Cuba: Alegría e hipertrofia – por Yoani Sanchez
Los Panamericanos de Guadalajara trajeron vientos frescos sobre la programación televisiva, que desde principios de octubre exhibía una cuota insufrible de ideología.A pesar de que nuestros narradores deportivos siguen creyendo que cada competición funciona como un campo de batalla, donde perder es claudicar, uno podía multiplicarlos por cero y disfrutar del espectáculo. Sorprendía incluso que, no obstante los intentos de los periodistas oficiales para que los laureados dedicaran sus medallas “al comandante en jefe”, la mayoría prefirió consagrarla a la familia, a la novia, a la madre que esperaba feliz en algún punto de la geografía nacional. La ceremonia de clausura y el 2do lugar alcanzado por nuestra delegación alegraron a quienes aún tenían el disgusto por la derrota del equipo cubano en el mundial de béisbol. Por un par de semanas, el golpe de los balones se oyó más alto que las consignas y ciertas preocupaciones cotidianas cayeron a un segundo plano.
Sin embargo, pasada la euforia del triunfo, vale analizar si realmente ese segundo escaño en el medallero se corresponde con nuestro desarrollo como país. Al ver a esta pequeña Isla por delante de una potencia emergente como Brasil o de un país tan vasto como México, hay una imagen que me vuelve una y otra vez a la cabeza. En ella, un señor enclenque y desdentado me muestra su brazo de músculos abultados al estilo de Arnold Schwarzenegger. Vivimos –sin dudas– una hipertrofia similar a la de este hombre de bíceps amplios y las piernas flácidas, padecemos un aumento artificial de un sector que no está respaldado por el nivel económico ni productivo de la nación. ¿Vale la pena alegrarse, pues, de lo que es un fruto directo de la desproporción? O meditar serenamente el por qué esa tendencia gubernamental a escalar los más altos escaños en la arena deportiva internacional a costa de la desatención de zonas menos visibles –o medibles– de nuestra realidad.
Basta recorrer la Habana en busca de una piscina donde los niños puedan aprender a nadar para preguntarse si los recursos que deberían llegar a muchos no se estarán quedando en pocos. Habitamos una Isla y, sin embargo, una buena parte de sus pobladores se ahogaría si cae al agua. Comprar una bicicleta en una tienda de moneda convertible puede costar el salario de un año de trabajo, pero el equipo femenino de ciclismo se alzó con las tres plazas del medallero en Guadalajara. La capitalina Ciudad Deportiva da pena por tanto deterioro, mientras el oro cuelga del cuello de decenas de atletas cubanos. Mi propio hijo se pasó dos cursos sin profesor de Educación Física, pues pocos quieren trabajar por un salario que resulta –cuando menos– simbólico. Practicar deportes necesita de una infraestructura material y no sólo en las academias y las escuelas especializadas, demanda que se invierta también en las áreas de uso público. De hacerse así, alcanzaríamos menos medallas, pero no mostrarían la imagen de la hipertrofia que hoy marca cada victoria deportiva.
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