28 octubre, 2011

La guerra nuclear de Fidel Castro

Por Pedro Corzo

El Nuevo Herald

El desplazamiento en Cuba de cohetes con capacidad nuclear era una lógica consecuencia de la visión mesiánica y redentora que Fidel Castro tiene de sí mismo.

Las ambiciones de extender su poderío y de retar a Estados Unidos pusieron al mundo al borde de una conflagración nuclear en octubre de 1962. Castro se situaba en el núcleo de la Guerra Fría, no por presión del gobierno de Washington, sino por su decisión y la colaboración de todos sus subordinados.

Por su parte, Nikita Kruschev, jefe del Kremlin, deseoso de extender el comunismo a todo el orbe, vio en Castro un aliado vital e inició una política de subsidios económicos para garantizar el respaldo del déspota insular en todos sus planes de expansión.

Pero la sumisión de Castro a Moscú, no fue por consecuencia de la ayuda económica. El dictador convirtió a Cuba en una base de cohetes con capacidad nuclear y condujo al mundo al borde de una conflagración atómica, porque realizaba el sueño supremo de un iluminado, situarse en una posición cimera de poder, a la vez que se convertía en la pesadilla más atormentadora de la Casa Blanca.

La falta de escrúpulos del dictador y sus ambiciones no conocían límites. Había decidido por tal de ocupar una posición clave en la política mundial, sin consultarlo con el pueblo, arriesgarlo todo, incluyendo la supervivencia de los habitantes de la isla.

El frenesí destructivo del dictador cubano llegó a tal paroxismo que escribió a Nikita Kruschev, en el momento más álgido de la crisis: “Si el segundo escenario es implementado y los imperialistas invaden a Cuba con el objetivo de ocuparla, el peligro que esa política agresiva representa para la humanidad es tan grande que tras tener lugar ese hecho la Unión Soviética no debe nunca permitir circunstancia alguna en que los imperialistas puedan ser los primeros en lanzar un ataque nuclear contra ella... Le manifiesto lo anterior porque yo creo que la agresividad de los imperialistas es extremadamente peligrosa y que si ellos de hecho llevan a cabo el acto brutal de invadir a Cuba en violación de la ley y la moral internacional, ese sería el momento para eliminar tal peligro de una vez y para siempre a través de un acto de legítima defensa, y aunque se trataría de una solución dura y terrible no hay otra alternativa”.

Ernesto “Che” Guevara viajó al frente de una delegación militar por segunda vez a Moscú para iniciar conversaciones sobre el establecimiento de armas nucleares en Cuba. Posteriormente visitó la URSS Raúl Castro, quien dio los toques finales al acuerdo, por supuesto con la total anuencia de su hermano Fidel.

Kruschev y Castro acordaron, junto con sus respectivos jefes militares y políticos, situar en Cuba 24 misiles R-12 de alcance medio, que podían llegar hasta 1,690 kilómetros, y 16 misiles intermedios R-14, con un alcance de 3,380 kilómetros. El plan establecía desplazar en la isla unos 44,000 militares, varios miles de trabajadores civiles y una base naval soviética para barcos de superficie y submarinos capaces de portar misiles nucleares.

En los momentos determinantes de la crisis se estableció, según varios informes, que los soviéticos habían logrado llevar a Cuba un total de 162 ojivas nucleares, entre ellas cerca de 100 del tipo táctico. Posteriormente han surgido versiones de que las fuerzas soviéticas usarían en principio las ojivas tácticas en caso de que se produjera un desembarco estadounidense en la isla.

Estados Unidos detecta las bases y misiles entre los días 14 y 15 de octubre. El 22 el presidente John F. Kennedy se dirige a la nación y anuncia la grave situación que se enfrenta. Ordena un bloqueo naval a Cuba, el 27 una batería de cohetes antiaéreos operada por soviéticos, no por cubanos como gustaba decir la mitología castrista, derribó un avión U2, causando la muerte de su piloto, Rudolph Anderson.

Se inició un duro proceso de negociaciones. Fuertes tensiones, intereses nacionales, egos personales, un coctel explosivo y peligroso en el que el futuro de la humanidad estaba en juego.

Kennedy y Kruschev, independientemente de las valoraciones históricas que merezcan cada uno, acordaron concluir la crisis. Sin embargo, Fidel Castro insistió en la confrontación, acusó a Kruschev de traidor, rechazó la inspección de una delegación de Naciones Unidas in situ; en resumen, hizo todo lo posible porque la crisis se prolongara, para que la desconfianza obligara a actuar a uno de los protagonistas y lanzara los primeros misiles. Su intransigencia conducía al holocausto nuclear. El fin de todos, si él dejaba de ser el centro.

El autor es periodista de Radio Martí.

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