Carlos Rodríguez Braun
Gracias a mi amigo, el destacado periodista canario Antonio Salazar, accedí a un interesante texto publicado en el Diario de Avisos por don Jaime Rodríguez-Arana, que es catedrático de Derecho Administrativo.
La culpa de lo que nos pasa, asegura el profesor, radica en el malvado lucro. Vamos, como si él no hubiese hecho oposiciones para sacar un provecho. Pero no. Él proclama que hay que sustituir el lucro "por pilares sólidos que garanticen racionalidad, objetividad". Lo afirma a propósito de las agencias de calificación: curiosamente, no hace ninguna referencia al intervencionismo político en su desarrollo y evolución: parece como si fueran producto puro de la libertad.
El doctor Rodríguez-Arana no ha perdido tiempo en reflexionar sobre el lucro y sobre sus alternativas. Si no hay lucro, es decir, si la gente no puede buscar su provecho en el mercado, el ansia del beneficio no se acaba sino que se sustituye: típicamente, se busca al Estado para obtener beneficios, y se consiguen, claro, pero de una forma diferente al lucro del mercado, porque se realiza mediante la coacción y no mediante el consentimiento. No es evidente por qué éste es malo y aquélla buena, y por qué la ausencia de ánimo explícito de lucro garantiza racionalidad y objetividad.
Y no convencen declaraciones del estilo de: "No puede ser, de ninguna manera, que todavía subsistan agencias, entidades irresponsables que, además de actuar en un evidente ámbito de interés general, sigan sometidas a la regla del lucro". Esto es dar por supuesto lo que hay que demostrar, porque el lucro, por sí solo, no prueba que algo es contrario al interés general.
Tampoco tranquiliza su convocatoria: "Es hora ya de democratizar también el mercado". ¿Es que en el mercado no elegimos?
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