Historias del más acá
Carlos Puig
Nadie quiere ser policía. Y los que quieren es porque aspiran a utilizar el puesto para lucrar como criminales. La piedra fundacional para arreglar este lío es tener policías suficientes, preparadas, honestas, con controles sociales, herramientas técnicas, reconocimiento social. Para combatir a los delincuentes se necesita este tipo de policías. Por ahí se empieza y nosotros estamos lejos.
Entre el desprecio y el miedo. Octubre de 2011. Foto: Sara Escobar
Esta película ya la vimos.
Un estado (o dos se pudren) gracias a años de omisiones, negligencias e irresponsabilidad de gobiernos locales; el cambio en el gobierno hace pensar a las organizaciones criminales que hay un espacio para crecer, o se rompen acuerdos previos con autoridades corruptas y los niveles de violencia aumentan. En primera instancia las autoridades se hacen güeyes, dicen que no es para tanto, que el país está igual que ellos o que todo es culpa de los medios… luego les llega el agua a los aparejos y tienen que venir corriendo a la capital a pedir ayuda.
Veracruz y Guerrero son apenas los dos últimos estados de la República en entregar, para efectos prácticos, la seguridad a mandos federales. En esta ocasión será la Marina la institución líder, seguida del Ejército. Pocas menciones a la Policía Federal para esos estados, entre otras cosas porque los policías federales están ocupados en otras ciudades y entidades que igualmente fracasaron en su esfuerzo para brindar responsabilidad a sus ciudadanos.
Llegarán los militares y los marinos y la harán de policías preventivos, y de tránsito y de investigación y ministeriales. Ayudarán a viejitas a cruzar calles y madrearán a un par de delincuentes. Se enfrentarán a balazos con algunos narcos y en unos meses encontrarán alguna actividad ilícita con la cual completar su mísera compensación salarial.
Luego, otro estado entrará en crisis y se irán y así seguirá; seguiremos.
A raíz de la reciente denuncia contra policías federales en Juárez, Gustavo de la Rosa escribió lo siguiente en el blog de Nexos: “En la debilidad profunda de las autoridades de control interno de las policías, y en la sanciones poco enérgicas que aplican los mandos a los agentes que violen la ley, se advierte una de las mayores debilidades de las instituciones del gobierno mexicano. Una debilidad que obliga a la víctima o al defensor de derechos humanos a acudir a las dependencias de procuración de justicia, corriendo los mismos o mayores riesgos que cuando se denuncia a un delincuente común.
“En la Policía Federal se inició una práctica que prometía cambios espectaculares. El responsable de la Unidad de Asuntos Internos lo nombro el presidente de la Republica personalmente, y empezó a dar frutos impresionantes. A través de ella se pudieron encarcelar y procesar administrativamente a cerca de 400 agentes y jefes intermedios durante un año. Sin embargo, en los dos últimos meses algo se quebró y los afectados lograron amedrentar y someter a la Unidad de Asuntos Internos. Y otra vez sólo nos queda la denuncia penal ante la PGR, con todos los riesgos que en México implica denunciar a un agente policiaco.
“Los planes de convertir a la Policía Federal en una institución profesional, de agentes y mandos dignos, honorables y confiables, se pueden venir abajo si no se fortalecen los mecanismos de control interno. Si esto no se hace, el riesgo es que la policía degenera en un simple cuerpo paramilitar, corrupto y sanguinario que mejor haría en desaparecer.
“En las Policías estatal o municipal, los departamentos de asuntos internos son meramente simbólicos y el presidente municipal se lava las manos cada vez que hay un escándalo diciendo ‘que la Fiscalía investigue’. Negándose sistemáticamente a aceptar la auditoria ciudadana de su policía; las autoridades locales son amantes de la opacidad”.
Cada vez que veo el desastre en que están convertidas nuestras policías, pienso en El Negro Durazo. Para mi generación fue el retrato de lo que era la policía mexicana. La imagen de ese policía, del presidente de México haciéndole homenajes, es una imagen complicada de quitarnos de la cabeza. Desde entonces, ciudadanía y políticos hemos tratado a nuestros policías como si fueran todos hijos del Negro Durazo, entre el desprecio y el miedo.
En este —un poco inútil— esfuerzo de “crear nuevas policías, decía hace poco Miguel Alcántara, secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad, por ejemplo Nuevo León, Tamaulipas, Chihuahua y Sinaloa se han visto en la necesidad de “importar” prospectos de otros estados, ya que en sus entidades no han tenido éxito de reclutamiento.
“Lo reconocen los gobernadores: no han encontrado en las convocatorias que han hecho, incluso con fuerte estrategia mediática no han encontrado respuesta”.
Nadie quiere ser policía.
Y los que quieren es porque aspiran a utilizar el puesto para lucrar como criminales.
Todos los que saben, las experiencias en el resto del mundo son claras: la piedra fundacional para arreglar este lío es tener policías suficientes, preparadas, honestas, con controles sociales, herramientas técnicas, reconocimiento social. Por ahí se empieza y nosotros estamos lejos.
Luego viene el resto, luego que los ninis sean sisis y que todos tengan dinero y felicidad, pero primero: para combatir a los delincuentes se necesitan policías. Y de esos no hay.
Hay soldados y marinos disfrazados de policías. Hay delincuentes disfrazados de policías, hay muchísimos inútiles disfrazados de policías. Necesitamos otra cosa.
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