Las alarmas saltaron a principios de 2009: El gobierno de Estados Unidos tenía que actuar rápida y decididamente para evitar que se repita la dolorosa experiencia del continuado estancamiento económico de Japón [1]. Las políticas de la administración de Obama han fracasado hasta este punto y un estancamiento a largo plazo al estilo de Japón también podría producirse a menos que haya un fundamental cambio de rumbo y se tomen pasos decisivos. Los dos pasos más importantes son detener las arremetidas reguladoras del gobierno federal y poner el presupuesto federal en un camino creíble hacia el equilibrio mediante la reducción del gasto de forma rápida y constante.
La caída de JapónEs difícil exagerar sobre cómo cambió la suerte de Japón en las dos últimas décadas. El milagro económico de Japón duró más de 40 años y vio al país salir de una verdadera devastación en la Segunda Guerra Mundial para convertirse en la segunda mayor economía mundial de acuerdo a su producto interno bruto (PIB). Muchos observadores pensaron que era sólo cuestión de tiempo que Japón remplazara a Estados Unidos como la principal economía del mundo.
Cómo han cambiado los tiempos. La ortodoxia indica ahora que Japón sufrió una “década perdida”. De hecho, han pasado ya casi dos décadas y no se vislumbra el final del estancamiento. Parece que en 2010, la economía japonesa es más pequeña de lo que era en 1992, un resultado extremadamente pobre. No es sólo una cuestión de un descenso de la producción, sino también una disminución notable de la riqueza total. En 1991, con exclusión de microestados como Luxemburgo, Japón era el cuarto país más rico del mundo, medido por el PIB per cápita. En 2010, ya no estaba ni entre los 20 primeros, estaba por debajo del promedio de la OCDE y probablemente habría caído aún más, sino fuese por los propios problemas económicos de Europa [2].
La situación americana y japonesa no es sin duda la misma. Pero no hay razón para pensar que Estados Unidos es por inmune arte de magia a esta situación si imita los errores de Japón. La debacle económica de Estados Unidos no es algo seguro, pero tampoco lo es su continua prosperidad o su papel de liderazgo en asuntos mundiales.
En el año 2030, si continúan las tendencias actuales, puede ser que Estados Unidos se vea superado en tamaño económico por China. Peor aún, si se repiten los errores de Japón, entonces Estados Unidos puede estar en riesgo de pasar a un segundo plano en el escenario mundial, al igual que Japón lo está ahora. En el terreno doméstico, una disminución de la riqueza americana comparativa en equivalencia a la de Japón llevaría al americano promedio, que es sobre un 30% más rico que el español promedio en 2010, a no ser más rico en 2030 – lo que equivale a una caída de $14,000.
Porqué sucedió
¿Cuáles son (o fueron) los errores de Japón? Uno podría apuntar a la decisión del gobierno japonés de apuntalar “bancos zombis”, después de estallar la burbuja de activos de 1990, una decisión que en gran medida impidió la recuperación del sector financiero y, por lo tanto, de la economía.
Sin embargo, el más evidente de los errores de Japón ha sido su política fiscal. Se podría decir que Japón es uno de los países más endeudados de entre las economías más importantes, con una deuda pública cercana al doble del nivel del PIB. Este es un problema creado durante las décadas perdidas, no antes. La deuda en términos nominales se elevó un 170% desde junio de 1996 hasta junio de 2010, incluso mientras se reducía ligeramente el PIB [3]. El estímulo fiscal japonés ha sido un completo fracaso.
Los primeros intentos de estímulo keynesiano podrían haber sido comprensibles. Lo que prolongó la miseria de Japón fue la incapacidad de aceptar que el gasto deficitario no estimula la economía. Cada cierto número de años se añadía una nueva vuelta de tuerca. Cada vez se anunciaba un nuevo elixir económico que pondría remedio a las dolencias de Japón y cada vez se acumulaba más deuda y se desperdiciaba más dinero.
Incluso ahora, el gasto deficitario es considerado por algunos como necesario si sólo se hiciera bien esta vez. Mientras tanto, el duro trabajo que significa reducir el déficit y la deuda está siendo convenientemente aplazado para más adelante porque el crecimiento económico es supuestamente demasiado débil ahora para sobrevivir a la pérdida del estímulo fiscal [4].
