Como una extensión de la disputa entre chiítas y sunitas, la "guerra fría" entre Riad y Teherán lleva años. Irán busca ahora ganar espacio tras el vacío de poder que dejó la Primavera Árabe y la retirada de EEUU de Irak.
El fiscal general Eric Holder anunció que el FBI logró desbaratar un complot para atentar contra el embajador de Arabia Saudita en los EEUU. El plan incluía la posibilidad de atacar las embajadas de ese país y de Israel en Washington, y hasta manejaba la opción de repetir sendos ataques en las sedes diplomáticas en Buenos Aires.
El hasta ahora único detenido por el caso, Mansor Arbabsiar, quien aparece como el encargado de organizar y perpetrar los atentados, confirmó que respondía a órdenes del partido gobernante iraní, pero no precisó cuáles serían los motivos.
Sin referencias claras ni confesiones, los medios de comunicación buscaron respuestas en analistas. Y los expertos no dudaron en identificar cuáles serían las motivaciones de Teherán: dar un golpe a los dos aliados más fuertes que tienen los Estados Unidos en Medio Oriente.
Las tensiones de Irán y Arabia Saudita datan de muchos años, pero se vieron alimentadas en los últimos meses por las revueltas en el mundo árabe. Las diferencias culturales y religiosas entre las facciones de Teherán (de mayoría persa y chiíta) y Riad (árabe y sunita) explican esa polaridad sólo en parte. Las verdaderas razones, dicen los especialistas, están en la "guerra fría" que protagonizan por la influencia en la región.
La delicada situación diplomática que vive Israel -peleada con muchos de sus vecinos y abocada a la discusión por un Estado palestino- y la caída de Hosni Mubarak en Egipto alteraron el equilibrio que se había logrado en la región. A ello se suma que la monarquía saudita -el tercer socio fuerte de Washington- parece demasiado ocupada en evitar que estallen protestas similares a las que dieron origen a las revueltas que comenzaron en Túnez y se extendieron a otros países. Y ese escenario se completa con el previsible retiro de tropas de los EEUU de Afganistán y más adelante de Irak. En ese terreno es donde Mahmoud Ahmadinejad busca sacar ventaja.
Mientras reprimía a su oposición interna, el régimen de Teherán alentó las protestas en países que considera rivales. En cambio, cuando las manifestaciones se hicieron oír en alguno de sus pocos aliados, como el caso de Siria, no dudó en calificarlas de desestabilizadoras e incluso ayudó a responder a ellas con la violencia militar. Ese comportamiento fue denunciado por el grupo de monarquías del Golfo Pérsico, que le exigieron que termine con la "interferencia intolerable".
Los analistas señalaron que, en medio de ese panorama, el objetivo de Irán es debilitar a Arabia Saudita, que se perfila como el nuevo polo de poder fuerte en la zona, aliado a Occidente. El asesinato de su embajador en Washington y el ataque en alguna de sus embajadas hubiera significado un revés importante. Probablemente eso habría desencadenado un conflicto armado, en donde Irán -apoyado en el temor que infunde su sospechoso plan nuclear- cree incluso que podría contar con el apoyo de sus aliados de Rusia y China.
En ese contexto, la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, apuntó, tras conocerse el complot, a "enviar un fuerte mensaje a Irán y aislarlo más de la comunidad internacional", aunque sin dar mayores precisiones. Medios estadounidenses aseguraban que Washington buscará nuevas sanciones en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas así como sanciones unilaterales por parte de sus aliados, desde Australia hasta Europa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario