esfuerzo sobrehumano" por cumplir con las condiciones del reciente rescate económico.
La declaración suena algo inquietante, y no puedo avitar recordar una de las más antiguas leyendas griegas.
Hay varias versiones del mito del Caballo de Troya, pero la esencia de la historia es clara: el desatino de los líderes de Troya de permitir que un enorme caballo de madera entrara en la ciudad, a pesar de que todo indicaba que era una estratagema concebida por sus enemigos.
Aparentando ser un trofeo que representaba el final de una guerra en la que Troya había estado sitiada por una década, los griegos dejaron al caballo a sus puertas.
Por encima de todo, los dirigentes troyanos querían creer que los diez años de asedio habían llegado a su fin. Por eso, desestimaron las advertencias y metieron el caballo en la ciudad. Los soldados escondidos en su interior salieron de noche y le abrieron las puertas a las fuerzas griegas.
Como sabemos, Troya quedó en ruinas.
Locura clásica
En su libro "La Marcha de la Locura", la historiadora estadounidense Barbara Tuchman citó la historia del Caballo de Troya como una muestra de que la humanidad, encarnada en los troyanos, "es adicta a seguir políticas contrarias a sus propios intereses". Para Tuchman, la caída de Troya es sólo el primero de los muchos actos de locura de la historia.
Describiendo la clásica locura o disparate en el sentido de insensata persistencia en una conducta claramente contraproducente, dice que una política puede ser identificada como una sinrazón si tiene tres características:
- Tiene que ser percibida como contraproducente en el momento en el que se adopta, no sólo en retrospectiva;
- Tiene que haber habido una alternativa viable disponible;
- La política debe ser de un grupo y extenderse por un período de tiempo; no es el acto de un solo dirigente.
La guerra de Estados Unidos contra Vietnam, argumenta, se ajusta a esta definición de insensatez a la perfección.
La historia del Caballo de Troya no cumple con la tercera de esas reglas pero ilustra el elemento esencial de ceguera deliberada ante las consecuencias autodestructivas de las decisiones que se toman.
Darse contra la pared
Un disparate no es un error, ni siquiera un error de tipo extremo. Equivocarse implica la posibilidad de aprender de los errores, mientras que la insensatez lleva a seguir políticas a sabiendas de que son perjudiciales.
La invasión de Irak demuestra que se pueden librar guerras cuyos objetivos nunca fueron ni remotamente realizables. Sea que se declaró la guerra para promover la democracia o para salvar al mundo del terrorismo; o para asegurar bienes materiales como el acceso al petróleo y materias primas, pienso que en el mejor de los casos era dudoso que esos propósitos se pudieran lograr por la vía militar.
Persistir en esas guerras cuando sus efectos adversos son innegables sólo puede ser descrito como un disparate.
No hay duda de que se pueden encontrar muchos ejemplos, pero probablemente no hay nada en este momento que ejemplifique el concepto del disparate tan claramente como el drama que se está desarrollando en Europa.
La "talla única" no le queda a nadie
Una moneda europea única del tipo que existe en el momento nunca iba a funcionar. Cuando se planteó hipotéticamente por primera vez, los economistas señalaron que una política monetaria "de talla única" sería contraproducente. Fijar una tasa de interés igual para países con economías tan diferentes sobreestimularía a unas, mientras que otras se estancarían.
Una unión monetaria podría funcionar si estuviera combinada con una unión en las políticas monetarias, un mecanismo para redistribuir los impuestos y los gastos que armonizara las diferencias en las economías. Los burócratas europeos están de acuerdo con los economistas: una unión más profunda es la única solución para los problemas del euro.
Pero esa solución está basada en la falta de comprensión de la naturaleza del problema que enfrenta Europa, que no es económico sino que tiene que ver con la legitimidad política.
Las economías de la eurozona pueden comerciar productivamente, como lo hacían antes de que el euro fuera inventado. Pero no pueden lograr una armonía que los lleve al punto de ser una sola economía.
Lo que los entusiastas del proyecto europeo quieren es un gobierno europeo, algo como unos Estados Unidos de Europa. Pero eso nunca ha sido más que una fantasía.
No sólo los Estados que ya existen en Europa tienen diferentes historias, culturas y sistemas políticos, sino que también tienen diferentes niveles de desarrollo económico, y si alguna vez se estableciera una una unión fiscal, tendría que ser permanente. Pero eso requiere de un tipo de solidaridad en la eurozona que no puede ser creada por decreto desde Bruselas.
