08 noviembre, 2011

Entrevista con Enrique Krauze: "Hay que desconfiar de los redentores"

“Estamos en un largo trecho de incertidumbre y desconcierto... Yo creo que ese desencanto de las grandes ideologías y de los poderosos es un buen fundamento para la reconstrucción de una sociedad democrática”.

El historiador  en su oficina.
El historiador en su oficina. Foto: Claudia Guadarrama

En la incierta trayectoria histórica de América Latina han aparecido personajes que soñaron con llevar por la ruta de la liberación a sus pueblos, acabando siempre en el papel del caudillo que con su autoritarismo sólo logró sembrar pobreza, violencia y atraso. A través de un recorrido por las ideas, experiencias y prácticas de 12 personajes latinoamericanos que vivieron entre fines del siglo XIX y la actualidad (escritores, políticos, guerrilleros), Enrique Krauze nos presenta en su libro más reciente, Redentores. Ideas y poder en América Latina (México, Debate, 2011), una dura crítica de quienes aún creen y pretenden que el futuro de nuestros países se encuentre en manos de monarcas, héroes o caudillos. Con él conversó M Semanal.

El autor es ingeniero industrial por la UNAM y doctor en Historia por El Colegio de México. Miembro de la Academia Mexicana de la Historia y de El Colegio Nacional, autor de cerca de 30 libros, fue secretario de redacción y subdirector de la revista Vuelta, y actualmente dirige Letras Libres.

AR: ¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo?

EK: En primer lugar es una obra de historiador; a mí me interesa el pasado por el pasado mismo, y me interesan las ideas, las personas, las biografías políticas, intelectuales y literarias, de modo que es, primero, por el interés intrínseco que para mí tiene el tema. Pero es cierto que uno hace también las cosas por exigencias del presente, y yo creo que en este caso es por el hecho de que América Latina no ha terminado de superar la tentación redentora en su vida política. Pienso que es una tentación que se ha demostrado en muchos casos —desde el peronismo de derecha hasta el castrismo de izquierda, terminando por el chavismo en el siglo XXI. Defino el redentorismo como la convergencia entre una doctrina rígida y el culto al caudillo, lo que es una receta para el desastre; en ese sentido, mi libro ha querido ser una especie de advertencia a los lectores de lo que en América Latina ese problema ha significado y puede todavía significar.

AR: El libro es atravesado por ideas nacionalistas y por el hispanoamericanismo; en la configuración de estas ideas y prácticas, que van desde José Martí y llegan hasta Hugo Chávez, hay una presencia siempre amenazante: Estados Unidos. ¿Qué papel ha tenido este país en la formación de los nacionalismos hispanoamericanos?

EK: Estados Unidos, en tanto potencia en ascenso en el siglo XIX y, además, de religión protestante, siempre fue visto con mucha desconfianza y rechazo por parte de las élites conservadoras en América Latina; en cambio, las élites liberales vieron a Estados Unidos con admiración, como son los casos de Domingo Faustino Sarmiento, de Justo Sierra o del propio José Martí. Pero en el gozne de los siglos XIX y XX, con el ascenso del imperialismo norteamericano a propósito de la guerra de Estados Unidos contra España en Cuba y Filipinas, el liberalismo latinoamericano tuvo una convergencia con el conservadurismo en un terreno común, que fue el nacionalismo iberoamericano, que sería como la piedra de fundación de la pasión revolucionaria en el siglo XX. Primero fue un nacionalismo cultural, sobre todo en el cono sur, con José Enrique Rodó (su libro Ariel fue muy importante), y con muchos pensadores muy francófilos y muy adversos a Estados Unidos. Pero poco a poco se fue desarrollando cada vez más como sentimiento político, ya no cultural ni intelectual, sino político y militante, que desembocó naturalmente en la guerra, en la revolución cubana y en todo lo que ha venido después. De modo que sí, digamos que la piedra de fundación de la pasión revolucionaria en América Latina es el nacionalismo iberoamericano entendido como oposición a todo lo que venga de Estados Unidos.

