Por Gonzalo Peltzer
La descripción más cabal del peronismo me la dio un amigo peronista, pero de esos que viven del sueldo de peronista. La recuerdo siempre que hay elecciones en la Argentina y es posible que la haya mencionado alguna vez en esta columna: “El peronismo es una formidable maquinaria electoral que muta hacia los votos”.
Eso explica muchas cosas y también los resultados del ensayo general de elección que se realizó en la Argentina el pasado 14 de agosto. Ese día, Cristina Fernández consiguió algo más del 50% de los votos y le sacó 38 puntos al opositor mejor colocado. Pero déjenme que les cuente qué es esto del ensayo general...
Por primera vez en la historia política de la Argentina se realizaron unas elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias. Así lo establece desde diciembre del 2009 la “Ley de Democratización de la Representación Política, la Transparencia y la Equidad Electoral”: “Todas las agrupaciones políticas procederán en forma obligatoria a seleccionar sus candidatos a cargos públicos electivos nacionales y de parlamentarios del Mercosur mediante elecciones primarias, en forma simultánea, en todo el territorio nacional, en un solo acto electivo, con voto secreto y obligatorio, aun en aquellos casos en que se presentare una sola lista”. Solo pueden competir en las elecciones generales –las de verdad– quienes hayan ganado las primarias en cada partido. Para esto los candidatos deben registrarse y competir entre ellos en esa elección que se realiza simultáneamente en todo el país. Luego cada partido presentará al ganador de esa interna en las elecciones generales. El día de las primarias es obligación votar por uno solo de los candidatos a presidente y vice, y al resto de los cargos nacionales en cada jurisdicción. Ya se ve que la ley no preveía en vano que esa elección debía realizarse aun en el caso de que no hubiera más que una lista por partido, que es lo que ocurrió esta primera vez: cada partido llegó con un único binomio a presidente y vice, por lo que no se decidía nada: aunque se llamaran así, no fueron primarias. Fue apenas un simulacro; una elección con todas las de la ley, pero sin sus consecuencias. Una encuesta controlada por el Ministerio del Interior.
Pero, además, ese día se comprobó una vez más que había funcionado mejor que nunca la formidable maquinaria electoral del peronismo. Ese mecanismo supone que todo, absolutamente todo, debe estar orientado a los votos. Todos los funcionarios y las reparticiones públicas deben dedicarse devotamente a conseguir votos, así sean Aerolíneas Argentinas, el embajador en Atenas, la Dirección Nacional de Vialidad, el comandante de la Gendarmería, el Museo de Bellas Artes o la Secretaría de Medio Ambiente. Las leyes se promulgan para los votos. Los tiempos se calculan para los votos. El dinero se recauda con avaricia del bolsillo de los que producen y se reparte generosamente para todos, empezando por los peronistas. Se compran jueces, legisladores, actores, futbolistas y hasta obispos. Donde hay un resquicio para el fraude, se hace fraude. No importa tanto producir como repartir. La economía es un vaso colmado que derrama lo que sobra hasta que los pocos que trabajan y producen se agotan o baja el precio de la soja. Entonces la fiesta se paga con emisión más inflación, hasta que vuelva a subir la soja, descubramos petróleo o se incendie el país como en el 2001.
No importan los hechos: lo que importa es el relato, siempre a favor del poder, que debe llegar hasta el último rincón de la patria. No se admiten las críticas. La prensa independiente molesta porque los periodistas andan insistiendo con eso de la verdad en lugar de contar la historia oficial, orientada a los votos, que les entrega puntualmente la Secretaría de Medios del gobierno.
Sin quererlo ni preverlo, Cristina Fernández puso en marcha la formidable maquinaria electoral en el momento más triste de su vida, cuando murió Néstor Kirchner, su socio sentimental y político. Hasta ese día, el matrimonio venía bajando duro en las encuestas de opinión pública y el futuro se les estaba poniendo complicado. Esa caída, que parecía imparable, se debía casi exclusivamente a la furia de su marido (hasta sus más allegados se referían a él como el Furia). Néstor Kirchner era un superdotado para la política, un fuera de serie que nunca miraba para atrás, pero dejaba un tendal en el campo de batalla. Murió en su ley, incapaz de lavar su propia mala sangre. Los argentinos estaban cansados de su ira constante, de sus broncas y de sus venganzas, y se lo estaban haciendo saber. Pero eso, lo de Néstor Kirchner, no era peronismo. Era kirchnerismo. Y parece que murió con él.
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