En Estados Unidos ha habido una unión fiscal al menos desde la época de Roosevelt, que funciona porque EE.UU. es una nación moderna, algo en lo que se convirtió tras una devastadora guerra civil. No hay manera de que los líderes nacionales puedan cederle el poder a una burocracia transnacional para poder hacer algo similar en Europa.
Los que tratan de hacerlo, rápidamente se tornan ilegítimos. Eso es lo que seguramente le pasaría a la canciller alemana Angela Merkel si aceptara un sistema de transferencias económicas permanentes a los países de la periferia sur, y algo parecido está ocurriendo ya con Grecia, que está haciendo las veces de receptor en esa transferencia.
Desesperanza sin fin vs dolor finito
Ningún pueblo que viva en algo que se parezca a una democracia se aguantaría el colapso de sus niveles de vida en nombre de beneficios hipotéticos que recibiría en algún momento del futuro remoto.
Pacientes que no son atendidos porque no pueden pagar en los hospitales que solían atenderlos sin cobrarles, graduados sin posibilidades de ningún tipo de empleo y propietarios de pequeños negocios forzados a dormir en la calle cuando sus empresas fracasan no van a aceptar un período indefinido de pobreza y desesperanza.
Con la contracción inexorable de la economía, el consenso político de austeridad se desmoronará. Tarde o temprano surgirán líderes que aceptarán que Grecia tendrá que abandonar el euro, aunque que el proceso sea extremamente traumático.
Estoy seguro de que una vez Grecia se salga de la trampa, otros países le seguirán. Mejor un período finito de reajuste agonizante bajo una gobierno propio que una falta de esperanza sin fin bajo un gobierno controlado por una burocracia europea distante.
Pasar a un gobierno europeo único no es sólo difícil, como aceptan los que abogan por el proyecto. Es imposible. El proyecto es manifiestamente contraproducente. Persistir con la idea no sólo inflamará el nacionalismo, tanto en los países que están siendo rescatados al costo de una austeridad humillante, como en aquellos que tienen que cargar con el costo del rescate.
Sin embargo, eso no significa que los entusiastas del proyecto lo abandonarán. Todo lo contrario. Todo lo que demuestra -dicen- es que tenemos que redoblar los esfuerzos. Es difícil pensar en un mejor ejemplo de disparate.
Mejor renunciar
Cuando un experimento científico falla, sabemos que tenemos que encontrar una teoría distinta. No decimos: "tememos que intentarlo de nuevo con más ganas. Si hacemos un esfuerzo sobrehumano, el experimento funcionará la próxima vez".
Eso es lo que los líderes europeos están diciendo hoy. En vez de buscar maneras constructivas de posibilitarle a algunos países la salida de la moneda única, están comprometidos con la idea de preservarla de la manera en la que existe. El resultado sólo puede ser un proceso de desintegración en el cual la eurozona que conocemos pasará a la historia.
"Los humanos hacemos lo imposible para darle sentido a nuestras vidas. Nos aferramos a proyectos que le han moldeado a nuestra identidad, incluso a costo de perder todo lo que nos importa"
Es aquí donde volvemos a Tuchman. Políticas contraproducentes del tipo que ella trata no son excepcionales en los asuntos humanos. En la política, la sinrazón es normal. Lo que ella no explica del todo es porqué es así.
Algunas de las razones son obvias. Los políticos terminan identificándose con sus políticas, y es difícil para ellos admitir errores. Sus empleos y carreras están en riesgo, y puede ser más ventajoso el insistir con un proyecto que seguramente fracasará que hacer el esfuerzo de inventarse algo nuevo.
Pero esos cálculos prosaicos son sólo una parte de la historia. Hay algo más profundo que nos afecta a todos.
Volvamos al caballo de madera. Los troyanos querían creer que el asedio a su ciudad había terminado. Tras aguantar por tanto tiempo, no podían soportar la idea de que esos diez años de dificultades habían sido en vano.
Hoy en día, no somos diferentes. Los humanos hacemos lo imposible para darle sentido a nuestras vidas. Nos aferramos a proyectos que le han moldeado a nuestra identidad, incluso a costo de perder todo lo que nos importa.
Confrontados con dificultades inextricables, lo más sensato quizás sea dejar el pasado atrás e improvisar. Pero eso implica olvidar nuestras convicciones, y preferimos arruinarnos a enfrentar los hechos.
Esa es la persistencia perversa que podemos llamar disparate, y no hay nada más humano que eso.
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