27 septiembre, 2011

Rastani, el monigote soñado por la izquierda

ECONOMÍA

Por Juan Ramón Rallo

Alessio Rastani se ha convertido en el sueño húmedo de todo progresista liberticida que se precie, un Emmanuel Goldstein adaptado a los tiempos modernos. No porque diga la verdad, pues solo la cuenta a medias, sino porque su deslenguada arrogancia juvenil encaja como un guante en la descripción que a la izquierda le encanta hacer de esas altas esferas que, a modo de plutocracia comunista, se imagina dirigen el capitalismo.

Han llegado a decir que es la personificación de "los mercados", esa etérea fuerza interesada en perpetuar la crisis en contra de los ímprobos esfuerzos de los Gobiernos por solventarla; justo el típico maniqueísmo de buenos contra malos, de fuertes contra débiles, de opulentos contra menesterosos que algunos necesitaban para jugar la carta populista.

Aunque lo cierto es que Rastani se lo ha ganado a pulso. "A mí no me preocupa la crisis; si veo una oportunidad de hacer dinero, voy a por ella"; "La crisis es un sueño hecho realidad para aquellos que quieren hacer dinero"; "Yo me voy a la cama cada noche soñando con otra recesión, con otro momento como éste"; "Los líderes políticos no gobiernan el mundo: Goldman Sachs gobierna el mundo". Mas no nos quedemos con la primera impresión, diseccionemos un poco sus palabras para detectar las vanidosas mentiras, las crudas verdades y los incómodos paralelismos.

Vanidosas mentiras

La imagen del ejecutivo agresivo o del especulador comeniños –en definitiva, la renovada estampa del explotador capitalista dickensiano con sombrero de copa y puro habano– sirve perfectamente a los propósitos de la izquierda: es la personificación del mal y, para más inri, del mal improductivo. Como es evidente que esos tiburones no pueden generar riqueza alguna –¿cómo podrían, esos desalmados?–, su patrimonio personal ha de proceder necesariamente de la explotación y el engaño; por eso el Estado está del todo legitimado para arrebatárselo vía impuestos y para regular con severidad sus actividades.

Pero la riqueza no sea crea expoliando a los demás, sino ahorrando e invirtiendo con visión largoplacista. Nuestra renta puede proceder de las más diversas ocupaciones, pero para que la podamos convertir en un patrimonio duradero necesitamos ser frugales y mirar a largo plazo: uno se enriquece en la medida en que sea capaz de crear o financiar planes de negocio que generen un elevado valor para los consumidores.

En una gran encuesta realizada hace una década a millonarios estadounidenses (con un patrimonio neto superior al millón de dólares), Thomas Stanley descubrió que el 32% eran propietarios de empresas; el 16%, directivos; el 10%, abogados; el 9%, médicos; el restante 33% eran contables, ingenieros, arquitectos, maestros, profesores universitarios... Sólo el 8% recibieron como herencia más del 50% de su patrimonio, prácticamente ninguno se había comprado un coche de más de 41.000 dólares ni un anillo de compromiso de más de 1.500, y las cualidades que, a su juicio, más contribuyeron a su éxito fueron (por este orden) la honestidad, la disciplina, el buen trato a los demás, tener una pareja comprensiva, trabajar más duro que el resto y amar su puesto de trabajo. Una imagen sin duda muy distinta a la de nuevo rico malcriado que ofrece Rastani y a la que tanto le encanta recurrir a la izquierda.

Todo lo cual no significa que un tipo (aparentemente) sin escrúpulos como Rastani no pueda enriquecerse en un mercado libre; ni siquiera que no pueda enriquecerse mientras los ahorros del resto de la sociedad se están evaporando. Rastani es un trader independiente, y su cometido es asignar precios a los distintos activos coherentes con la realidad económica subyacente; una actividad esencial dentro de nuestras economías, pues sirve para indicar qué negocios deben expandirse y cuáles contraerse. En una crisis, el pánico de la inmensa mayoría de ahorradores genera una distorsión masiva en los precios de los activos; corresponde a los traders más habilidosos reconstruir todo ese desaguisado comprando lo que está relativamente barato y vendiendo lo relativamente caro. Pero lo anterior no significa que a todos o a la inmensa mayoría de los capitalistas –de los ahorradores– les vengan bien las crisis para enriquecerse a costa del resto de la población: que algunos prosperen en medio de la debacle no quita para que la mayor parte de ellos se empobrezca significativamente. Fíjese tan sólo en el hundimiento bursátil o en las quiebras de empresas desde 2007 y descubrirá por qué al capitalismo lo que le viene bien es la prosperidad y el enriquecimiento de la mayor cantidad de personas posible.