Thomas Carlyle.
Thomas Carlyle.
AR: También veo que entre los que son escritores y poetas hay una fuerte influencia del pensamiento europeo; de, por ejemplo, William Shakespeare, Ernest Renan, Thomas Carlyle, Karl Marx. ¿Cuál es la importancia de Europa en la constitución de las ideas nacionalistas en América Latina?

EK: En particular creo que en el nacionalismo iberoamericano fue muy importante la obra de Renan, su idea de la nación como un plebiscito cotidiano, muy enraizada en las identidades y contenidos culturales: la lengua, la historia, el paisaje. Pero, a su vez, esta idea francesa tuvo su origen en el romanticismo alemán, en pensadores como Johann Gottlieb Fichte en sus famosos Discursos a la nación alemana. Es un tema vasto, pero el nacionalismo, como lo entendemos ahora y como se entendió en el siglo XX, yo diría que tiene su origen en la cultura alemana: en la defensa y exaltación de los valores y de la historia, de los mitos, de la lengua y de la literatura específicamente alemana.

Curiosamente, uno de los autores que más hizo en el mundo sajón por transmitir la cultura alemana y por exaltarla fue Carlyle, en el siglo XIX muy leído en América Latina. Pero este autor, que vindicaba el nacionalismo alemán, también concibió la idea del culto a los héroes, algo que también arraigó mucho en Latinoamérica. Si a ese panorama le aumenta a Marx, el creador de la doctrina del determinismo histórico, de la dialéctica materialista y de la importancia del tránsito del capitalismo al comunismo, tiene buena parte de la ensalada de la influencia europea en América Latina.

AR: En ese sentido, ¿cómo se cruza la idea de Carlyle sobre los héroes con la idea del monarca, que da lugar al caudillo?

EK: A Carlyle nadie lo recuerda en Inglaterra ni en Estados Unidos ni en el mundo. Yo lo traje a cuento no por una curiosidad sino porque creo que tuvo mucha influencia en América Latina —y en esto David Brading, el gran historiador inglés, estuvo de acuerdo. Por ejemplo, en Venezuela, muchos historiadores eminentes le llamaban “hombre de Carlyle” al dictador Juan Vicente Gómez. No faltó quien comparara a Porfirio Díaz con la figura del gran héroe carlyleano, el gran hombre de poder en cuya biografía se destilaba y concentraba la biografía de todo el país: una idea de Carlyle. Yo creo que es una idea que puede confundirse con el género biográfico, pero no creo que el género biográfico sea un género heroico, son dos cosas distintas. Mis redentores no son héroes, sino personas de carne y hueso; en cambio, Carlyle pensaba que los grandes hombres poderosos son todos héroes. Y creo que esto arraigó al grado de que todavía es algo que distingue a Hugo Chávez o a Fidel Castro.

Vasconcelos de joven.
Vasconcelos de joven.

SENTIMIENTOS Y PASIONES HUMANAS

AR: Una de las cosas que me pareció más interesante del libro es la forma en que usted vincula la vivencia personal con la experiencia intelectual y política: la vida familiar, la presencia o la ausencia del padre, del abuelo, la madre o los hijos.

EK: En todos los casos ocurre; por ejemplo, vamos a tomar el caso de Martí: si uno nada más analiza a Martí desde el punto de vista de sus ideas y proyectos políticos sin ver su biografía, pues se pierde una dimensión central para entender de dónde salieron esas ideas, que no surgieron de la nada, sino que las concibieron personas de carne y hueso. En el caso de Martí, en vez de entrar en las santísimas biografías que existen sobre el personaje —porque fue enormemente prolijo este hombre, este gran escritor, quien tuvo, por cierto, su etapa mexicana muy interesante, durante la cual rompió algunos corazones y donde también le rompieron el suyo—, encontré que tuvo la desgracia de tener un mal matrimonio, vivió casi toda su vida y murió joven lejos de su único hijo. En un hombre de la sensibilidad y de la capacidad de amor que se refleja, por ejemplo, en los poemas de La edad de oro, esa experiencia desgarradora tuvo que reflejarse en sus posiciones e incluso en su angustia política. Entonces uno entiende cómo a veces la política es el único medio de escape que algunas personas encuentran a sus situaciones personales, como puede serlo, a veces, la poesía, o la poesía militante, como en el caso de Octavio Paz, quien, cuando murió el padre, inmediatamente se precipitó en un amor torrencial y en una experiencia política muy intensa, pero que de alguna manera mitigaba el terrible dolor de la pérdida que tuvo.

