Armando González
A 14 meses de la próxima elección presidencial, mientras 9 aspirantes republicanos definen sus posiciones buscando el favor de los votantes, el presidente Obama, aparentemente sin competencia para su nominación, ha emprendido su campaña desde la Casa Blanca.
Bajo condiciones adversas, una mala economía y encuestas preocupantes, el Presidente no ha vacilado en recurrir al arma política más peligrosa: la lucha de clases. Se trata de una táctica demagógica. Generar resentimientos como instrumento político. Provocar al “pobre” contra el “rico” para buscar ventajas electorales a corto plazo, sin considerar que la lucha de clases, una vez desatada, no termina con las elecciones. Es un cáncer social que, una vez generado, se convierte en un tumor permanente en el alma americana.
Y todo por ganar una elección.
Para los cubanos exiliados, el presenciar la lucha de clases como instrumento político nos trae a la mente la versión castrista que, en 1959 y 1960, se usó para fomentar el odio entre los cubanos. Para debilitar la oposición al plan marxista que comenzaba a desarrollarse. Nos recuerda a Fidel Castro, en la cima de su popularidad, refiriéndose a las damas de la sociedad como “las señoronas”. A cualquier dueño de propiedad rural como “latifundista”. A cualquier miembro o partidario del gobierno derrotado como “esbirro”. A cubanos prominentes que, como Felipe Pazos, Rufo López Fresquet y otros, que integraron el Gabinete original y pronto lo abandonaron, como “los sesudos”. Las circunstancias y la geografía podrán ser diferentes. Pero la vil táctica de lucha de clases es la misma.
Y, si después del párrafo anterior, los obamistas que puedan leer esta columna se sienten ofendidos, quizás sea apropiado que reflexionen y piensen en la táctica que su líder ha puesto en práctica. Y consideren si vale la pena causar un serio daño al alma de un pueblo con tal de ganar una elección.
Obama da la impresión, de acuerdo a muchos observadores, de no tener idea de cómo cambiar la dirección del país. Las cosas siguen cuesta abajo y todo lo que al Presidente se le ocurre es presentar un “nuevo” plan al Congreso en televisión nacional sin explicar cómo va a pagar por él y, diez días después, en un discurso en el Rose Garden de la Casa Blanca, presentar un plan de financiamiento que haría reír a cualquier banquero que se respete.
Steven Thomma, de McClatchy News Service, en un reportaje publicado en The Miami Herald dos días después del discurso presidencial, apuntó los errores de los cálculos presidenciales, y los resumió así: “Las rebajas de presupuesto del Presidente son de $580,000 millones, o 39 centavos por cada dólar de aumento de impuestos”. Recuerden los lectores que el aparato de propaganda demócrata promovió el plan presidencial como “rebajando $3 por cada $1 adicional de impuestos”.
Pero el Presidente funciona así. Su instinto es el de “repartir la riqueza”, como si fuera suya. Y, de paso, inyectar la retórica de lucha de clases para despertar los peores sentimientos de aquellos que ocupan los más bajos estratos socioeconómicos. ¿Cuántas veces han oído ustedes al Presidente y su séquito decir que la secretaria de Warren Buffett paga una tasa de impuestos más alta que su jefe? Pero eso, simplemente, no es cierto. Es más, es absurdo.
Los datos más recientes del Internal Revenue Service (IRS) muestran que, como promedio, los contribuyentes con ingresos anuales superiores a $1 millón pagan impuestos federales sobre ingresos de 23.3%. Los que ganan entre $500,000 y $1 millón pagan 24.1%. Eso, como apunta The Wall Street Journal, “es más del doble que el 8.9% promedio que pagan los que ganan entre $50,000 y $100,000 y más del triple que el 7.2% promedio que pagan los que ganan menos de $50,000”.
Las cifras son claras, pero al Presidente le conviene crear la confusión para sus propósitos. Para seguir fomentando la lucha de clases, para despertar los peores instintos entre la ciudadanía.
Para el presidente Obama, la creación de puestos de trabajo es algo secundario, como también lo es la reducción del déficit. Lo principal para él es “equidad”, fairness. El Presidente ve a los ciudadanos más acaudalados no como gente que trabaja duro y tienen iniciativa. Él los ve como gente que explotó a los demás o, al menos, tuvieron más suerte. Son los ganadores de la lotería de la vida. Por lo tanto él considera que su trabajo es remediar esta “injusticia”. Y si eso requiere lucha de clases, si eso requiere echar a pelear una clase de americanos contra otra, que así sea.
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