Por fortuna, la riqueza que obtenga Rastani de sus operaciones no dependerá de su maldad, sino de su habilidad y pericia a la hora de ejecutar su labor: ajustar los precios. Fíjese que no habla de que él y sus compinches estén provocando una crisis, sino que espera (sueña) que ésta llegue. Una de las grandezas del capitalismo es que las buenas o malas intenciones del resto de personas resultan irrelevantes, pues éstas no pueden usar la fuerza contra nosotros: lo único que cuenta es la habilidad de cada uno a la hora de canalizar o invertir capital de manera acertada. Puede que muchos se nieguen a admitir que un tipo con la planta de Rastani pueda hacer algo bueno por los demás, sobre todo cuando él mismo admite que su única obsesión es ganar dinero y no solventar la crisis. Pero sí, puede hacerlo, sean cuales sean sus intenciones (¿cuál sería, si no, la alternativa? ¿Mandarlo a un campo de trabajos forzosos? ¿Reeducarlo bajo el dogma de la buena ciudadanía?), al igual que también puede fracasar y arruinarse. Ni mucho menos sería el primer inversor que se pone el mundo por montera y termina perdiendo hasta la camisa. Sin ir más lejos, Rastani confía en la deuda pública y rechaza de plano las acciones; puede acertar o puede fracasar, pero desde luego su estrategia financiera no es ganadora en cualquier contexto: las subidas de tipos, la inflación, los impagos o las devaluaciones bien podrían erosionar gran parte de su capital.

La arrogancia es una característica común a muchos traders, sobre todo entre quienes especulan a más corto plazo: tras conseguir una serie de operaciones exitosas, confían en que el mercado siempre se moverá en la dirección que anticipan. Pero el mercado no lo manejan ellos... ni nadie: ni los traders como Rastani, ni Goldman Sachs ni, tampoco, los Gobiernos. Porque el mercado no es nadie en concreto, sino miles de millones de personas y empresas que toman decisiones diariamente. Rastani (o Goldman) ganará si es capaz de anticipar las decisiones de esos miles de millones de personas y empresas, pero no podrá determinarlas.

Unos pocos datos bastarán para aclararlo. A finales de 2007 el volumen de activos que manejaba Lehman Brothers era de 700.000 millones de dólares, mientras que el de Godman Sachs, esa entidad que presuntamente dirige el mundo, según Rastani, era de 1,1 billones; un año después, el primero quebró y el segundo tuvo que recibir asistencia del Gobierno para sostenerse. Hoy, en 2011, Goldman Sachs es tan poderoso que su peso se ha reducido y maneja un volumen de activos inferior al billón de dólares; mientras, la Reserva Federal, ese monopolio estatal sobre la creación de dólares, controla 3 billones de activos. Y ello por no hablar del Gobierno estadounidense, que cada año gasta 3,5 billones de dólares (Goldman apenas gasta anualmente 35.000 millones, 100 veces menos) y tiene la capacidad de regular y usar la fuerza contra tipos como Rastani o contra empresas como Goldman Sachs. ¿Quién cree que posee más peso específico en nuestras economías? ¿Goldman Sachs o un Gobierno que gasta 100 veces más, que posee el poder de regularlo o incluso de nacionalizarlo y que cuenta con un banco monopolístico (la Reserva Federal) que puede imprimirle tanto dinero como desee?

Que Rastani se crea sus historietas sobre cómo funciona el capitalismo no significa que tenga razón. La arrogancia es un rasgo presente en muchos seres humanos, traders y no traders. También estamos habituados a escuchar a deportistas, políticos, periodistas, intelectuales o artistas fanfarrones que se creen el centro del universo, y no por ello les concedemos el placer de creernos sus cuentos a pies juntillas.

Crudas verdades

Pero no todo en el discurso de Rastani merece una descalificación de plano. Sus palabras serán impopulares y despiadadas, pero contienen ciertas advertencias que conviene tener muy en cuenta: los Gobiernos, pese a todo su poder, no han conseguido sacarnos de la crisis; es del todo posible que se repita un crash como el de 2008; si la gente se duerme en los laureles y hace caso a sus políticos, puede perder gran parte de sus ahorros; en algunas economías los ciudadanos deberían volverse más prudentes y buscar valores-refugio para sus patrimonios; las crisis son, pese a todo, una oportunidad para quien consiga invertir su dinero de manera correcta; los traders ni operan, ni pueden operar ni deben operar tratando de solventar toda la crisis mundial: su objetivo es mucho más concreto y humilde, a saber, corregir los desajustes de precios que se encuentren delante de sus narices.