Entonces, en todas estas biografías he tratado de acercarme —en algunos casos más, en otros menos— a la vida de ellos buscando esos momentos, ese punto eje en donde la vida cambia y donde nace un impulso creativo en la existencia, en la literatura o en el pensamiento.

AR: En ese sentido, también me atrajo, en varios de los casos de los que usted se ocupa, la experiencia de la soledad: Martí, Paz, José Vasconcelos…

EK: Es decir, están los individuos confrontados consigo mismos. Está también la soledad de ese niño que fue Mario Vargas Llosa tiranizado por el padre, o la soledad que podría implicar, supongo, en el Che Guevara esa condena de la enfermedad del asma que tuvo toda su vida. Son sentimientos y pasiones humanas como el resentimiento, el rencor, los celos que todos hemos sentido. Hablar de la historia de las ideas, como a veces se hace académicamente, como si las ideas ocurrieran en la estratósfera, como si fueran nubes, pues no lo son o, en todo caso, son nubes que nacen de la respiración y de las pasiones humanas.

Octavio Paz.
Octavio Paz.
AR: En varios casos también observamos la frustración, como en los ejemplos de Vasconcelos y del Che Guevara.

EK: En el caso de Vasconcelos, la frustración política de 1929 proviene de que tenía una visión —por decirlo piadosamente— tan mesiánica de sí mismo y, al ver que no ocurría nada tras las elecciones, lo que hizo fue, sencillamente, entrar en una zona de rabia, de rencor muy grande contra su propio pueblo, pero que era en el fondo un rencor y también un coraje contra sí mismo por no haber estado a la altura del destino sacrificial que él mismo se había impuesto; él dijo: “Ya me llegó la hora”, como Martí, pero no estuvo a la altura de esa idea. Entonces, en un movimiento extraño de su alma, culpó a México y se volvió fascista. Yo creo que ya tenía elementos fascistoides en su persona, como el culto de él a su propia persona, pero todavía no se habían expresado. Después de todo participó en unas elecciones pero, al sentirse defraudado, se precipitó en el fascismo y luego en el nazismo, como queriendo dedicarse de manera persistente a destruir la estatua que él mismo se había construido.

AR: Caso contrario es el de Paz, quien va del pensamiento marxista a la democracia. Llama la atención el señalamiento que justamente Vasconcelos le hizo a El laberinto de la soledad: se olvidaba del pensamiento democrático de Madero.

EK: Qué raro, ¿verdad? Porque es muy raro que Vasconcelos, en 1949-1950, al leer el libro de Paz, le dice, con toda razón, que se olvida del pensamiento democrático. Para entonces tenemos a un Vasconcelos, que no es un demócrata, recordando con nostalgia el maderismo democrático, y reclamándole al joven Paz, con mucho afecto y admiración, que lo hubiese olvidado, cosa que es verdad. Paz desdeñaba entonces el pensamiento democrático; usted no va a encontrar elogios al pensamiento democrático en El laberinto de la soledad. Curiosamente, el hombre de izquierda, Paz, y el hombre de derecha, Vasconcelos, tenían puntos en común en cuanto a ser dos radicales; pero digamos que la flama democrática en Vasconcelos todavía brillaba un poco y acabó por extinguirse, mientras que en Octavio Paz esa flama todavía tardó en aparecer, pero lo hizo finalmente en los años sesenta y setenta, y luego fue la convicción que guió por décadas su extraordinario trabajo intelectual y político. Entonces, digamos que en el contrapunto de esos dos mexicanos extraordinarios hay un tema sobre el que vale mucho la pena reflexionar.

