La paranoia, la sospecha y el miedo atenazan a muchos dictadores, conduciéndoles a actuar de forma histérica ante la mínima provocación. FP publicó hace una año la lista de Los 23 peores tiranos, he aquí una versión actualizada con las últimas payasadas de algunos de ellos.
OMAR AL BASHIR, de Sudán
Tras 21 años en el poder, Al Bashir está siendo machacado desde todos los frentes. El 30 de enero, inspirado por los sucesos que estaban ocurriendo en Túnez, un movimiento de estudiantes enfadados y licenciados en paro que se hizo llamar Girifna (“estamos hartos” en árabe), comenzó un levantamiento contra el Gobierno de puño de hierro del presidente. Criticaban el cada vez mayor coste de la vida y exigían la dimisión del mandatario. La respuesta del Ejecutivo era previsible: la policía antidisturbios y los agentes de seguridad dispersaron a la multitud, golpearon a los manifestantes con sus porras, dispararon gases lacrimógenos y rodearon las universidades. Se informó de la muerte de un estudiante. Los jóvenes han jurado reagruparse y continuar con las protestas hasta que Al Bashir ejecute el baile tunecino de dos pasos. Pero sus opciones de conseguir un refugio seguro han disminuido enormemente desde que el Tribunal Penal Internacional emitiera una orden de detención contra él en marzo de 2009.
Y entonces, el 2 de julio, Sudán del Sur se escindió del norte, de dominio árabe, llevándose consigo sus pozos petrolíferos e importantes depósitos de crudo. No era sólo una enorme pérdida económica sino además una humillación personal para el presidente, que ahora pasará a la historia como el responsable de la división del país. Sus desgracias distan mucho de haber acabado. Se enfrenta además a un enjambre de grupos rebeldes en la provincia occidental de Darfur, en la región de Kordofán del Sur, así como en el este. En agosto, el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán en Kordofán del Sur y dos facciones del Movimiento de Liberación de Sudán en Darfur unieron fuerzas con el objetivo declarado de derribar al Gobierno del dirigente y establecer un Estado secular en el país. Ha conseguido superar en astucia a sus enemigos con anterioridad, pero incluso para él puede resultar difícil mantener el control cuando el país está, literalmente, derrumbándose a su alrededor.
MAHMOUD AHMADINEYAD, de Irán
En el fragor de la revolución en Egipto, los líderes iraníes realizaron varios intentos descarados y desastrosos de utilizar la revuelta presentándola como un ejemplo de las aspiraciones populares antioccidentales. El líder supremo del país, el ayatolá Alí Jamenei, afirmó que los oprimidos pueblos de Egipto y Túnez anhelaban un Estado islámico que siguiera el modelo iraní y que las protestas en las calles eran “movimientos islámicos de liberación”.
Antes de que Mubarak dimitiera, el presidente Mahmoud Ahmadineyad —quien asumió el cargo para un segundo mandato sólo después de haber logrado aplastar las masivas protestas en las calles que denunciaban su fraudulenta elección—, instó a los manifestantes egipcios a “liberarse” y a elegir a sus propios líderes y su propia forma de gobierno —como si los iraníes realmente pudieran hacer lo mismo—. Llegó a organizar incluso una concentración a favor de Ejecutivo en Teherán en la que se entregaron banderas egipcias a colegialas adolescentes que cantaron las excelencias de Irán, llamándolo “la cuna del amor y las creencias islámicas”. Los Hermanos Musulmanes en El Cairo no se dejaron impresionar por este despliegue, rechazando de plano esta vinculación.
La arrogancia del régimen iraní es absurda, entre otras cosas porque cuando los líderes de la oposición pidieron permiso para celebrar una manifestación en apoyo a las protestas egipcias, éste les fue denegado rotundamente. El 14 de febrero, los activistas se echaron desafiantes a las calles de la capital iraní de todas maneras, y fueron brutalmente reprimidos. El jefe de la oposición Mehdi Karroubi fue puesto bajo arresto domiciliario. Más tarde, después de reprimir ferozmente a los activistas pro democracia de su propio país, Ahmadineyad tuvo la temeridad de condenar el uso de la fuerza contra los indignados libios por parte de Gadafi, calificándolo de “grotesco”.