Lo que Rastani está transmitiendo a la gente es que debe ser un poco más escéptica a la hora de valorar las palabras de sus mandatarios y de los grandes gestores de fondos, pues podría ser que en unos años vieran enormemente mermados sus ahorros como consecuencia del empobrecimiento derivado de una crisis que todavía no se ha resuelto. Sin duda, la arrogancia de Rastani es muy molesta, pero también lo es su sinceridad en torno a la coyuntura económica: no se crean a nadie que les venda humo, tampoco a sus gobernantes.

Recuerden, si no, las palabras del jefe del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker: "Cuando las cosas se ponen feas, tienes que mentir". Cada vez que nuestros políticos les animan a comprar pisos sabiendo que van a seguir cayendo, cada vez que les estimulan a adquirir deuda pública sabiendo que van a terminar impagándola, cada vez que les animan a mantener sus ahorros dentro del país y del sistema bancario nacional sabiendo que pueden volatilizarse, se están comportando infinitamente peor que Rastani.

Incómodos paralelismos

Al cabo, Rastani podrá ser un tipo detestable; tan detestable que la izquierda lo ha puesto como un ejemplo de sinceridad sobre el funcionamiento de los mercados. Pero sólo es un operador más, con una influencia marginal, dentro de todos esos mercados (de hecho, a buen seguro, su mayor influencia en nuestras vidas la haya tenido a cuenta de su breve entrevista en la BBC). Los Gobiernos, en cambio, son unos agentes infinitamente más poderosos a los que, sin embargo, la izquierda no suele criticar salvo por su vinculación con los grandes conglomerados financieros y empresariales. No le molesta el exceso o los abusos de poder, sino que ese exceso o abuso de poder beneficie en parte a las grandes empresas.

No voy a negar ahora una infame interrelación entre Gobierno y banca que vengo denunciando desde hace años: el sistema financiero actual tiene muy poco que ver con un mercado verdaderamente libre. Pero sí hay una diferencia crucial entre Rastani y los Gobiernos: el primero invierte su propio dinero y el de la gente que confía en él; los segundos se apropian y gastan nuestro dinero sin contar con nuestro beneplácito. ¿Acaso es más censurable un señor sin escrúpulos que no puede ejercer la violencia sobre los demás que otro tipo de señor sin escrúpulos (el político) que sí puede hacerlo? ¿O es que la izquierda es tan ingenua como para pensar que nuestros mandatarios son ángeles hechos hombres que, a diferencia de Rastani, no se mueven ni por el dinero, ni por el poder ni por las ansias de control? O, todavía peor, ¿será que nuestra izquierda prefiere las mentiras de nuestros insinceros políticos a las de un trader irrelevante?

Pues, insisto, quienes han colocado nuestras economías contra las cuerdas han sido nuestros políticos: primero por montar un sistema financiero dirigido a generar burbujas y a expandir el crédito muy por encima de las disponibilidades reales de ahorro, y segundo por gastar y endeudarse de manera descontrolada, colocando las finanzas públicas al borde del abismo.

Las palabras de Rastani pueden revolver a muchos el estómago, y en parte es comprensible que así lo hagan. Lo que no es comprensible es la relativa indiferencia con la que se recibieron, por ejemplo, las palabras de Juncker u otras declaraciones infinitamente más crueles y desvergonzadas, como éstas de Zapatero: "El mejor destino es el de un supervisor de nubes acostado en una hamaca". Que esto lo pueda decir sin demasiada contestación ni escándalo social un señor que acaba de arruinar no a unos pocos clientes ingenuos que le confiaran voluntariamente su dinero, sino a todo un país de más de 45 millones de personas, demuestra a las claras la enorme hipocresía de una parte de nuestra izquierda. Lo único que les interesa es el aprovechamiento ideológico y partidista de las declaraciones de un absoluto desconocido; la auténtica pauperización a gran escala provocada por un tipo como Zapatero –y por sus pares en el resto del mundo–, con tan pocos escrúpulos como Rastani pero con mejor sonrisa y bastante menos honestidad, les importa poco o nada. Al contrario, incluso la siguen reivindicando en sus peores rasgos como un modelo.

Fijémonos menos en el deslenguado Rastani y más en ese meteorito depresivo en que se han convertido nuestros Estados, que amenaza con impactarnos en la cabeza. Nos irá mucho mejor.

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