Armando González
Este título, que presume una operación militar, me vino a la mente al pensar en la ironía de una contradicción. Durante la presidencia de George W. Bush, la estrategia del ataque preventivo fue bautizada por la prensa como the Bush Doctrine. ¿El objetivo? Anular al enemigo antes que pueda causar daños. ¿La ironía/contradicción? La izquierda ha emprendido una versión política de t he Bush Doctrine: causémosle daño político al senador Marco Rubio antes que sea él quien no los cause.
El pasado jueves 20, el periódico The Washington Post publicó un artículo con la firma de su reportero Manuel Roig-Franzia que debe terminar como una vergüenza para la profesión y una mancha más en la reputación de uno de los principales diarios del país. El artículo alega que el Sen. Marco Rubio (R-Fla) “embelleció” los hechos acerca de la salida de sus padres de Cuba y los conformó para lograr el mayor beneficio político de su historia personal.
El artículo del Post es un ejemplo clásico de cinismo reporteril. Un político logra popularidad y cuenta su historia personal que solidifica su popularidad. Como resultado, alguien está desesperado por ponerle un traspiés y bajarlo del estrado. Ese alguien puede ser el reportero o el que le dio la idea al reportero. Como quiera que Marco Rubio es republicano, conservador e hispano, es notable que, hasta ahora, se ha librado de la acusación de “traidor a su gente” que es tan común cuando un miembro de una minoría racial o étnica se aparta del rebaño donde la izquierda pastorea a los “inferiores” que necesitan de su guía para sobrevivir.
En el caso del artículo en cuestión, está claro que el objetivo del artículo es destruir el “mito” que Marco Rubio es hijo de padres que escaparon de la dictadura castrista. Pero Marco Rubio nunca ha propugnado ese mito. Esto esta más que claro en un artículo posterior publicado por The Miami Herald y El Nuevo Herald donde se destruye el castillo de naipes creado por The Washington Post que afirmó que Rubio quería que la gente pensara que sus padres eran refugiados políticos.
Bob Sánchez, ahora con el James Madison Institute en Tallahassee, y quien, durante años, fue miembro de la junta editorial de The Miami Herald, declaró a la prensa: “Cualquier político que reciba atención nacional por primera vez debe esperar recibir un intenso escrutinio. Eso es lógico. Sin embargo, si ese político es un conservador, el ‘escrutinio’ puede ser un artículo desfavorable en la prensa liberal”. “El artículo” –continuó Sánchez– “será particularmente desfavorable si ese político es miembro de una minoría racial o étnica cuyos miembros se supone que mantengan una lealtad digna de ovejas a la ortodoxia liberal que mantiene a estas minorías en un estado de dependencia de programas del gobierno”.
La conclusión inevitable de esta “operación” es que la izquierda le teme a Marco Rubio y su futuro político. Esto también explica el esfuerzo del ex presidente Clinton en las elecciones congresionales de noviembre pasado para convencer a Kendrick Meek que renunciara a su aspiración senatorial y le limpiara el camino a Charlie Crist. Pero ninguno de esos esfuerzos pudo detener el paso triunfador de un joven abogado de padres cubanos que ha encontrado su vocación política y está triunfando en su práctica.
Es justo reconocer, sin embargo, que el Sen. Rubio y su staff deben ser más cuidadosos con la historia que sale de sus oficinas. Marco Rubio debe saber, como buen conservador que es, que “no está jugando en un terreno nivelado”. Sus triunfos políticos van a ser atacados no solo por el otro partido sino también por los aliados ideológicos demócratas en la prensa nacional, que se han convertido de informadores imparciales en tropa de choque a favor de los intereses del partido de izquierda. ¿Se imaginan los lectores si el mismo nivel de escrutinio aplicado al Sen. Marco Rubio le hubiera sido aplicado al Sen. Barack Obama en su aspiración presidencial? Al Sen. Rubio le cuestionan la fecha en que sus padres salieron de Cuba. A Barack Obama nunca le cuestionaron sus amistades de extrema izquierda, su ministro religioso, sus récords académicos y tantas otras cosas que se han mantenido en la oscuridad.
Al final, dos cosas se reconfirman: el Sen. Rubio debe asegurarse que la información que genere su oficina es clara y sin contradicciones. Y su partido debe ofrecerle su pleno respaldo en la lucha contra una prensa ideológicamente entregada al otro lado.
Lo otro que se reconfirma: el llamado mainstream press está, irremediablemente, ubicado en la izquierda del espectro político, el “amorío baboso” que describió Bernard Goldberg. Esta desgracia se ve exacerbada en el caso Rubio por una indescriptible ignorancia de lo que significa ser y sentirse exiliado político. Marco Rubio es hijo de exiliados políticos porque Oria y Mario Rubio así lo sintieron. Así lo vivieron. Y así se lo inculcaron a sus hijos.
Y, quien no entienda eso, que viva con su condena.
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