Aún así, el temerario y megalomaniaco líder iraní se encuentra en una situación apurada —como lo ha estado desde mucho antes de que las revoluciones árabes comenzaran a barrer Oriente Medio—. Su incendiaria retórica sólo es comparable en magnitud a su decrépita capacidad para ofrecer servicios sociales básicos. Irán es un país productor de petróleo, pero no puede suministrar productos del crudo a su pueblo y debe importarlos. Este tipo de incapacidad para atender las necesidades de sus ciudadanos es exactamente lo que hizo estallar la agitación civil en Túnez y Egipto. Pero en el caso de Irán, la víctima podría ser Ahmadineyad, o incluso la propia República Islámica.
YOWERI MUSEVENI, de Uganda
Allá por 1986, cuando dirigía la insurgencia rebelde que pretendía derrocar al hombre fuerte del país, Milton Obote, Yoweri Museveni lleno de entusiasmo declaró: “Ningún jefe de Estado africano debería permanecer en el poder más de 10 años”. Veinticinco años después, todavía está ahí. Con su credibilidad hecha añicos, este mandatario logró la reelección en febrero con un 68% de los votos en unas elecciones robadas. La comisión electoral estaba llena de los mismos hombres que aseguraron la victoria de Museveni en comicios anteriores. En 2005, éste hizo que se abolieran completamente los límites constitucionales sobre los mandatos presidenciales en una farsa de referéndum, lo que se tradujo en que puede seguir presentándose como candidato a la presidencia toda su vida. Existen además sospechas de que está preparando a su hijo, el teniente coronel de 36 años Muhoozi Kainerugaba, para que le suceda.
En junio, el principal líder de la oposición en Uganda, Kiiza Besigye, hizo un llamamiento a sus seguidores para que fueran andando a sus trabajos en protesta por el alto precio del transporte. La manifestación estaba motivada por una cuestión económica, no política. Pero las siempre paranoicas fuerzas de seguridad del Gobierno lo vieron de diferente manera. Tras describirlo como “un acto de terrorismo”, se lanzaron a la acción, golpeando, rociando con gases lacrimógenos y arrastrando a Besigye a la cárcel. Tras su liberación, éste ha jurado continuar con los movimientos y hacer prender una revolución al estilo de la de Túnez.
RAÚL CASTRO, de Cuba
Tras 52 años bajo el gobierno de los hermanos Castro, los cubanos están empezando a revolverse. El 23 de agosto, un grupo de cuatro mujeres ocupó la escalinata del edificio del capitolio en La Habana entonando cánticos de “libertad”. Los matones de los servicios de seguridad de los Castro se emplearon a fondo, arrojando piedras y golpeando con barras de hierro a estas mujeres desarmadas. La multitud que se había congregado en el lugar abucheó, silbó e insultó a los agentes.
Las cosas ya se estaban poniendo calientes para Raúl antes de la primavera árabe. La economía socialista de Cuba está en un momento de estancamiento. El 13 de septiembre de 2010, Cuba anunció que despediría a “al menos” medio millón de trabajadores estatales durante los próximos seis meses y a la vez permitiría la creación de más puestos de trabajo en el sector privado, mientras la economía socialista lucha por recuperarse. El plan formaba parte de la promesa de suprimir cerca de un millón de empleos públicos, un quinto de la mano de obra oficial del país. Cada vez parece más que el plan de Raúl es similar a la perestroika de Mijaíl Gorbachov, pero sin la glasnost.
“Nuestro Estado no puede ni debe continuar manteniendo empresas, entidades productivas y servicios con nóminas infladas y pérdidas que dañan a nuestra economía y resultan contraproducentes, crean malos hábitos y distorsionan la conducta de los trabajadores”, anunció la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), el sindicato oficial del país. El régimen de Castro, que durante décadas ha confiado en su relativamente generoso Estado del bienestar para conservar su autocrático dominio, tendrá ahora que confiar por completo en la capacidad de represión del Gobierno. Y éste es un arreglo muy frágil.
