por Adrián Ravier
Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.
Antes de 1992 George Bush padre contaba con un 90 % de aceptación en EE.UU., fruto de su política exterior, o más precisamente por el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo Pérsico. James Carville, entonces jefe de campaña de Bill Clinton, recomendó concentrar la campaña en cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas. Así surgió el principal eslogan de aquella victoriosa campaña: “Es la economía, estúpido”.
¿Qué tiene esto que ver con la Argentina? Mientras el domingo escuchaba a Cristina Fernández de Kirchner ofrecer un moderado discurso tras haber hecho realidad su sueño de un segundo mandato —o el tercero del kirchnerismo—, aquel eslogan vino a mi mente.
Ya he escrito en otra oportunidad sobre mi lectura de la economía argentina. Si uno quisiera hoy comprender por qué ante esa realidad, la señora Presidente obtiene estos resultados, basta observar la dinámica del PIB real.
Tras la profunda crisis de 2001-2002, la economía inició en 2003 un proceso de recuperación acelerada. Ese primer gobierno (2003-2007) fue polémico en varios sentidos, pero la economía fue recuperándose año a año y permitió que en 2007, el pueblo argentino renovara la confianza en el modelo.
El segundo gobierno (2007-2011) también evidenció dificultades, como la guerra con el campo. Pero el mayor golpe sobre la imagen positiva del oficialismo llegó en 2009, cuando emergió el efecto de la crisis global, y la economía argentina cayó un 3 por ciento —jamás reconocido por el INDEC—. Fue de tal importancia la recesión económica que en las elecciones legislativas de 2009 Néstor Kirchner se vio superado como primer candidato a Diputado por la Provincia de Buenos Aires ante Francisco De Narváez. Esta derrota electoral estuvo muy cerca de terminar con el kirchnerismo según han explicado los analistas políticos. Pero los días pasaron, la economía global empezó a sentir los efectos de las políticas económicas estadounidenses, traducidas en inyección de liquidez y planes de estímulo fiscal, y poco a poco la economía argentina se revitalizó. Con ello, la imagen positiva también empezó a subir.
Las internas abiertas de unos meses atrás anunciaron la segura victoria del kirchnerismo. Las encuestas mostraban una imagen positiva de cerca del 60 por ciento, lo que hizo que no sorprendiera una victoria tan contundente.
Puede quedar la impresión, como ha señalado Gabriela Pousa que en las elecciones del domingo, “se ha privilegiado la política de patotas más allá de que continúe Guillermo Moreno en su cargo, se ha justificado el saqueo votando al ideólogo del ‘traspaso’ de fondos de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) a manos de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES), se consolidó también la inseguridad que Nilda Garré instauró como política oficial desde el Ministerio de Defensa y ahora desde el de Seguridad… Se votaron las valijas sin remito pero con destinatario harto conocido, se priorizó el doble discurso frente al escenario internacional […]. Se ha preferido la permanencia de datos adulterados, del peronismo en su versión más radical. Por último, se puede asegurar que se ha inclinado el electorado por la demagogia ‘nacional y popular’… No hace falta agregar mucho más”.
Yo no estoy de acuerdo con esta impresión y la señora presidente debe saberlo. Este resultado en la campaña no ha sido un premio a lo peor del kirchnerismo, sino a pesar de él. Este resultado electoral es el premio a un gobierno que acompañó la recuperación de la economía argentina tras la profunda depresión de 2001. Una recuperación que insisto tiene sus debilidades de largo plazo.
Cristina Fernández de Kichner ha sido bien asesorada en los últimos meses y aprendió a manejar los silencios, además de moderar su discurso. Ayer incluso agradeció a los llamados de Mauricio Macri y Sebastián Piñera para felicitarla por el resultado de la elección. Esto ayuda en el corto plazo, pero lo que decidirá el futuro del modelo es el resultado que este ofrezca sobre las variables macroeconómicas relevantes. Me refiero al crecimiento económico, la inflación y el empleo.
Reconocer que la economía ya no crecerá al 8 por ciento, sino sólo a un 4 por ciento, abre algunas incógnitas.
Los analistas más optimistas afirman que el gobierno reducirá la emisión monetaria para intentar controlar la inflación. Saben que esto los obligará a reducir el gasto público, para lo cual ya se habla de reducir gastos en subsidios (las tarifas subirían un 18 por ciento). Amado Boudou, antes Ministro de Economía, ahora vicepresidente, ha manifestado su interés en acordar con el Club de París para volver a colocar deuda en el mercado internacional y para crear algo de confianza y reducir la fuga de capitales que sigue preocupando al Banco Central.
Los más pesimistas —quizás yo sea uno de ellos— piensan que el oficialismo realmente profundizará el modelo, y que aun acordando con el Club de París para tomar crédito exterior, seguirán agotando los recursos del Estado (ANSES y reservas del Banco Central), al tiempo que aplicarán todo tipo de controles de precios para evitar la escalada inflacionaria.
El presupuesto 2012 nos puede dar una primera respuesta. Ya no queda oposición, ni siquiera en el Congreso. Señora presidente, la economía argentina está a su merced.
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