25 septiembre, 2011

Yemen, en caída libre

El regresado Saleh debe abandonar ya el poder para evitar una guerra civil en el país árabe

El inesperado retorno del presidente yemení a su país introduce un nuevo e inquietante factor en el tránsito de Yemen desde una revolución popular estancada hacia la guerra civil. Pocos creían que el dictador Alí Abdalá Saleh -33 años en el poder- regresaría de la vecina Arabia Saudí tras sobrevivir al ataque contra su palacio en junio.

Descoyuntado por viejas rebeliones en el norte y el sur, Yemen ha avanzado en estos tres meses hacia la desintegración. Lo que comenzó siendo otra revuelta popular por la dignidad y la libertad se ha transformado en un enfrentamiento múltiple, que solo en la semana que acaba ha dejado alrededor de cien muertos. A la irreprochable revolución de la calle, impulsada básicamente por los jóvenes, se ha ido superponiendo una espuria lucha entre facciones castrenses y civiles de la élite yemení, clanes y tribus que ven la oportunidad de alzarse con el poder en medio del caos. En el país más pobre del mundo árabe hablan hoy las armas pesadas de los militares leales a Saleh, las del general pasado a la oposición Alí Moshin y las del poderoso clan Ahmar, que también abandonó al presidente. Una mezcla explosiva de ambición y dinero.

Lo que ocurra finalmente en Yemen,donde la ONU asegura que el Gobierno ha perdido el control efectivo de varias zonas del país, tiene la importancia añadida de su situación, junto a los yacimientos del Golfo y en las rutas petroleras de los mares Rojo y Arábigo. Y el hecho clave de ser el fortín de una de las ramas más activas de Al Qaeda. Por este motivo (el terrorismo islamista), Occidente, con EE UU a la cabeza y el apoyo decisivo del régimen absolutista saudí, mentor de Saleh, se echó en brazos del déspota yemení (con armas y entrenamiento militar) a cambio de su imposible promesa de controlar al yihadismo.

En este contexto, la llamada al alto el fuego de Saleh, a su regreso, es un gesto de supremo oportunismo. El presidente yemení, que por tres veces ha rehusado abandonar el poder a cambio de inmunidad -según el plan trazado en marzo por los países del Golfo y respaldado por las potencias occidentales- ha tenido tiempo sobrado para frenar la caída libre de su país. En el abismo actual, la única actitud posible es su renuncia inmediata, como le ha pedido Washington, para facilitar una salida que evite un definitivo baño de sangre en Yemen.

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