José Martí.
José Martí.
AR: ¿Cómo fue esa transición a la democracia por parte de Octavio Paz? Porque la izquierda mexicana también parece haber pasado del marxismo a la democracia.

EK: Bueno, yo creo que buena parte de esa izquierda todavía no pasa porque todavía tiene unas pulsiones dogmáticas y caudillistas fuertes. Pero digamos que sí, que una parte importante siguió la trayectoria de un Heberto Castillo, ese hombre ejemplar, o de Cuauhtémoc Cárdenas, a quien —hay que decirlo— hay que rendirle homenaje tan merecido porque ya se trata de la transición clara, allí sí impecable, de la izquierda hacia la democracia.

Paz se adelantó a todos ellos, eso es lo que hay que decir. Él entendió el desastre que eran las revoluciones soviética y china, y luego la cubana, y a los 60 años llegó a México con el objetivo de convencer a mi generación de que había que volverse democráticos, con lo cual él quería decir, básicamente, abrirse a la crítica, a la autocrítica y al diálogo. Mi generación no lo entendió, y lo que hizo fue vituperarlo. De haber existido entonces Facebook y Twitter lo hubieran llenado de frases soeces y excrementicias, de improperios. Pero él resistió firmemente porque tenía la convicción, nacida de la experiencia y de la verdad: eran millones las víctimas de esas revoluciones a manos de sus propios caudillos. La revolución, entendida como se entendió en el siglo XX, no conducía más que al desastre, a la opresión y a la pobreza. Ésto no lo hizo desembocar en el liberalismo económico (esto hay que subrayarlo). Paz siempre creyó que había un lugar para el Estado, y que teníamos que llegar a un acuerdo de un régimen, yo le diría a usted, muy parecido al de Brasil ahora: una democracia con crecimiento económico y con justicia social. Más o menos eso que hizo la revolución mexicana; pero el problema de ésta fue que no era democrática. Ahora nuestro gran desafío es llegar a un acuerdo, a un marco democrático con crecimiento económico y justicia social, pero con instituciones y un respeto a la ley propios de una democracia. Es lo que quería Octavio Paz. Él se adelantó; él y el grupo de Vuelta defendimos (debo decirlo) la democracia mucho antes que ninguno. Ahora los jóvenes no se acuerdan, pero en los ochenta estábamos defendiendo la democracia cuando nadie lo hacía porque era la hora de la revolución. Es el mérito de Octavio Paz y por eso hay que seguir recordándolo; por eso y muchas otras cosas más.

AR: En el libro cuenta una anécdota de José Luis Martínez, quien le dijo a Paz que no fue revolucionario, a lo que éste reaccionó enojado.

EK: Bueno, le dijo: “Octavio, tú realmente así como revolucionario no lo fuiste”.

Adolfo Hitler y Benito Mussolini en Venecia, en junio de 1934.
Adolfo Hitler y Benito Mussolini en Venecia, en junio de 1934. Foto: Libreria del Congreso Italiano
AR: Siguiendo esa anécdota, ¿hasta dónde fue revolucionario Paz?

EK: El no perteneció al Partido Comunista, tenía admiración por los revolucionarios franceses. Le voy a contestar a usted directamente: en “Piedra de sol” hay una mención a Trotski y una a Robespierre; o sea, hay una admiración, un embeleso por la revolución, y yo le puedo decir a usted que cuando vino el derrumbe del Muro de Berlín y la idea de revolución —entendida como se le había entendido durante dos siglos— entró en el ocaso ya definitivo, en Europa al menos, a Octavio Paz le quedó como un remanente de nostalgia por el espíritu revolucionario. Yo le decía a él, y era uno de los temas de diálogo entre nosotros, que yo no admiraba la revolución francesa más que al principio, y que me parecía horroroso todo lo que había pasado después; yo reivindicaba a Edmund Burke, lo que a Octavio le parecía horrible, y decía que no, que finalmente fue gloriosa la revolución; él tenía una visión como romántica, digamos que venía de una tradición romántica. Una tradición distinta, como es la inglesa, no se emociona tanto con esos episodios de la humanidad porque sabe que finalmente la revolución, esa y todas, termina por devorar a sus propios hijos.

