05 septiembre, 2011

Simulación trae corrupción

Luis González de Alba

La moralina anti-casino está desatada. No parece que un casino haya sido objeto de un criminal incendio provocado, como pudo ser una iglesia, sino que los casinos son lugares que suelen incendiarse de forma espontánea.


Como las fábricas de cohetes para festejar la Independencia que no ocurrió el 15 ni el 16. ¿Las maquinas tragamonedas son explosivas? ¿Las ruletas lanzan flamazos? Porque de otra manera no se entiende la súbita decisión del alcalde de Monterrey en el sentido de que no permitirá abrir ni un casino más. ¿Y por qué no?


Prohibición absoluta de casinos, propone Francisco Labastida ya desorbitado, porque generan adicción, dice. Cierto: como el café, el chocolate, el tabaco, la Internet y FaceBook, además de la tele. Y sin duda el sexo: todo genera adicción. ¿Y?


Con los casinos ocurre igual que con el control de cambios: nos quedamos en que el presidente López Portillo decretó el racionamiento de dólares entre lágrimas. Tan incumplible medida en un país con 3 mil 500 km de frontera con el dólar comenzó a hacer agua al instante.


Nunca se levantó el racionamiento de dólares y ya no existe. De igual forma, los casinos estuvieron prohibidos y un día hubo muchos. Qué bueno. ¿Por qué nuestras autoridades nos cuidan de nosotros mismos y son tan ineptas contra la delincuencia?


Los resultados serán previsibles: prohibir casinos trae casinos ilegales, ni siquiera clandestinos, sino llenos de luces, como en Las Vegas, pero deben pagar sobornos a las autoridades, como es el caso de Jonás Larrazabal, hermano del alcalde de Monterrey, a quien las cámaras de seguridad (remember Bejarano) muestran en el acto de recibir dinero en los casinos.


“Es porque vende queso de Oaxaca y algunos de sus clientes le pagan allí”, afirmó su representante legal a MILENIO TV… Y no le ganó la risa.


Insisto: Los adultos tenemos derecho absoluto sobre nuestros cuerpos, incluido el de matarlo. La despenalización de la droga debe ser total por este motivo, no sólo porque penalizarla es inútil y hasta contraproducente, sino porque no damos derecho al gobierno para decidir por nosotros. Le corresponde poner límites: puedo fumar tabaco, pero no en áreas cerradas donde obligo a los demás a inhalar humo.


De igual forma, hay algo que no podemos olvidar: debido a las circunstancias presentes, la prohibición y las balaceras entre bandas por el dominio de un mercado, el carrujo de mota trae sangre. Yo, consumidor, soy el último eslabón, el motivo de la cadena de crímenes. Asumida esa responsabilidad, compre usted lo que quiera.


Un lector me dice que sería como hacer responsables de la esclavitud en las minas de oro a los novios que intercambian anillos en su matrimonio. Respondo que sí, así es. Un ejemplo más sencillo: el marfil. Quien compra una figurita de marfil debe saber que se está llevando los elefantes a la extinción con el único propósito de cortar sus colmillos.


Se puede responder: no comprar esta belleza no revivirá al elefante de cuyo marfil se labró. Es verdad. Pero si nadie compra esos objetos, la tienda deja de hacer pedidos, los artesanos dejan de comprar colmillos y los cazadores clandestinos, con bodega llena, esperan a vender su stock antes de salir de cacería. No comprar termina la matanza.


Lo mismo ocurre con los abrigos de piel de leopardo y otras especies en peligro: quien los compra participa en la extinción. Los bolsos y zapatos de piel de cocodrilo se fabrican ahora con animales de criadero. No me gustan, pero no le veo objeción. Como no se la veo al pollo de granja ni al rack de cordero.


No soy vegetariano porque la Naturaleza o un Dios creador de infinita maldad nos hizo de tal forma que nos debamos comer los unos a los otros. Nos gustaría ver que la gacela escapa del león, pero no querríamos ver morir de hambre a los cachorritos de león que se quedan sin alimento. El vegetariano debe saber que las plantas perciben la luz y se giran en su busca. A los nopales no les gusta servir de alimento, por eso tienen espinas.


En fin, es tarea del gobierno certificar la seguridad de todo lugar público y la calidad de cuanto se vende. No hacer de papá. Por lo mismo, los casinos y las drogas deben ser reglamentados, no ilegales. La prohibición de casinos no los terminará, sólo va a dejarlos en manos de políticos que cobran cuota por no aplicar la ley.


Y su inseguridad será completa porque los inspectores no pueden aplicar reglamentos a lo que no debe existir.

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