Tim Johnson
MCT
Ciudad de Mexico -- Si usted entra en cualquiera de cientos de casas o edificios de esta enorme capital, siente de inmediato que hay algo raro. Los edificios están ladeados.
“Si se pone una pelota en el suelo aquí”, dijo Thierry Olivier, sentado en la planta baja de su edificio de tres pisos, “rueda para allá”.
Según cálculos de Olivier, una esquina de su edificio, que tiene 105 años de construido, está 11 pulgadas más baja que la otra. El edificio está inclinado como un borracho de cantina.
Es un fenómeno común aquí, donde muchos edificios se están hundiendo, ya que cada año los 21 millones de habitantes sedientos de Ciudad México consumen más agua del manto freático que se encuentra debajo de una de las mayores metrópolis del mundo. A medida que el nivel del agua baja en el manto freático, el suelo encima del mismo se hunde.
Pero no lo hace uniformemente. Las capas de arcilla blanda debajo de la ciudad tienen diversos niveles de grosor, y el suelo se hunde más rápido cuando la arcilla se seca, se hace frágil y se deshace. Eso significa que, en algunos lugares de la ciudad, las aceras se pandean, los marcos de las ventanas se inclinan, las líneas del metro necesitan costosas reparaciones y los canales de drenaje ya no fluyen cuesta abajo.
A medida que los edificios se mueven y se asientan, los seres humanos que viven en ellos también se ajustan, acostumbrándose a vivir en un plano ligeramente inclinado.
“Uno se acostumbra a todo”, aseguró Olivier.
Los ingenieros aseguran, no obstante, que los habitantes no sólo enfrentan riesgos estructurales sino además problemas de salud potenciales a medida que las casas y los edificios de apartamentos se inclinan.
“Cuando un edificio se inclina más de un grado, creo que empieza a hacerse extremadamente incómodo”, afirmó Enrique Santoyo Villa, un ingeniero que tiene experiencia en apuntalar y reforzar iglesias, monumentos y otras estructuras que se inclinan.
Para los estándares de Santoyo, cuando un edificio de 100 pies de alto está desequilibrado en un pie de su eje vertical, se hace difícil vivir en él. Uno lo nota acostado en la cama, dijo, o tal vez cuando lava la loza y ve que el agua de la llave fluye en un ángulo raro.
“Las mesas no son estables. Los líquidos se ven extraños cuando están en recipientes grandes… Los cristales de las ventanas se pueden romper. Las puertas no cierran bien”, afirmó Santoyo.
Los antiguos aztecas construyeron la ciudad de Tenochtitlán en una isla en medio de un vasto lago e hicieron de ella la capital de su poderoso imperio. Cuando Hernán Cortes y los demás conquistadores llegaron en 1519 y conquistaron a los aztecas, los españoles construyeron Ciudad de México encima de las ruinas aztecas, y luego drenaron gran parte del lago para controlar las inundaciones.
Muchas iglesias coloniales y otros edificios de piedra en el centro de la Ciudad de México han sobrevivido frecuentes desastres naturales pero sucumben a la arcilla blanda que tienen debajo, inclinándose o hundiéndose en el suelo.
Expertos consideran que partes del área metropolitana se han hundido hasta 27 pies desde fines del siglo XIX, un promedio de 2.5 pulgadas al año.
Algunos de los edificios de piedra más pesados, tales como el opulento Palacio de Bellas Artes, se han hundido 13 pies en un siglo. La planta baja original es ahora un sótano.
La inclinación de otros edificios es apreciable a simple vista. Algunos se inclinan en bloque, mientras que otros, como es el caso del Palacio Nacional de México, en la plaza del Zócalo, ondulan.
La catedral principal de la ciudad y la Iglesia del Sagrario contigua son un caso especial. La iglesia está construida en parte sobre los restos rígidos de una gigantesca pirámide al dios azteca del Sol, de modo que se hunde menos que la catedral, de mayor tamaño, que se inclina en sentido contrario como si estuviera disgustada.
Tan extrema era la inclinación de la catedral que a Santoyo y otros ingenieros, trabajando con la asesoría de los expertos italianos que estabilizaron la Torre de Pisa, les tomó seis años y alrededor de $33 millones reforzar sus cimientos. El proyecto se completó en el 2002, corrigiendo una inclinación del 2.7 por ciento al 2 por ciento, lo suficiente para estabilizar la estructura.
Ningún edificio de la capital se inclina tan precariamente como la antigua Basílica de Guadalupe, lugar de culto de la santa patrona de México. La construcción de la basílica comenzó en 1531 y duró más de un siglo, pero para la década de 1970 se había inclinado tanto que fue declarada insegura y se construyó una nueva basílica moderna junto a ella.
Los visitantes pueden entrar todavía a la antigua basílica, pero el camino de la puerta principal al altar mayor es una cuesta empinada.
En una tienda de regalos en un edificio aparte, sor Reina, una monja que trabaja en la caja registradora, dijo que los clientes “dicen que se marean cuando entran”.
No hay esperanza de que las cosas mejoren. Aun si un volumen enorme de lluvias cayera sobre el Valle de México, no repondría el manto freático ni repararía el hundimiento que ya ha tenido lugar, afirmó Santoyo.
“Es como una naranja. Cuando se le saca el jugo, es imposible entrárselo de nuevo. Se ha deformado”, explicó.
La ciudad ha condenado unas 50 estructuras desde el 2006 debido a su inclinación, y otras 5,000 viviendas y edificios están inestables y en peligro, dijo Oscar Alejandro Roa, el director de prevención de la Oficina de Protección Civil de la ciudad.
En algunos de los edificios, aseguró, “uno tiene una sensación de vértigo permanente”.
El suelo varía lo suficiente para que un edificio esté vertical y otro se le venga encima, provocando demandas. Roa dijo que los códigos de la ciudad exigen un mínimo de 4 pulgadas de separación entre edificios.
Uno de los peligros de los leves temblores de tierra comunes en Ciudad México, explicó, es que “los edificios tiemblan a diferentes ritmos”. El espacio entre ellos es necesario para que no choquen unos con otros.
Los grandes terremotos son también una amenaza constante. Un terremoto de magnitud 8.1 en 1985 dejó un saldo de unos 10,000 muertos y al menos 800 edificios derrumbados.
Dados los temblores de tierra constantes y el hundimiento del suelo, las firmas de ingeniería y arquitectura de la capital se ganan la vida a base de reforzar edificios.
“Este edificio se estaba inclinando encima del otro”, aseguró Raúl Jiménez, administrador de un edificio, al lado de una edificación de apartamentos de siete pisos en la colonia Condesa. “Ellos excavaron y rellenaron los cimientos con más concreto… Muchos de los edificios de por aquí están jorobados”.
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