DEMOCRACIA CON LIDERAZGOS FUERTES

AR: Varios de los escritores que trata en el libro consideraron fundamental su trabajo como editores, como Martí, Vasconcelos, José Carlos Mariátegui. ¿Cuál es la importancia de este aspecto en su pensamiento y práctica política?

EK: Qué bien que lo diga usted. Fue muy importante también para Paz y, como quiera, García Márquez también quiso hacer e hizo algunas revistas; Vargas Llosa ha escrito en muchas, aunque no ha sido editor. Yo creo que el trabajo editorial, el hacer revistas, es la forma natural de la cultura libre. Las revistas son el punto de encuentro entre el periodismo y la vida editorial, ya que no tienen la prisa del periodismo ni la pausa del libro, y tienen una periodicidad mensual o bimensual.

Hacer revistas o libros para estos hombres fue la forma de entrar a un mercado que les permitía ser libres y decir lo que pensaban. Yo admiro a estos hombres que, advierta usted, no fueron profesores, que creyeron en la cultura libre, que se define como la cultura que va del autor o de los autores al público, no al aula, no a los alumnos: los discípulos son los lectores. Yo mismo creo en eso y le he dedicado mi vida, y Octavio Paz lo creía también. Fue una desgracia para Martí que esta posibilidad real de la cultura libre, de hacer revistas, no pudiese arraigar en su tiempo. Él hizo La edad de oro, hizo revistas preciosas que ahora son célebres y leemos con enorme admiración, pero no duraron. ¿Por qué? Porque no había público; yo sostengo que si Martí hubiera tenido un poco más de tiempo de vida, tal vez hubiera podido volverse un gran editor latinoamericano. Pero sus ideas y su pasión editorial fueron una flor fuera de estación.

Deng Xiao Ping es acompañado por el presidente estadunidense Gerald Ford y por George Bush padre, en la visita de éstos a China en diciembre de 1975.
Deng Xiao Ping es acompañado por el presidente estadunidense Gerald Ford y por George Bush padre, en la visita de éstos a China en diciembre de 1975. Foto: Courtesía Gerald R. Ford Library
AR: Otro elemento presente en algunos de los redentores es la violencia, como son los casos del Che, el subcomandante Marcos e incluso Samuel Ruiz.

EK: Yo creo que en todos ellos la pasión redentora tiene una secreta o abierta fascinación con la violencia. Es verdad: hay redentores pacifistas, como Gandhi o Mandela, pero yo creo que aquí estamos hablando más de liderazgos, porque ninguno de los dos, tan relacionados entre sí, tenían propiamente una doctrina sobre el poder; más bien tenían una doctrina sobre el no poder. En cambio, el marxismo, el fascismo o el nacionalismo son doctrinas de poder; es decir, “vamos a fortalecernos nosotros para enfrentarnos a ellos”, y eso supone al redentor. Hay que distinguir entre liderazgo democrático o cívico y redentorismo político.

Yo creo que los nacionalismos y los fascismos dieron en el siglo XX las figuras de Adolfo Hitler y Benito Mussolini, y también la doctrina marxista, encarnada en el Jefe, en el redentor de un pueblo, condujo a las figuras de Lenin, Stalin, Castro y Mao.

Fíjese usted cómo los reformadores y los líderes tienen muchos menos el perfil redentorista: Deng Xiao Ping, el gran líder chino, no practicó el culto a la personalidad, y observe todo lo que logró con su liderazgo: cambiar a China de un país atrasado en donde morían decenas de millones a ser la segunda, y quizá pronto la primera potencia económica mundial, sacando a centenares de millones de personas de la pobreza.

