Por Gabriela Pousa
Muchas veces tuve en cuenta una frase de Oscar Wilde advirtiendo que debe tenerse “cuidado con lo que se desea porque uno puede llegar a conseguirlo”. No tengo duda que Cristina Fernández de Kirchner descuidó en algún instante de zozobra uno de sus deseos. O quizás buscó las consecuencias, a sabiendas que no hay oposición capaz de limitarla y mucho menos, sacar rédito político.
Posiblemente no esperaba tanta proximidad entre las elecciones y los cataclismos, pero tiene una ventaja sobre los episodios vividos por la ciudadanía en la última semana: maneja con habilidad indiscutida las herramientas populistas. Esa capacidad le otorga, en medio de una pasajera tempestad, la calma necesaria para reponerse del sacudón y centrar el eje de su “nueva gestión” con miras al 2012.
Porque, si bien se mira, los avatares que tienen al dólar como protagonista pueden ocupar portadas enteras de los medios y agitar la city porteña, pero no desvelan ni son de incumbencia para la gran mayoría de los argentinos que siguen practicando su deporte favorito: observarse el ombligo.
Para un jubilado del montón -y es que a los jubilados tristemente se los sitúa en cúmulos de olvidados-, la persecución de la AFIP resulta un hecho ajeno, extraño. No saben con certeza qué vínculo los une a esta, pero están seguros que no irán por ellos si apenas pueden lavar sus penas. Tal vez los más agraciados compran, cada tanto, un billete verde porque el nieto toma la comunión, cumple años o se recibe a fin de año. Un modo de diferenciar con un papel que no es habitual en él, una fecha trascendente en su calendario.
Creer que el gobierno investiga a esa franja social sospechando que hay lavado de dinero en esos hechos aislados es subestimar en demasía a quienes se alzaron hace unas semanas con la mayoría del electorado. Por otra parte, también sabe el Ejecutivo que no es la clase media masificada la que comete las grandes trampas cuando de evasión se trata. Siempre habrá un moroso dando vueltas, pero de ahí a que se halle el jefe narco hay trechos abismales. La búsqueda será infructuosa y sólo servirá como distracción de asuntos más relevantes.
En rigor de verdad, puede aseverarse sin titubeos que es el mismísimo gobierno quien conoce a pie juntillas las cuevas, los huecos, el mercado negro, y posee nombre, apellido del evasor en serio. Los “peces gordos” como suele decirse, no andan haciendo filas en los bancos tratando de conseguir un puñado de “Washington´s”. Toda la parodia de la caza de brujas en las agencias de cambio, etc., apenas si alteraron el ritmo de algún turista que no se irá de estos pagos con un concepto grato de nuestro sistema y nuestro mercado.
Asimismo, la prohibición genera un apetito voraz y contagioso que se esparce sin que se sepa a conciencia cuándo y dónde ha de frenarse. Si alguien estaba dudando entre guardar unos pesos para disfrutar en la costa este verano o cambiarlos por dólares porque supone que Brasil será un destino más barato, tuvo respuesta oficial para saciar el interrogante, sin equivocarse. Si el gobierno salta de ese modo, irracional y furioso, es porque la demanda de la moneda foránea es masiva, o sea: está barata. Idiosincrasia inexpugnable del argentino: a comprar más allá de que después no nos sirva para nada…
Ahora bien, esta reacción del kirchnerismo frente al dólar debe contemplarse desde un ángulo mucho más peligroso y profundo. Amén de que trata de atacar las consecuencias sin atender las causas, y mantener un nivel relativamente propicio de reservas para que una devaluación no termine con las cacerolas blandiendo nuevamente en el balcón (recuérdese que en Argentina sólo se reacciona cuando es el bolsillo el que se toca), debe hacerse otra lectura de la conducta kirchnerista.
La persecución que recientemente se inició no es un mero atentado sobre el mercado monetario, es una amenaza a la libertad ciudadana. Se dirá que es una exageración plantear un “caso aislado” como punto de partida de un avance indiscriminado capaz de coartar lo esencial del ser humano. Pero hay jurisprudencia de sobra para saber que la Presidente rinde pleitesía al refrán según el cual, “el ojo del amo engorda al ganado”.
Está dispuesta a observar de cerca a la sociedad porque, para ella, es justamente una aglomeración de cerdos o chanchos que –más allá de si son o no afrodisíacos como sostuvo en su momento con la misma lógica y razón que se utiliza hoy para frenar al consumidor de moneda-, deben ser alimentados y controlados para servir a sus fines cuando el momento sea el adecuado. (A no extrañarse si alguno termina con una manzana entre sus labios, recostado sobre una bandeja, en la cena de fin de año)
No hay, en rigor de verdad, ninguna novedad en la metodología K. Si acaso se reducen subsidios aparentando ser una acción coherente para una economía más transparente, no es porque, repentinamente, se les encendió la luz de la razón o se abocaron a escuchar a quienes saben un poco más que ellos de administración.
La decisión responde más a resguardar la imagen de la próxima gestión, que tratará de despegarse de esta marcando enfáticamente el 10 de diciembre como fecha de transición. Ahí sí, Cristina – en algún sentido- cambiará, porque será cuando empiece a proclamar que el pasado debe quedar atrás. ¿Cómo se justifica sino?
Recuérdese que la jefe de Estado no puede echar culpas a la herencia recibida, debe al menos limpiar el escenario para volver a protagonizar la función. Lo cierto es que el libreto y el guión siguen siendo exactos. Los únicos cambios que podrán verse son los movimientos de algunos actores de reparto, disfraces y máscaras claro. Es como cuando uno pinta su propia habitación. Puede que, a simple vista, quede mejor pero seguirá teniendo las dimensiones que tuvo originariamente. Los maquillajes son sólo eso: furtivos intentos por mostrar de manera diferente aquello que no se altera sustancialmente.
Si los ciudadanos siguen enfrascados en el dólar, y no se detienen a observar y reclamar algo más que la desregulación de un mercado, mañana no podrán quejarse cuando aquello que se coarte sea, por ejemplo, la posibilidad de opinar libremente o quizás peor.
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