Por Sergio Bitar
Santiago de Chile. - “…Estas manifestaciones sociales y la presión por nuevas reformas emergen generalmente en sociedades en desarrollo, con más expectativas y posibilidades, no en sociedades en declinación. La generación estudiantil que encabeza estos movimientos es la mejor preparada y con más inquietud política que Chile ha tenido desde la dictadura. Es hija de la democracia.”
La pregunta surge en conversaciones, foros, encuentros y en despachos influyentes: ¿Qué está pasando en Chile?. El país andino ha sido, durante los últimos lustros, ejemplo de desarrollo económico y de buen hacer político para transitar de una dictadura a una democracia estable. Pero desde hace unos meses movilizaciones sociales han abierto un interrogante sobre si “el paraíso chileno” puede ser vulnerable. Infolatam inicia una serie de artículos para intentar encontrar una respuesta.
(Especial para Infolatam por Rogelio Núñez)-. Las recientes protestas estudiantiles en Chile y el generalizado rechazo en las encuestas a su presidente Sebastián Piñera han provocado una perplejidad mundial. Nadie parece entender qué ocurre en el país considerado modélico de la región. Finalmente surge el temor a que esta insatisfacción ciudadana acabe con la buena marcha de la economía de Chile.
Tras los acontecimientos en Chile hay una doble crisis: social (de “rebelión de las clases medias”), y política, por la falta de renovación de la clase dirigente que sigue siendo prácticamente la misma que la de los 90.
La primera idea que conviene dejar clara es que Chile no se encuentra al borde de ningún colapso y las alarmas que se han encendido parecen excesivas. Todos estos problemas se dan en un contexto económico envidiable como afirma uno de los más críticos del modelo, Tomás Moulián, en la revista Qué Pasa: “así son las paradojas de la política. Mira, hoy la situación económica es buena, la situación del empleo es buena -un poquito mejor que en los últimos gobiernos de la Concertación- y, sin embargo, el movimiento estudiantil marcha”.
El analista político de Infolatam, Héctor Soto, apuntaba en el diario La Tercera que “sería un error sobredimensionar la crisis que el país ha estado viviendo en las últimas semanas (aunque) el problema puede ser subestimado. Lo importante, en todo caso, es solucionarlo y hacerlo sin arriesgar lo mucho que el país ha conseguido en los últimos 25 años”.
Y el expresidente Ricardo Lagos en el diario Clarín admitía, en esa misma línea, que si bien “existen tareas pendientes” , no es menos cierto que “si uno mira el escenario internacional, que Chile, por cierto, no está en una crisis imposible de manejar. La solidez sembrada por dos décadas ante el mundo sigue allí como capital de reserva y fortaleza de nuestra imagen”.
De todas formas, como señala Roberto Ampuero un problema social que se deja pudrir puede acabar destruyendo la convivencia: “mediante acuerdos mayoritarios construimos en los últimos 21 años un país próspero y admirado, pero injusto y perfectible. No creo que para construir uno mejor haya que paralizarlo y arrastrarlo a la ingobernabilidad. Ya lo tiramos una vez por la borda. La democracia es un jarrón de porcelana: se rompe en un segundo y tarda decenios en ser restaurado. Las trizaduras quedan para siempre”.
La Rebelión de las clases medias
Chile se encuentra inmerso en un proceso que podría calificarse de rebelión de las clases medias, pues es un país que tiene unas aspiraciones diferentes a las de los últimos 20 años. Ya no lucha por conquistar la democracia como en los años 80. Ni consolidarla y reducir la pobreza como en los 90 y la década pasada. Ahora esta sociedad de clases medias emergentes quiere otras cosas. Ya no es la libertad o poder comer. Ahora son otros los objetivos.
Lagos hace hincapié en que “cada generación tiene su propia épica. Hoy estamos frente a una nueva democracia, tan distinta de aquella que eligió a Patricio Aylwin, y esta generación exige más participación . La conclusión es una sola: el andamiaje político construido a principios de los 90 está obsoleto, desgastado”.