Con todos los defectos que tiene eso, allí tiene usted un liderazgo. Eso no es redención, es mejoría. También India, siendo un país democrático, ha salido en cierta medida, aunque no del todo, de la condición de enorme pobreza generalizada que tenía. Dígame usted qué redentor lo hizo: ninguno; lo hizo el sistema democrático, con líderes responsables.

Por eso yo creo que la moraleja del cuento es que, como se decía en mis años mozos, hay que desconfiar de ese redentorismo histórico, y confiar en un liderazgo plenamente institucional y responsable.

AR: Recuerdo que usted prologó el libro de Mark Lilla, Pensadores temerarios. ¿Usted encuentra paralelismos entre las teologías políticas europeas con las ideas que presenta en su libro?

EK: Bueno, aquél libro es sobre el intelectual filotiránico. Sí, Lilla y yo hemos trabajado en ello con métodos parecidos y por eso lo prologué. Él es más historiador puro de las ideas y más filosófico, en el mejor sentido de la palabra, más en el estudio de las ideas mismas que de los personajes, aunque no deja de hablar de éstos (Martin Heidegger, Carl Schmitt, Walter Benjamin y Michel Foucault). Yo creo que algo tiene de parecido este libro, por ejemplo en el caso del texto de Gabriel García Márquez, quien no es un pensador sino un inmenso escritor, a quien en su vida pero también en su obra se ha colado esa tentación filotiránica: él no acepta que Castro sea un tirano, pero está muy solo en esa convicción porque, después de estar cincuenta y tantos años en el poder, ¿quién puede dudar que Castro es un dictador, en una isla en la que los únicos que tienen libertades son él y su hermano? No existen las libertades de prensa, de expresión, de creencia, de ideología y ya no digamos libertad política. Entonces, sí, hay algo de parentesco entre esos libros.

AR: Al final del libro menciona que la redención busca llegar a un nuevo orden, pero a la vez es la nostalgia por un orden antiguo que tiene dos pilares: la monarquía y la Iglesia.

EK: Sí, la fe.

AR: ¿Qué pervive de eso? ¿Se puede rescatar algo de ello?

EK: Yo pienso que no podemos volver, que ya no vamos a volver a ello; que estamos en un largo trecho de incertidumbre y de desconcierto, y es obvio que no podemos volver a un orden de concentración del poder total porque sabemos, a pesar de Chávez, de Evo Morales y de Castro, que eso está en el pasado. Tampoco podemos imaginar que va a haber una sola creencia que predomine. En otras palabras, yo no soy, a pesar del desconcierto y de la incertidumbre, pesimista. Yo creo que ese desencanto de las grandes ideologías y de los poderosos es un buen fundamento para la reconstrucción de una sociedad democrática. De alguna forma pienso que todo esto que estamos viviendo, con todas sus incógnitas, con el malestar que sentimos diariamente, puede llevarnos a algo bueno, a volvernos individuos más responsables de nuestras propias vidas y de las vidas de nuestra sociedad, ya curados un poco de mitologías, de fanatismos y de cultos a la personalidad que no vienen al caso.

AR: Al final usted hace una pregunta: ¿redención o democracia? Por supuesto, usted se decanta por la segunda. En este libro nos ha presentado a redentores, pero ¿quiénes son los demócratas?

EK: Allí están Lula, Lagos y muchos otros que por su propia naturaleza no son tan conocidos. Los demócratas están en todas partes, en toda América Latina: los demócratas somos usted y yo; los demócratas son los que dirigen los periódicos; son los que entienden la participación cívica (Javier Sicilia es un demócrata), todos los que se movilizan individualmente con un esfuerzo para mejorar a la sociedad son demócratas; los que creen en los votos son demócratas; los que ejercen la crítica son demócratas.

La democracia ha ido arraigando en América Latina, y la prueba es que en todas las encuestas que se hacen en la región no existe más que una minoría muy pequeña que piensa todavía que hay sistemas preferibles a la democracia. La democracia, repito, supone fuertes y claros liderazgos, pero no liderazgos redentores.

No hay comentarios.: