Como es bien sabido, en el siglo XVI el límite norte de la colonia holandesa (New Amsterdam) estaba protegida de los ingleses por una pared (Waal Straat) y desde fines del siglo XVIII fue el lugar donde se concretaban operaciones mercantiles de envergadura, lo cual dio origen al New York Stock Exchange que constituyó el ejemplo más acabado del mercado de capitales mundial. Es de allí donde en gran medida se desenvolvieron los empresarios más activos y prósperos del planeta.
Sin embargo, con el tiempo muchos empresarios en Estados Unidos se fueron convirtiendo en aliados del poder de turno financiando campañas de quienes en su momento les asegurarían privilegios y prebendas de diversa magnitud, con lo que terminaron haciendo negocios en los despachos oficiales. Obtuvieron así todo tipo de subsidios, “salvatajes” y mercados cautivos en detrimento de la gente. La evolución del cuadro de resultados en competencia fue sustituida por el favor gubernamental y regulación ajustada a los atropellos y artimañas de los capitostes de bancos, industrias y comercios.
Ahora nos encontramos con protestas en Wall Street y en las ciudades más importantes del orbe de jóvenes desilusionados y frustrados que en parte les asiste la razón, solo que apuntan a un blanco equivocado: creen que los resultados de esta alianza nefasta entre el poder político y los así llamados empresarios son consecuencia del capitalismo. En este sentido, los manifestantes de marras se pronuncian enfáticamente “contra el lucro”, reniegan de “la especulación” y demandan que las autoridades “supriman los mercados”.
En una sociedad abierta, el sistema de ganancias y pérdidas es la brújula que asigna los siempre escasos factores productivos hacia las áreas demandadas por los consumidores y no son fruto de la arbitrariedad de los aparatos estatales como hoy ocurre en gran medida. Por su parte, la especulación es consubstancial a toda acción humana en cuanto a que significa que siempre se conjetura pasar a una situación mejor: los indignados naturalmente especulan con que sus demandas serán escuchadas y quien esto escribe especula con que lo dicho resultará claro y convincente. Por último, aludir a los mercados no es más que otro modo de referirse a lo que la gente vota diariamente en los plebiscitos del supermercado y equivalentes.
Tanto en Estados Unidos como en Europa se han ido acumulando promesas inauditas de imposible cumplimiento. En el primer caso, actualmente de cada dólar gastado por el gobierno 42 centavos son deuda en un contexto en el que se ha duplicado el gasto de la administración central en la última década y con un déficit del 14% del PBI. En realidad, la reciente disputa por el límite de la deuda no significaba un default técnico puesto que al momento los ingresos mensuales son de 200 billones (norteamericanos) y el servicio de la deuda es de 29 billones. Por ende, si se incluyen los pagos al sistema de seguridad social, a la medicina y los militares aún quedan 66 billones mensuales para asignar a fines que más temprano que tarde deberán recortarse drásticamente.
En ese país, además de las erogaciones domésticas, los gastos militares resultan astronómicos debido a la manutención de 700 bases militares en 120 países, además de los frentes de batallas, a contramano de lo señalado reiteradamente por los Padres Fundadores (incluyendo en Gral. Washington). Tal vez quien resumió mejor la tradición estadounidense en materia militar ha sido John Quincy Adams mientras fue secretario de estado (luego presidente de esa admirable república): “América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia para todos. Es el campeón solamente de las suyas. Recomienda esa causa general por el contenido de su voz y por la simpatía benigna de su ejemplo. Sabe bien que alistándose bajo otras banderas que no son la suya, aún tratándose de la causa de la libertad extranjera, se involucrará más allá de la posibilidad de salir de problemas, en todas las guerras de intrigas e intereses, de la codicia individual, de la envida y de ambición que asume y usurpa los ideales de libertad. Podrá se la directriz del mundo pero no será más la directriz de su propio espíritu”.
Por su parte, la monumental “ayuda externa” ha servido para consolidar gobiernos corruptos y políticas absolutamente contraproducentes tal como lo señalan economistas de la talla de Ana Schwartz, Peter Bauer y Melvin Krauss y tal como lo expone enfáticamente Dambisa Moyo en su reciente libro sobre la materia (nacida y criada en Zambia, con una maestría en administración pública en Harvard y un doctorado en economía de Oxford).
No deben echarse en saco roto las manifestaciones de “los indignados”. El que estas líneas escribe también está indignado, el asunto es dirigir los dardos a los blancos adecuados si se pretende revertir el grave estado de cosas que nos conmueven. En no pocos medios académicos se viene debatiendo la necesidad de reconsiderar el sistema bancario de reserva parcial manipulado por la banca central que mantiene en vilo a todo el sistema financiero cada vez que tiene lugar un cambio en la demanda de dinero. Asimismo, se discuten sistemas alternativos a la llamada seguridad social puesto que los estatales existentes en Europa y en Estados Unidos nacieron quebrados a la luz de un elemental análisis actuarial. Varios de los candidatos a la presidencia por parte de los republicanos estadounidenses están considerando estos y otros asuntos vitales, tales como Ron Paul y Herman Cain. Ocurre lo mismo en algunos ámbitos políticos alemanes. Es de esperar que puedan modificarse a tiempo las medidas que permitieron un Leviatán adiposo e ineficiente que afecta especialmente a los más necesitados.
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