Por Lucy Gòmez
Las expresiones de los rostros de los dolientes de Carlos Andrés Pérez, en cola durante horas para darle un adiós emocionado a su líder, se han repetido y al parecer se seguirán repitiendo periódicamente en nuestra historia.
El tránsito de líder adorado, a malo, corrupto y traidor, es moneda corriente en Venezuela, desde que somos República. Sucesivamente y por ejemplo, Páez, Castro, Gómez, Medina, Pérez Jiménez, Pérez y Chávez, han sido adorados, temidos, odiados y luego de su tránsito -falta el del actual Presidente, pero por ese camino irá- elevados a los altares políticos sin mayor profundización. Chávez se ha encargado de volver a descalificar las ejecutorias del “Centauro” José Antonio Páez, que murió en Estados Unidos, alejado de la política, un personaje que había pasado unos años tranquilo en el imaginario popular como héroe de la Independencia, pasadas las pasiones que despertó cuando fue presidente. Ha elevado a Castro, que pasó de sátiro palaciego a precursor del chavismo por aquello de oponerse a la “planta insolente del extranjero” y tratar mal a los banqueros.
Medinistas y adecos se odiaban y no hablemos de aquellos que después que bailaron en las calles de Caracas, cuando se fue “el dictador Pérez Jiménez en la Vaca Sagrada”, se inscribieron en la Cruzada Cívica Nacionalista” porque cuando Pérez Jiménez, había trabajo, se construyó mucho y se dormía con las puertas abiertas”.
El mismo pueblo aplaudió y encumbró a los Notables, quienes insistieron en que Pérez era el símbolo de la podredumbre de la cuarta y activaron su salida de la presidencia. El venezolano de a pie pasó en treinta años, de seguir sus caminatas y ponerle velas a su retrato en sus casas, a aplaudir ferozmente cuando Chávez hablaba de freírle la cabeza a los adecos. Al principio de este gobierno, cuando bajaban de los cerros emocionados, los de franela roja a adorar al Comandante-Presidente, adeco era una mala palabra.
¿Inconsecuencias? ¿Engaños? ¿Líderes a medias? ¿Monstruos y ángeles han presidido, alternándose, a Venezuela?
La historia oficial, de un pueblo noble, trabajador y con espíritu libertario, que ha creído una y otra vez en líderes que no han estado a su altura y lo viven engañando, no me la creo.
De cada uno de estos seres que han sido jefes del país se puede decir algo bueno. Hasta Juan Vicente Gómez tiene su leyenda negra y su leyenda dorada.
Pero, evidentemente, quien no tiene remedio somos nosotros, el pueblo venezolano que corrompe incansablemente con su adoración y su incultura, que le llevan a admitir, propugnar, aplaudir, tolerar, soportar, todas y cada una de las desviaciones por corrupción, autoritarismo, sectarismo e incultura de sus conductores, que además aplaude. Desde mediados del siglo XX, no solamente los sigue en montonera, sino que inclusive los elige.
Chávez tiene mucha culpa de la inseguridad y la inflación para hablar solo de dos males terribles de la Venezuela de nuestro tiempo, pero, ¿y los chavistas?
¿Qué pasó con lo adecos -venezolanos, no extraterrestres-, que prefirieron acabar con la democracia como la conocíamos porque así acababan con Pérez?
Hoy Chávez, con un país dividido, se enfrenta a acusaciones de corrupción, ineficiencia, traición a la patria, entrega del territorio nacional.
Nada ha variado.
No son ellos. Somos nosotros que los aupamos, los votamos, les reímos las gracias y los robos.
Y nunca, con la cabeza fría escogemos, siquiera para variar, a un administrador antipático, a un profesor emérito, a un alcalde exitoso por su experiencia de treinta años en el cargo (¿habrá alguno?). No sé, a un tecnócrata. No, lo nuestro es ir siempre detrás de un iluminado, generalmente gente incómoda, inculta, poco acostumbrada a las negociaciones de la democracia y con un sanedrín detrás, que a la hora de las chiquiticas es el que manda.
Salgamos de los libertadores y de los héroes, que no nos convienen en absoluto.
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