QASR ABU HADI, 5 octubre 2011 (AFP) - El pueblo de Muamar Gadafi, mimado otrora con una autopista de doble vía con alumbrado eléctrico, casas señoriales y depósitos de agua en los campos, prohibidos en cualquier otro lugar de Libia, sufre ahora la revancha de los combatientes del nuevo régimen.
Al cabo de dos días de violentos combates, las fuerzas del nuevo régimen tomaron el lunes el control de Qasr Abú Hadi, a unos veinte kilómetros al sur de Sirte, uno de los últimos bastiones del antiguo régimen que asedian desde mediados de septiembre.
Para algunos de esos combatientes llegados en particular del enclave de Misrata ha llegado por fin la hora de la revancha antes de tomar Sirte, a 360 al este de Trípoli.
Numerosas casas fueron saqueadas, según un periodista de la AFP en el terreno.
Nada más bajar de sus vehículos todoterreno, grupos de hombres armados tomaron posesión del pueblo natal del derrocado “Guía”, registrando las casas, robando e incendiando algunas, sin preocuparse por la presencia de periodistas.
La práctica no es excepcional. En su inexorable movimiento hacia Sirte, las fuerzas del nuevo régimen cometieron este tipo de atropellos en algunas localidades que les eran claramente hostiles, como Ben Jawad o Turgha.
Pero en Qasr Abu Hadi dieron rienda suelta a su odio contra el “tirano” y sus “acólitos”, es decir los miembros de su tribu, los Gadafa, mayoritarios aquí.
En tanto continúan las “operaciones de limpieza” y cuando aún se escuchan ráfagas intermitentes, los combatientes van “allanando” las casas abandonadas, bajo la mirada resignada de los escasos habitantes que no huyeron.
“Somos todos Gadafi. Aquí todos apoyan a Gadafi”, reconoce Mohamed, un hombre de unos treinta años con una camiseta y un gorro del Inter de Milán. “Me quedé para proteger mi casa. Desde ayer han venido cuatro veces para tratar de apoderarse de mi coche”.
“Los rebeldes de Bengasi (este) son más o menos correctos. Pero los de Misrata saquean y queman las casas”, denunció. “Llegaron para vengarse”.
Alí Omar Abdelrahman muestra su casa de dos pisos, en un barrio aledaño a una inmensa base militar donde aún flamean numerosas banderas verdes del antiguo régimen.
Los aposentos de su padre en la planta baja, fueron arrasados completamente. La habitación de la familia en el primer piso, fue saqueada. Los roperos reventados y las camas volcadas indican que los saqueadores buscaban dinero o joyas. El televisor desapareció.
Empleado de la Sirte Oil Comany, Alí se refugió en el desierto hace cinco días, “cuando los combates se hicieron demasiado intensos”. Ahora vuelve para constatar los daños.
Un todoterreno con hombres armados irrumpe a toda velocidad. Al ver un automóvil civil se detienen bruscamente, interesados por el precioso vehículo. ¿Qué están haciendo aquí?” grita uno de ellos. El periodista explica y los hombres parten haciendo chirrear los neumáticos del todoterreno.
Poco después, un poco más lejos, el mismo grupo dispara con sus Kalashnikov contra una fachada mientras derriban a patadas la puerta de entrada.
A la vuelta de una esquina, un militar con un hacha en la mano increpa a Alí Omar: “¿Nunca te enseñaron a saludar?”. Temblando, el hombre prefiere volver al desierto.
Al apoderarse de la aldea, los anti Gadafi estrechan el cerco a Sirte, cuya caída, según afirman, es sólo cuestión de días.
“Pero los saqueos, eso no está bien”, reconoce uno de sus jefes, originario de Bengasi. “Los de Misrata quieren vengarse, pero nosotros no queremos participar en esto”.
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