PAUL BIYA, de Camerún
Tras 28 años en el cargo, Paul Biya todavía no se ha hartado. Así que se presentará de nuevo como candidato a la presidencia en noviembre. Pero cuando más se acerca el país a las urnas, más crece la frustración de la opinión pública. Biya llegó al poder en esta nación productora de petróleo en 1982. Pero la mala gestión económica y la desenfrenada corrupción han provocado que la gente continúe en la más absoluta pobreza.
Los activistas planearon iniciar un levantamiento al estilo del egipcio el 23 de febrero. Las inquietas autoridades cameruneses enseguida se pusieron en estado de máxima alerta. Se desplegaron policías antidisturbios y gendarmes paramilitares en todas las grandes ciudades; el ministro de Comunicación, Issa Tchiroma Bakary, advirtió de que los organizadores de las protestas querían “destrozar esta nación”. Los manifestantes no se materializaron en las cantidades que habrían esperado, pero dejaron claro que en Camerún existe un movimiento de oposición que está vivo.
Después de que en 2008 Biya cambiara la Constitución para que le permitiera volver a presentarse como candidato a la presidencia, por todo el país estallaron disturbios que dejaron una gran cantidad de muertos. Y de nuevo podrían fácilmente producirse nuevos episodios de agitación si Biya “gana” las elecciones imponiéndose a los más de 51 candidatos que se presentan contra él —lo que es muy probable—. El Parlamento camerunés, que está al servicio del Gobierno, aprobó un proyecto de ley en marzo de 2010 que da al Ejecutivo la capacidad de supervisar los preparativos de la votación, suplantando al anterior organismo electoral independiente. ¿Podría un sistema bancario suizo más responsable contribuir a domar al dictador? Ya congeló las cuentas de Ben Alí y Mubarak. Ahora Biya puede estar meditando dónde esconder su botín, calculado en 200 millones de dólares (145 millones de euros).
TEODORO OBIANG NGUEMA MBASOGO, de Guinea Ecuatorial
En un irónico (y deprimente) giro de los acontecimientos, este despiadado dictador, que se ha mantenido en el poder durante 31 años, se acaba de convertir en presidente de la Unión Africana (UA), que supuestamente propugna la democracia. Tras las controvertidas elecciones de Costa de Marfil, visitó el país para predicar “diálogo”, “democracia” y una “resolución pacífica” del conflicto entre el entonces presidente Laurent Gbagbo y el aspirante Alassane Ouattara.
Pero su propio pueblo no escucha sus sermones, ya que Obiang controla los medios de comunicación en Guinea Ecuatorial. Y domina casi todo lo demás también. En la elección presidencial de noviembre de 2009, ganó con un 95% de los votos. Plácido Micó Abogo, el principal líder de la oposición, alegó que hubo agentes del Gobierno que votaron en lugar de los ciudadanos y que algunos colegios electorales cerraron antes de tiempo. No se permitió la presencia en el país de observadores electorales internacionales.
Las enormes ganancias de Guinea Ecuatorial derivadas del gas y el petróleo deberían ofrecer a sus 700.000 habitantes unos ingresos teóricos de 37.000 dólares al año. Pero la mayoría vive en la pobreza tras 15 años de abundante producción petrolífera. No hay todavía signos manifiestos de disensión. Pero una cosa está clara: el statu quo es demasiado inestable para mantenerse.
Ante la creciente presión para que emprenda reformas, Obiang va a celebrar un referéndum constitucional en diciembre para reducir el mandato presidencial de siete a cinco años —un ejercicio sin sentido—. Un solo año bajo su dictadura—que dura ya 32— es ya demasiado, y no digamos cinco. Existen además sospechas generalizadas de que también él está preparando a su hijo Teodorín para que sea su sucesor. Mientras tanto, envalentonado por su retórica promoviendo la democracia en los demás lugares de África —como presidente de la UA—, los partidos de la oposición están exigiendo la liberación de todos los prisioneros políticos antes del referéndum y el derecho a celebrar manifestaciones pacíficas.
¿Podrán los tiranos aguantar? Sigan atentos.
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