02 noviembre, 2011

Genio y figura… Excesos del narco hasta en la tumba

Especialistas analizan “teatralización” de la violencia y exponen que los mausoleos de los traficantes son el reflejo de ella

Claudia Solera
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Suntuosidad en los rituales funerarios


CIUDAD DE MÉXICO, 2 de noviembre.- La muerte ha caído en el exceso en México, como una vez cayó en Colombia en las décadas de los 80 y 90 cuando vivió su guerra más cruenta del narcotráfico.

De acuerdo con Elsa Blair Trujillo, escritora colombiana del libro Muertes violentas, la teatralización del exceso, los tres síntomas son: miles de homicidios, mutilaciones y decapitaciones y la carga de elementos en los rituales funerarios.

La académica sudamericana hizo una investigación de más de 300 páginas y una parte la documentó a través de 70 fotografías del panteón San Pedro, en Medellín, donde se sepultó a miles de jóvenes que vivieron el fenómeno del sicariato de Pablo Escobar.

Después de un posdoctorado en Francia, Elsa regresó a Colombia y decidió estudiar a la muerte como parte del fenómeno del narcotráfico.

Se preguntaba qué se pretendía expresar a través de las mutilaciones y decapitaciones, qué significaban tantas muertes y desaparecidos y para qué los familiares y amigos realizaban eventos funerarios ostentosos.

“La muerte en Colombia es excesiva, no sólo por la cantidad de muertos producidos por esta sociedad, sino por lo excesivo en la carga simbólica, en la manera para ejecutarla, y de las formas simbólicas (el lenguaje, el arte, la imagen) para nombrarla y narrarla”, escribe Elsa en su libro.

Ella sabía que al intentar resolver interrogantes del eslabón último del narcotráfico, es decir, la muerte, encontraría un contexto valioso de la violencia que vivía su nación.

“Hay mensaje de terror a través de los cuerpos. Se aterroriza a las poblaciones al evidenciar a los mutilados y decapitados. Ese acto significa atentar contra lo más sagrado que tiene el sujeto mismo: deshacerle su identidad. Es la deshumanización total”, asegura Elsa Blair, investigadora de la Facultad de Sociología en la Universidad de Antioquia.

Resurgimiento de la violencia

En México existen varias historias de cabezas colgadas sobre los puentes de diversas ciudades: como Acapulco, Cuernavaca, Torreón.

“El muerto no dice nada, es puesto a hablar a través de su descuartizamiento”, afirma Alejandro Castillejo. Desde 2007, cuando se desató la violencia en nuestro país, “no alcanzamos a entender qué sucedió para que se haya disparado a tal nivel la violencia”, dice el periodista y cronista Héctor de Mauleón.

Desde los años 30, la época conocida como la violenta y la única del siglo XX después de la Revolución, donde había 80 asesinatos por cada cien mil habitantes, “los mexicanos observábamos descender los niveles de homicidios año con año”.

Pero de repente, en cinco años aumentaron en más de mil por ciento los homicidios. Hasta 2010 se contabilizaban más de 32 mil muertes en lo que iba del sexenio y cada vez se conocen expresiones más violentas de los asesinatos.

Hace un año, cuando Héctor de Mauleón presentó su libro Marcas de Sangre, en el cual reconstruyó y reordenó las historias de los grandes capos mexicanos, cuenta que le parecía el exceso la descripción del Pozolero, aquel hombre que deshizo a más de 300 cadáveres en ácido.

“Pero después fue, al escuchar la historia de este niño de 12 años que asesinaba en Cuernavaca, El Ponchis, y luego cuando La Mano con Ojos dijo que mató a 600.

Esto me parece que se ha alejado del simple delito (homicidio) y se acerca a otra cosa como en la época de los nazis, fue el genocidio”, afirma.

“Cuando todos los días suceden muertes así, terminan por ser invisibles. Ya no llaman la atención, ya no se ven. La gente termina naturalizándola, diciendo una muerte más, una masacre más, como si fuera parte de la cotidianidad” explica Elsa Blair.

“Es hacer de los cuerpos boletines de prensa”, dice Héctor.

Los funerales

Elsa piensa que mientras más se deshumanizaba la muerte en Colombia, los deudos de estos muertos que eran invisibles para la mayor parte de la sociedad, intentaban humanizarla y por eso los ritos funerarios eran tan excesivos.

Los familiares y amigos recorrían en procesiones durante horas con el ataúd en hombros, los despedían, por lo regular, con música mexicana como mariachis o corridos de bandidos, y la misma investigadora pudo documentar que mamás de jóvenes asesinados los cambiaban de tumbas para que los compañeros de su hijos no se robaran los cuerpos.

En la época del sicariato se acostumbraba que los jóvenes pasearan con sus amigos muertos en el barrio y las fiestas durante un par de días. “Yo creo que hay una carga de exceso, porque hay una negación de la muerte.

Es una forma de prolongar la despedida”, concluye Elsa.

Héctor de Mauleón no está convencido de que en nuestro país exista un exceso en los rituales fúnebres en las muertes violentas, porque nuestra cultura siempre se ha caracterizado por venerar a la muerte.

Además, desde hace 40 años ya comenzaban a construirse estos grandes mausoleos para algunos narcotraficantes en Sinaloa, como sucede en el cementerio de Jardines de Humaya.

“En la década de los 70 aparecen los primeros capos por aquí. Son los nuevos bandidos sociales después de Malverde y como tales se les enterraba”, explica Rigoberto Rodríguez, de la Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

En Colombia, a mediados de la década de 2000, mientras más descendía el fenómeno del sicariato y la paz volvía a sus ciudades, el exceso también iba disminuyendo.

Cuando las estadísticas de muertes comenzaron a bajar, al mismo tiempo desaparecieron las mutilaciones y decapitaciones, y aquellos cementerios donde era común ver el exceso: tumbas adornadas con botellas de alcohol, fotografías y mariachis, se quedaron en el pasado, se quedaron en la época de Pablo Escobar.

En Medellín se vivieron 20 años de exceso y en México llevamos cinco.

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