La historia en breve
Ciro Gómez Leyva
El presidente Calderón fue puntual el 23 de junio en el Castillo de Chapultepec al final de aquel extraordinario diálogo sin falsas suavidades, ni trampas ni ánimo de ganar la discusión por ganarla. Mirándolo a los ojos, le dijo a Javier Sicilia: “Aquí nos vemos en tres meses”.
No le puso condiciones, ni exigió buena conducta ni adelantó que invitaría a otros grupos. Simplemente le dijo: “Aquí nos vemos en tres meses”. ¿A qué viene ahora el cambio de señales, el proponer una reunión para el viernes 7 con más organizaciones y tiempo restringido?
Tiene razón Sicilia al sentirse defraudado. Este diálogo es, en esencia, un asunto de confianza mutua, de mexicanos de buena fe que se reconocen en la tragedia.
Aquel 23 de junio vimos al mejor Calderón. A un presidente que se batía para afirmar que, así fuera con piedras, seguiría combatiendo a los criminales. Y sostenía que su gobierno no ha matado a las víctimas por las que habla Sicilia. Y le echaba en cara al poeta que, aun con instituciones podridas, él hubiera hecho lo mismo.
¿A qué viene entonces este entuerto? ¿Es cosa de encuestas? ¿Es la vieja lógica de los regímenes autoritarios que buscan disminuir a un movimiento social? ¿Lo convencieron los duros del gabinete de que, en el momento más delicado, Sicilia y su gente sacarán el “verdadero rostro radical”? ¿O el Presidente se siente menguado después de Monterrey y Veracruz y tiene miedo a un debate como el de hace tres meses y medio?
Será un error ético, y creo que político, incumplir la palabra y darle a Sicilia el trato de “otro cualquiera”. Porque, digan lo que digan los duros, el néctar de este movimiento parido por la muerte de Juan Francisco Sicilia ha sido la vida.
Sigue siendo la vida.
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