Antes, como recuerda el expresidente, había un “40% de pobreza en la sociedad chilena y ahora es un 11% . Ese 29% que pudo insertarse en los sectores medios aspira a vivir mejor , con más protecciones y derechos, con regulaciones que impidan los abusos, con un trato justo y la percepción de un progreso que no se construya a costo de las personas. Llegó la hora de ir más allá porque hay una nueva ciudadanía que lo exige y un sistema político que no es capaz de dar respuestas a esas demandas”, apunta Lagos.
En esa misma línea, y mirando el fenómeno a escala global, Moisés Naim asegura que “la nueva clase media que ha mejorado su consumo de comida, ropa, medicinas y viviendas rápidamente exigirá más y mejores escuelas, agua, hospitales, transportes y todo tipo de servicios públicos. Chile es uno de los países económicamente más exitosos y políticamente más estables del mundo, y su clase media ha venido creciendo sistemáticamente. No obstante, las protestas callejeras por la mejora de la educación pública son recurrentes. Los chilenos no quieren más escuelas, quieren mejores escuelas. Y para todo gobierno es mucho más fácil construir una escuela que mejorar la calidad de la enseñanza que allí se imparte”.
Carlos Romero, embajador chileno en España, señalaba en el diario El País que “al sobrepasar Chile los 15.000 dólares per cápita, algunos han recordado que cuando se produjeron los legendarios sucesos de París en mayo de 1968, los franceses habían alcanzado el sueño de tener esos mismos 15.000 dólares per cápita”.
Para el embajador “al igual que hoy en Santiago de Chile, movimientos estudiantiles tomaron París el año 1968. Coincidencia o no, estamos frente a un cuadro sociológico ante el que vale la pena detenerse. Nos revela que aquellas naciones que alcanzan mayores niveles de desarrollo también aspiran a tener mayores mejoras sociales, que en el caso de Chile se radican principalmente en la educación”.
El fracaso de la renovación de la clase política
Además de una crisis con raíces en un extendido malestar social, existe una crisis por falta de renovación política. Las últimas elecciones enfrentaron a Sebastián Piñera un hombre que lleva en política desde 1990 y a Eduardo Frei quien ya fuera presidente entre 1994 y 2000.
Es solo un ejemplo que explica la poca renovación que existe entre la clases política chilena. De hecho, para 2013 ya se habla del regreso de Michelle Bachelet como en 2009 se especulaba con la candidatura de Ricardo Lagos, de 69 años en ese momento, o de José Miguel Insulza el hombre fuerte de la Concertación durante dos lustros.
Por eso, el analista político de la Universidad Diego Portales, Patricio Navia señala que ” los políticos no representan adecuadamente a la ciudadanía razonable y sensata. Ahora que la clase política parece empeñada en demostrar que no da el ancho, hay buenos motivos para que suban los niveles de ansiedad entre los chilenos. Tal vez también para hablar de un creciente descontento popular, no por la dirección en la que avanza Chile sino con la clase dirigente del país”.
No en vano se han puesto sobre la mesa nuevas exigencias de cambio político: reforma constitucional, cambio de la ley electoral y hasta la convocatoria de una asamblea constituyente.
Todo lo cual no hace sino indicar lo que Javier Couso, Director del Programa de Derecho Constitucional de la Universidad Diego Portales, apuntaba en Infolatam, “en Chile se… está incubando una seria crisis de representación, en particular, producto del peculiar sistema electoral binominal…y de la exigencia de súper-mayorías de cuatro séptimos de los parlamentarios de ambas cámaras para modificar la larga lista de leyes heredadas del régimen dictatorial”.
Se trata de un problema general, no circunscrito al gobierno pues el malestar es con la clase política. El presidente de Adimark Gfk, Roberto Méndez , admite que ”las, posiciones se han puesto más polares y hay un escenario complejo, con gran tensión, donde no sólo se rechaza al Gobierno, sino que a todas las instituciones políticas: la gente está molesta con ambas coaliciones”.