Japón no puede anticipar un renovado crecimiento económico ni desde una creciente fuerza laboral ni desde una mayor explotación de la tierra (ya sea la agricultura o los recursos naturales). El tamaño de la fuerza laboral está disminuyendo y hay muy poco en recursos naturales a la espera de llevarse a la producción. Por tanto, Japón debe valerse de la innovación y de un uso más eficiente del capital productivo.
Un gobierno demasiado grande inhibe la innovación diversa y a largo plazo, por ejemplo, a través de barreras regulatorias que acaban con los incentivos para innovar. La deuda de Japón está financiada domésticamente casi en su totalidad, lo que significa que se desplazan sumas gigantescas desde el sector privado al sector público, donde la rentabilidad social sobre la inversión es casi nula y los rendimientos pagados sobre la deuda son sólo ligeramente mejor que cero. La inmensa deuda y el gobierno demasiado grande han minado las fuentes domésticas de crecimiento de Japón.
Por lo tanto, no es sorprendente que Japón haya estado desesperado por fuentes externas de crecimiento. Los períodos de aparentemente leve recuperación producidos en los últimos 20 años han sido todos impulsados por la demanda externa. La política financiera japonesa se ha sido distorsionada por el intento de extraer crecimiento de los demás (por ejemplo, a través de la intervención del tipo de cambio).
Sin embargo, lo más grave de la incapacidad financiera es la pérdida de la credibilidad del Banco de Japón [5]. En lugar mantener discretamente una política coherente, el banco central ha anunciado tantas estrategias diferentes para el estímulo que ahora sus iniciativas se descartan inmediatamente.
Lecciones para Estados Unidos
La Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) estima que el déficit del presupuesto federal en 2011 fue de $1.3 billones, igualando el déficit de 2010 y ligeramente inferior al récord histórico de Estados Unidos de $1.4 billones en 2009 [6]. Bajo la presidencia de Obama, el gobierno federal ha registrado en tres años un déficit que asciende al doble de lo que ocurrió durante la presidencia de George W. Bush en ocho años. El patrón de déficit del gobierno de Estados Unidos ha tomado claramente tintes japoneses.
Parte de la explicación de estos déficits es la propia recesión que afectó profundamente a los ingresos fiscales y al aumento del gasto público a través de programas automáticos, tales como estampillas de comida y beneficios del seguro de desempleo [7]. Pero, los repetidos episodios de estímulos al estilo keynesiano también han contribuido de manera sustancial, comenzando con la enorme legislación de estímulos del presidente Obama en 2009. Queda ahora bastante claro que este enfoque de la recesión y la recuperación ha fallado rotundamente en Estados Unidos tal como lo hizo en Japón.
Existen otras similitudes notables entre la experiencia japonesa y la política americana. Por ejemplo, el gobierno japonés ha subido reiteradamente los impuestos y está considerando la posibilidad de hacerlo de nuevo. En Estados Unidos, el presidente Obama insta repetidamente a mayores tasas del impuesto personal sobre ingresos de ahorradores, inversionistas y pequeños negocios, como si gravando a los productores se aumentará la producción de alguna manera.
La economía japonesa está rígidamente estructurada, obstaculizando su capacidad para adaptarse a las condiciones cambiantes. En Estados Unidos, el presidente Obama está propiciando una ola regulatoria de cambios que está impidiendo la flexibilidad y mermando la recuperación. Desde su ascenso al cargo hasta marzo de 2011, los organismos reguladores han impuesto 75 importantes regulaciones nuevas (definidas como aquellas que cuestan $100 millones o más), imponiendo unos $38,000 millones en nuevos gastos anuales [8].
Esas son sólo regulaciones a través de la burocracia. No incluyen la paralización reguladora en curso que afecta la actividad económica a partir de la aprobación de la legislación del sistema de salud del presidente Obama o la ola regulatoria de Dodd-Frank que cayó sobre los servicios financieros.
Hacer menos daño
Aunque mucho daño ya está hecho, la economía americana sigue siendo fundamentalmente flexible y resistente. Lo que se necesita es arrojar por la borda la conveniente fantasía acerca de que el gasto deficitario estimula la economía y en su lugar se debe adoptar una actitud más benigna que, en aras de la recuperación, Washington debería “en primer lugar, hacer menos daño”, esto significa que:
- El gobierno federal debería controlar el gasto para restaurar un cierto nivel de confianza en el futuro de Estados Unidos.
- El Presidente debería dejar de amenazar con impuestos más altos y
- La administración debería poner fin a los ataques reguladores contra las empresas de Estados Unidos.
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