17 octubre, 2011

El Moy la Historia de Un Zeta en Veracruz

Veracruz,- Parecía uno tipo más del barrio, gente común, pero tomó el mal camino que lo llevó hasta parar tras las rejas.

Sus amigos, vecinos y conocidos llevaban varios días sin verlo. Unos decían que estaba escondido, los más pesimistas apostaron a que “ya se lo habían echado”.

Moisés Guzmán Muñoz, conocido como “El Tacubayo” en el mundo criminal y como el Moy entre la gente que lo vio crecer, apareció en la televisión, interrumpiendo la transmisión del noticiero matutino.

Un hombre salió de su casa al ver las imágenes y corrió a la de su vecino, tocó la ventana de la sala, la familia entera veía la televisión, era el mismo noticiero matutino donde por unos segundos pudo verse al Moy, vestido con la playera roja favorita, apuntando la mirada fijamente al suelo, escoltado por marinos encapuchados y armados hasta los dientes.

“¡Agarraron al Moy!”, dijo el hombre con un entusiasmo contenido.

“¡Al menos no está muerto, es mejor que lo hayan agarrado!”, contestó el vecino.

El Moy era uno de los 12 presuntos Zetas detenidos en Veracruz por la Secretaría de la Marina-Armada de México.

Fue presentado junto a un grupo de ocho de sus supuestos exterminadores: los llamados “Mata Zetas”, como parte de las primeras capturas del operativo “Veracruz Seguro”, que desde el 4 de octubre busca frenar la violencia que se había multiplicado en la entidad veracruzana.

Un día antes de la presentación de los detenidos, 32 cuerpos fueron encontrados en tres casas de diferentes fraccionamientos de Boca del Río.

Como los primeros 35 cadáveres que aparecieron dos semanas antes abandonados en pleno corazón comercial de la zona conurbada de Veracruz, los nuevos cuerpos fueron presuntamente ultimados por los “Mata Zetas”.

El grupo vinculado con el cartel de Jalisco “Nueva Generación” se promocionó en internet como aniquiladores de “Zetas”, quienes durante los últimos años fueron los dueños del escenario criminal de Veracruz.

“Soy Zeta”, decía el Moy sin tapujos a quien le preguntaba cuál era su oficio.

Con esa seguridad se paseó durante mucho tiempo sobre una motocicleta por las calles de su barrio.
Siempre llevaba una chamarra de imitación de piel y lentes oscuros, que portaba con la frente en alto, orgulloso de su estirpe criminal.

Desde hace unos meses su salud empezó a desmejorar, bajó 10 kilos, se enfermó de diabetes, le echó la culpa de todo a la preocupación.

“No loco, la cosa está dura para nosotros, nos quieren romper toda la madre”, explicaba a quien le preguntara si era cierto que había gente que quería acabar con los “Zetas”.

Por ese motivo, durante las últimas veces que lo vieron libre, el Moy prefirió el perfil bajo, la discreción.
Dejó la motocicleta y la chamarra de “piel”, andaba en camión, escabulléndose entre la gente, mirando para todos lados, vigilante, nervioso.

Tenía miedo que lo mataran. Después de varias ejecuciones de presuntos “Zetas” la vida se le hacía más corta.

“No me importaría morir si no tuviera a mi hijo, ¿quién va a ver por él si me matan?”, decía.

Y no lo mataron, su cuerpo no apareció en alguna casa, tirado en medio de una avenida o en un lote baldío.
Tampoco le dispararon mientras caminaba por la calle, mientras esperaba un camión, o en la puerta de su casa.

En cambio, el Moy apareció en la televisión, con el rostro desencajado, detenido junto a aquellos que tanto temía que le quitaran la vida. No por él, por su hijo.

POLICÍA EXTORSIONADOR

Moisés Guzmán Muñoz nació en una ranchería cercana al municipio de Tuxtepec, Oaxaca hace aproximadamente 28 años.