Es la política estúpido
La crisis política también tiene una vertiente más concreta y personal: la falta de liderazgo político por parte de su figura más destacada, el presidente, Sebastián Piñera, quien no pasa del 26% de repaldo popular. Nadie parece apoyarle: los votantes de la Concertación porque son sus rivales ideológicos. Los de la derecha, que le votaron en 2009, le lanzan quizá ataques más duros producto de la desilusión por lo hecho por el gobierno hasta el momento.
Héctor Soto señala que “el gran error del Presidente Piñera y su ministro del Interior fue creer que los problemas de Chile eran de gestión y que el asunto se solucionaba incorporando al gabinete unos cuantos ejecutivos macanudos, inteligentes por supuesto, formados todos en la Católica y con mucho posgrado en Estados Unidos”.
Soto añade que “el primer problema es un enorme, tremendo, descomunal vacío liderazgo….El Presidente, que sería el primero de los llamados a ejercer el liderazgo, y que algún capital político tuvo, lo perdió en autogoles y leseras…”.
Mucho de lo que pasa en Chile puede atribuirse directamente al mal manejo político del presidente Piñera. Su pragmatismo de hombre exitoso de negocios que solo cree en la eficiencia empresarial le ha hecho olvidar que la política importa.
Carlos Peña, rector de la UDP, ha sido sin duda de los más duros a la hora de evaluar al ejecutivo y sus palabras han levantado ampollas: “preso de la superstición del management (la creencia de que la gestión lo es todo), el Gobierno y los intelectuales de derecha han renunciado a defender sus ideas y, de esa forma, han transformado el espacio público en un ámbito de puras demandas, en un lugar de negociación de intereses donde las razones brillan por su ausencia. En suma, deliberación no hay por ninguna parte porque el Gobierno no aporta ideas”.
El experto en opinión pública de la Universidad Católica Patricio Dussaillant , hay que “observar las razones de por qué algunos de los suyos (del gobierno) están arriba en las encuestas e imitar esos atributos. Lo segundo es focalizar: no pueden pretender reconquistar al 70%, sino que primero deben partir por ese 26%, esa mitad que votó por este gobierno y que ahora rechaza su gestión ”.
Cifras que no cuadran
De todas formas, persisten situaciones que no se entienden fácilmente. El presidente Sebastián Piñera se ha hundido en las encuestas con tan solo un 26% de apoyo. Lo que no se comprende en este contexto es cómo es posible que se evalúe tan mal a quien encabeza al ejecutivo, o que solo un 25% apruebe la forma como el gobierno ha desarrollado su labor, mientras el ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke, tiene un 71%, de aprobación seguido por el de Obras Públicas, Laurence Golborne, con un 70%.
Y no son los únicos: la ministra del Trabajo, Evelyn Matthei, subió dos puntos logrando un 65% de aprobación, mientras la ministra del Sernam, Carolina Schmidt, se mantiene en 61% de respaldo.
En su primera evaluación como ministro, Pablo Longueira y Andrés Chadwick obtuvieron un 49% de aprobación cada uno. Notable es la situación del ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, que de un 53% de aprobación cayó al 44%. Tiene casi 20 puntos más que Piñera cuando Hinzpeter es la mano derecha de Piñera, su hombre más cercano y el ejecutor de sus políticas.
Finalmente, todo lo que está ocurriendo puede ser una especie de mensaje que merece la pena tener muy en cuenta.
Lo explica muy claramente David Gallagher en el diario El Mercurio: “en Chile también sucede que nos olvidamos con facilidad de la precariedad y, con sorprendente rapidez, nos empezamos a creer invencibles. Muchas veces en nuestra historia nos hemos vuelto exitistas…cuando empezamos a confiar tanto, nos olvidamos de lo que debería ser obvio: de que el cobre es notoriamente cíclico, y de que el próximo desplome que tenga es tan inevitable como el próximo terremoto. Al contrario, nos convencemos de que estamos “blindados” frente a crisis externas, como la que podría venir ahora”.
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