16 octubre, 2011

Sin creerle a la tele

Análisis & Opinión

Yoani Sánchez

Yoani Sánchez es Licenciada en Filología. Reside en La Habana, Cuba, es una de las blogueras más destacadas en el mundo de habla hispana. Entre otras distinciones, por su trabajo en el blog Generación Y, ha recibido los premios Ortega y Gasset (2008), 25 Mejores Blogs Time-CNN (2009), María Moors Cabot (2009) y Príncipe Claus (2010), éste último, por haber sido seleccionada entre los 60 heroes de la libertad de expresión por el Instituto Internacional de Prensa (IPI), con sede en Viena, Austria.

Muchas veces me quejo de ese gordito autosuficiente que –en cada casa cubana– es el televisor y de su excesiva influencia en nuestras vidas. Esta semana, por ejemplo, la programación nocturna ha estado saturada de mensajes políticos que luego escuchamos repetidos en las escuelas, los centros laborales, los radios de las oficinas… en la infinita espiral de la propaganda ideológica.

Pero en medio de esa sobredosis de consignas que salen de los altavoces, también uno puede encontrarse con gente que no ve el noticiero nacional desde hace meses o que no recuerda cuándo fue la última vez que hojeó un Granma. Son quienes llevan una vida paralela a esa otra difundida por la pantalla oficial, quienes se han vacunado por voluntad propia contra los excesos del discurso hegemónico.

Me alivia la suspicacia creciente con que tantos compatriotas reciben las noticias u opiniones difundidas por los canales legales. Ya no es solo a la hora de evaluar las engordadas cifras de producción agrícola, sino que tal desconfianza se extiende a las notas sobre relaciones exteriores, el estado físico de alguna figura pública o un simple comentario deportivo.

Cada día más cubanos dudan de lo que les dicen, comienzan a leer entre líneas, a interpretar al revés las informaciones de los medios nacionales. El descreimiento ha llegado al punto de descifrar el insulto como halago y viceversa.

Me alivia la suspicacia creciente con que tantos compatriotas reciben las noticias u opiniones difundidas por los canales legales.

Los satanizados por las publicaciones partidistas se convierten así en seres admirados –aunque sea en voz baja– y hasta los defenestrados del aparato gubernamental adquieren cierta aureola atrayente.

Conociendo ese peculiar fenómeno de reinterpretación, no me sorprende nada la cantidad de personas que me han llamado para saber sobre la salud de Laura Pollán. Reconforta el alto número de amigos y de curiosos que han pasado frente a la sala del Hospital Calixto García, donde está ingresada por un cuadro respiratorio agudo.

Si tenemos en cuenta todos los insultos, los improperios, las mentiras, que han dicho de esta mujer en la televisión oficial, resulta reveladora la reacción de tantos cubanos solidarizándose con ella. Las decenas de SMS transmitiendo los partes médicos sobre la líder de las Damas de Blanco, los rezos en las capillas de toda Cuba y el aliento de tantos otros activistas pacíficos, es el mayor tapabocas a ese personaje chillón que –en nuestras salas– lanza una perorata en la que ya no creemos.

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