Cuando tenía 5 llegó con su familia a una modesta casita de la colonia Revolución, en Boca del Río.
En ese tiempo prefería vagar por las calles o pasar tiempo en la casa de los vecinos que estar en la suya, donde contaba, sufría los maltratos de su madre, quien murió el año pasado víctima de cáncer.

Un niño inteligente y de gran simpatía, según relatan los vecinos, pronto se convirtió “en el ajojonlí de todos los moles”, el integrante de todas las familias, o al menos de varias de las que lo vieron esa mañana aparecer en la televisión.

El Moy fue malo para la escuela, no terminó la secundaria. Tampoco fue bueno para trabajar, anduvo varios años “de chamba en chamba” sin encontrar un patrón que aguantara sus irresponsabilidades.

Nadie recuerda exactamente cuando fue, pero un día el Moy llegó a su casa vestido de policía.

Porque en su largo currículum de oficios truncos destaca el haber sido policía intermunicipal.

Irónicamente, aunque en realidad se trata de un lugar común, fue en compañía de los cuerpos policiacos donde el Moy dio sus primeros pasos en el mundo delictivo.

Estuvo casi dos años dentro de la corporación. Era uno de los patrulleros del primer cuadro de Veracruz.
Enfundado en el uniforme de la impunidad, el Moy se dedicó a la extorsión durante su breve paso por la Policía.
Sus víctimas eran personas comunes que, junto con sus compañeros, detenía en las calles con cualquier pretexto.
Con amenazas y golpizas, hacía que le dieran algo de dinero a cambio de dejarlos en libertad.
También cobraba derecho de piso a franeleros, vendedores de droga y prostitutas que hacían negocio en las calles del centro de Veracruz.

PAYASOS, PIÑATAS Y BRINCOLINES

En ese tiempo nació su hijo, convencido de que quería darle al pequeño todo lo que él no tuvo, Moisés volvió más frecuentes sus corruptelas para conseguir “un dinerito extra”.

Durante los meses donde abusó de su posición de autoridad, el Moy gastó gran parte del dinero que conseguía en regalos para su primogénito.

Llegaba a su casa con bolsas llenas de juguetes que el niño recién nacido no usaría hasta varios años después.
Compró una cuna que apenas cabía en el pequeño cuarto donde vivía, gastó en la mejor ropa, los mejores pañales, la mejor leche.

Cuando se acercaba el primer cumpleaños del niño, el Moy empezó a planear una fiesta en todo lo grande, donde invitaría a todos los vecinos del barrio.

“Vamos a comprar buenos dulces para los chamacos, unas 10 piñatas para que se diviertan, payasos y brincolines”, decía el Moy en aquellos días.

Pero de pronto se quedó sin trabajo, fue expulsado de la Policía y la fiesta nunca se hizo.
Después de cinco cumpleaños el hijo del Moy no ha tenido una fiesta como su padre imaginó, nunca alcanzó el dinero y siempre quedó la ilusión de que la gran celebración pudiera hacerse al año siguiente.

DE "HALCÓN" A "COCINERO"

Con el Moy capturado lo de la frustrada celebración infantil se vuelve más difícil, probablemente no salga hasta dentro de muchos años.

O tal vez nunca vuelva a ver la libertad. Una vecina, que para el Moy es como una segunda madre, teme que muera en la cárcel, cada vez está más enfermo y quién sabe si pueda aguantar.

Pasaron tres años desde que el Moy se integró a las filas de los “Zetas” hasta que lo atraparon.
El primer trabajo que le dieron fue el de “halcón”, pocos meses después de iniciar su trabajo se compró una motocicleta usada para facilitar el trabajo.

Todos en la colonia se enteraron pronto que entre ellos había un criminal pero a nadie pareció importarle.
Nadie le temía al Moy. A los vecinos parecía incomodarles un poco sus visitas, pero no por él, sino por las personas con las que trabajaba.

