Un marfileño está condenado por ayudar a Amanda Knox en el crimen del que fue absuelta
PABLO ORDAZ Y LUCIA MAGI
Ya se han apagado los focos en Perugia. Amanda Knox está sentada sobre la hierba de Seatle y su exnovio Raffaele Sollecito mira al Mediterráneo en su pueblo del sur de Italia. La madre de Meredith Kercher -la muchacha inglesa de 21 años asesinada de 43 puñaladas el 1 de noviembre de 2007- ha regresado a casa con las manos vacías de justicia. Un tribunal de apelación de Perugia acaba de absolver a Amanda y a Raffaele por el asesinato de su hija. Fueron detenidos poco después del crimen y condenados en 2009 a 26 y 25 años de prisión, respectivamente. En total, han pasado en la cárcel -bajo el estigma de asesinos- cuatro años de sus jóvenes vidas. La pericia de los abogados y, sobre todo, el potente foco aplicado a las lagunas de la investigación por las principales cadenas de televisión internacionales han logrado el vuelco del caso. Una buena historia para Hollywood. Salvo que al final de una galería del penal de Mammagialla, en Viterbo, en una de las literas triples dedicadas a los reclusos de largas condenas, sigue encerrado Rudy Guede.
Joven, negro, con antecedentes penales. La tarde del 2 de noviembre de 2007, unas horas después de que Meredith fuera encontrada muerta en la casa que compartía con Amanda y dos muchachas más, Rudy Guede era el sospechoso perfecto. Tan consciente era de su situación que Rudy, nacido en Costa de Marfil hace ahora 24 años, ni intentó negar ante la policía su presencia en la casa en el momento del crimen. "Rudy reconoció", explica su abogado, Walter Biscotti, "que estaba en la habitación de Mez [así llamaban a Meredith] intercambiándose efusiones y caricias. Se habían conocido la noche anterior. Estaban solos en la casa. Luego él entró en el baño y, al ir a ponerse los cascos del iPod, oyó a Amanda, que acababa de llegar a casa, hablar de manera vivaz con Mez. Pensó que se trataba de discusiones entre las dos compañeras de piso y se puso a escuchar música mientras hacía sus cosas en el baño. Por eso se encontraron restos suyos allí. Al cabo de unos 10 minutos escuchó un grito fortísimo, salió del baño deprisa y vio a un hombre salir de la casa. Rudy", sigue contando su abogado, "corrió hacia Mez y se dio cuenta de que había sido degollada. Le puso una toalla alrededor del cuello y, yendo hacia la puerta, vio a Amanda que huía".
Los jueces no le creyeron. La sentencia que le condenó en primera instancia a 30 años -Rudy aceptó un juicio rápido y fue juzgado al margen de Amanda y Raffaele- atribuyó a un "juego erótico" de consecuencias fatales lo que sucedió aquella noche de noviembre en Perugia. Rudy y Raffaele sujetaron supuestamente a Meredith mientras Amanda la degollaba con un cuchillo. La sentencia que condenó a Rudy -y que en segunda instancia fue rebajada a 16 años de prisión- lo hizo por "violencia y concurso en homicidio". Por tanto, si ahora resulta que Amanda y Raffaele no mataron a Meredith, ¿cómo pudo Rudy ayudarles a hacerlo?
El martes, unas horas después de la sentencia, Rudy habló con Ivano Peduzzi, consejero regional del Lazio por el Partido de Refundación Comunista. Peduzzi suele darse todos los meses un paseo por las cárceles para supervisar las condiciones de vida de los internos. El martes se acercó a la de Mammagialla y allí se encontró con Rudy comentando la absolución de Amanda y Raffaele con otros reclusos: "Lo encontré aseado, sin barba, limpio, pero triste. No movía ni un músculo de su rostro, estaba como perdido. Repetía como un mantra la misma frase: 'No tiene sentido ser condenado en concurso con nadie, pero yo sigo adelante, no tiro la toalla, tengo que ser optimista'. Los otros presos y los guardias hacían bromas sobre el hecho de que Amanda se hubiera marchado tan pronto de Italia, para no volver jamás, 'ni de coña', decían. Pero él ni sonrió. Siguió sin mover un músculo de la cara". Los funcionarios de la prisión le contaron a Ivano Peduzzi que, la noche anterior, Rudy Guede vio la retransmisión en directo del fallo del tribunal de apelación y que, a la mañana siguiente, se encerró en su celda con los periódicos: "Ni siquiera desayunó".
Durante el proceso, Rudy Guede cambió varias veces su versión. No fue el único. También Amanda lo hizo. La primera madrugada en comisaría -entre el 5 y el 6 de noviembre- firmó una declaración en la que dijo que se había encontrado en la calle con el congolés Patrick Lumumba
[que era el dueño del pub donde ella trabajaba de camarera] y juntos habían alcanzado a Mez en casa. Según Amanda, ella se quedó en la cocina, mientras que Lumumba se había metido en la habitación con Meredith. De repente, oyó un grito que llegaba de la habitación de Mez y vio a Lumumba huir... La policía detuvo al congolés, pero enseguida lo puso en libertad al comprobar que la acusación era falsa. Amanda se retractó y fue cambiando de versión hasta la definitiva: había pasado la noche en casa de Raffaele y, a las 10 de la mañana, se levantó y fue a su casa. Al encontrar la habitación de Meredith cerrada con llave y sangre en el suelo, se asustó y fue a buscar a Raffaele. Fue al regresar cuando llamaron a la policía...
Ya han pasado casi cuatro años del asesinato de Meredith. Amanda ha vuelto a sentarse sobre la hierba de Seatle y Raffaele a ver el mar. Mientras, en su celda de triple litera, Rudy Guede confía en obtener la libertad también. Pero los focos de la atención internacional se han apagado ya en Perugia. Y es muy difícil que vuelvan a encenderse por la suerte de un pobre diablo nacido en Costa de Marfil.
El chico que decía trabajar para Armani
"Se creaba un personaje con cada persona que conocía. Perugia es una ciudad llena de estudiantes y la gente de un año no es la del siguiente", comenta Carlos, que conoció a Rudy Guede durante su Erasmus. Lo describe como espontáneo, dicharachero y divertido, vestía con aire rapero y hablaba en inglés, aunque llevaba años en Italia. Acudió a fiestas con el grupo de erasmus españoles a los que conoció porque vivía en el mismo edificio que dos de ellos. Contó que era ingeniero, que había nacido en Sudáfrica y que trabajaba con Armani, para el que diseñaba un sistema de microrrobótica destinado a regular la iluminación de los desfiles.
El día después del asesinato de Meredith, Rudy se fue de la casa. A nadie le extrañó, porque con frecuencia desaparecía para ir a Milán; por su empleo con Armani, decía. La policía llamó a declarar a los jóvenes españoles. "Vinieron a la casa y lo acordonaron todo", cuenta Carol. "Cuando les contamos lo que sabíamos de él, los policías se echaron a reír, insinuando que éramos unos ingenuos".
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