“Él es un buen muchacho que agarró mal camino, es a donde lo llevó la vida”, dice la vecina que Moy quiere como una madre.
El Tacubayo, el delincuente, era un hombre que nadie conocía. En las calles de la colonia Revolución andaba un muchacho que a veces caminaba de la mano de un niño, le dicen el Moy y todos saben que tiene otra vida.
Al Moy le gustaba platicar lo que vivía, algunos eran adictos a sus historias y cada que se le veía caminando por la calle le pedían que contara la última novedad.

Entusiasmado por la atención contaba lo que podía, en realidad su rango dentro de los “Zetas” no le permitía saber mucho, sin embargo, relataba las historias como si se tratara del delincuente más buscado de la ciudad.
Siempre dejaba algo muy claro: “Nunca he matado, nunca he violado a una mujer”.

“El negocio es el negocio, yo respeto a los jefes, pero no me meto en eso”, insistía.
El último trabajo que tuvo dentro de los “Zetas” fue el de “cocinero”, es decir, los encargados de incinerar los cuerpos de las víctimas hasta no dejar rastro alguno.

Con todo detalle y naturalidad el Moy relataba su faena, en un lugar de la zona rural de Veracruz, cuya ubicación no podía revelar, incendiaba los cuerpos de los enemigos de los “Zetas”.

Después de hacerlos arder, tiraba las cenizas a un río o las enterraba en las cercanías de un huerto. Le daban 8 mil pesos al mes y trabajaba sólo dos o tres veces a la semana.

“Los gordos son los que arden más rápido”, decía con la seguridad de quien tiene la experiencia, “se van más rápido por toda la grasa que traen”, agregaba con una risa burlona.

El Moy se creía poseedor de una vida interesante, tenía delirios de grandeza y quería llegar muy alto en la organización de los “Zetas”.
Ya le habían autorizado un “negocito”. Le dejaron que consiguiera tres muchachas para regentearlas como prostitutas, pero nadie supo si finalmente cumplió su cometido.
“Quiero que alguien escriba un libro sobre mi”, platicaba a un conocido, esperando que algún día se animara a redactar su biografía.
“Yo sé un chingo de cosas como para llenar 500 páginas”, aseguraba.

EL NECIO DECÍA QUE NO...

El viernes 7 de octubre el nombre de Moisés Guzmán Muñoz “el Tacubayo”, se reprodujo en las páginas de los periódicos de todo el País, incluso en algunos del mundo.

Su imagen apareció en las televisiones de millones de personas, su hijo pudo verlo, dos, tres, cuatro veces, conforme la nota se repetía en los telediarios transmitidos a lo largo del día.

Joaquín López Dóriga, conductor estelar del noticiero nocturno de Televisa, el más visto de México, presentó como nota principal la detención del Moy, de sus cómplices y sus rivales.

Los vecinos de la Revolución comentaron la detención a lo largo del día, las señoras no pararon de recordar las anécdotas de la infancia del criminal.

“Durante todo el tiempo le dije que se saliera”, recordó la mujer que el Moy quiere como una madre.

“Pero el necio decía que no, que la única forma de salirse era si lo mataban”, platicó la mujer exacerbada.
Entre sus amigos, conocidos y vecinos, nadie celebra la detención del Moy, pero los alivia.

“Como están las cosas le salvaron la vida, lo queremos, pero que bueno que esté encerrado, al menos va a estar vivo”, expresó uno de sus vecinos y amigo de infancia.

En pocas palabras:
“Quiero que alguien escriba un libro sobre mi... yo sé un chingo de cosas como para llenar 500 páginas”.
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“Los gordos son los que arden más rápido... se van más rápido por toda la grasa que traen”.
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No me importaría morir si no tuviera a mi hijo, ¿quién va a ver por él si me matan?”.

El Moy
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“Como están las cosas le salvaron la vida, lo queremos, pero que bueno que esté encerrado, al menos va a estar vivo”.
Un vecino de El Moy

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