José Luis Rocha
El narcotráfico, en la modalidad de narcomayoreo y en la de narcomenudeo han transformado las “economías de postre” centroamericanas en “economías de vicio”, cada vez más rentables y más globalizadas. El narcomayoreo incide sobre la política y sobre los políticos, controla nuestros Estados. El narcomenudeo y su narcofilantropía transforma municipios, promueve desarrollo y proporciona empleo. Los narcos son capitalistas emprendedores, competitivos y socialmente responsables. El costo es la narcoviolencia. Y el desafío es descomunal.
Politólogos expertos identifican tres grandes programas políticos en América Latina: el autoritario, el neoliberal y el participativo. El autoritario es el caudillismo de siempre. El mismo que -dice Vargas Llosa- dio “a nuestros países, en el resto del mundo, esa lastimosa imagen de republiquetas gobernadas por pistoleros” e inspiró, entre otras novelas, Tirano Banderas, El otoño del patriarca, La fiesta del Chivo y Yo, el supremo. Ha sido llevado a la práctica por el militarismo de derecha o reformista, por el populismo facistoide y por la sedicente izquierda de viejo y nuevo cuño.
Su revitalización la encarnan hoy en la región centroamericana, Micheletti y Zelaya en Honduras, Ortega en Nicaragua y Funes en El Salvador. Micheletti con su inconstitucional arribo a la Presidencia. Ortega y Zelaya con sus no menos anti-constitucionales intentos de continuismo en el poder. Todos, por sus ensayos de regímenes presidencialistas camuflados de Estados de derecho. La más fresca escenificación de autocracia es el intento de Funes de guillotinar la autonomía con que cuatro jueces de la sala de lo constitucional han fallado sobre casos que sientan en el rústico banquillo de los acusados a los amigos de los poderosos que suelen calentar opulentas sillas presidenciales.
EN TORCIDAS LÍNEAS ESCRIBEN DERECHO LOS NARCOS
El programa neoliberal ha orquestado la contracción estatal que afecta -sin excepción, aunque en grados diversos- a todos los países latinoamericanos. Nos embarga el culto al mercado, ciego como la justicia -aunque no imparcial-, voraz como Cronos, caprichoso e inescrutable como cualquier divinidad premoderna, supremo juez secular de vidas y haciendas. La contracción estatal en todas sus texturas y dimensiones es la exitosa apuesta que sedimenta en ingobernabilidad de los flujos financieros, privatización de la seguridad ciudadana -hay cinco y cuatro veces más guardias de seguridad privada que policías y militares en Guatemala y Honduras-, seguridad social financiada por las remesas, etc. A contrapelo de estos dos proyectos camina -lento e inseguro- el proyecto participativo, promoviendo bienes despreciados y depreciados por la cultura dominante: conciencia, intervención proactiva de los desposeídos en los procesos políticos, la posibilidad de otra globalización, otro comercio, otro mundo.
Los politólogos que estudian las relaciones entre sociedad civil y Estado se afanan por incluir los programas de las ONG, cuyas opciones -confesas o no-, coinciden con esos tres programas. Pero ¿dónde quedan los programas de los fundamentalistas evangélicos, los narcos y las pandillas, tres grupos -no los únicos- de amplia clientela? ¿Acaso cabe suponer que convocan sin propuesta alguna? Narcos, pandillas y fundamentalistas evangélicos, entre otros elementos que medran a la sombra de la oquedad estatal, tienen sus propios proyectos. Son proyectos de corte diverso: apocalípticos, parasitarios, milenaristas…
Sobre las líneas torcidas de los programas convencionales escriben los narcos unas planas rectilíneas en su acepción matemática aplicada al entorno dado: la menor distancia entre la miseria secular latinoamericana como punto de partida y fortunas descomunales como punto de llegada. Hay trasvases, intercambios, absorciones y roces entre todos estos programas. Los proyectos participativos de las ONG pueden ser instrumentalizados por el programa neoliberal. Los programas neoliberales y autoritarios pueden ser coop¬tados por los programas del narcomall en que las calles, clubes, escuelas, universidades y discotecas centroamericanas se han convertido. Un hecho es firme: de la mano de dos actores -narcos y ONG- emergen dos programas de desarrollo: la gerencia del altruismo institucionalizado y la narcoindustria amalgamada con narcofilantropía. Analicemos en este texto la narcoindustria.
CUANDO VESCO LLEGÓ A CENTROAMÉRICA...
Centroamérica dio uno de sus primeros pasos en las movedizas arenas del narcotráfico de la conspicua e insospechable mano del Presidente José Figueres cuando el 29 de junio de 1972 el estafador y narcotraficante de 37 años Robert Lee Vesco aterrizó en Costa Rica.
Vesco estaba siendo investigado por la Securities and Exchange Comision (SEC) y venía huyendo de Estados Unidos y Suiza. Calurosamente acogido por Figueres, Vesco trasladó sus operaciones de Bahamas a Costa Rica y concedió un préstamo de más de 2 millones de dólares a las maltrechas empresas de don Pepe. No demoraron las investigaciones de la SEC en revelar que Vesco había birlado 224 millones de dólares a sus antiguos socios en Estados Unidos. Figueres lo defendió en públicas alocuciones y, para protegerlo de la maledicencia y previsibles amagos de extradición, le otorgó la categoría de “rentista pensionado” que una ley de reciente aprobación había oportunamente creado para propiciar el retiro en Costa Rica de ciudadanos estadounidenses. Vesco continuó engrosando su curriculum con el financiamiento a la campaña de Nixon y profundizando sus relaciones con el mundo del narco. Finalmente fue expulsado de Costa Rica bajo la administración de Rodrigo Carazo.
Después de un intento infructuoso por comprar la isla Barbuda para establecer un Estado soberano, Vesco fue acogido por la Nicaragua sandinista, de donde partió hacia Cuba. En ese país residió desde 1982 hasta su muerte en 2007, “invirtiendo” los últimos años de su vida en el narcotráfico, en negocios de medicamentos -contactó al sobrino de Richard Nixon con Raúl Castro- y en la prisión tras haber sido condenado en 1996 por fraude y negocios ilícitos.
De acuerdo a un informe interno de la CIA, un cable de la embajada estadounidense en Managua del 8 de octubre de 1982 señaló que Vesco y Paul Atha, entonces oficial del Ministerio del Interior nicaragüense, estaban planificando una operación de tráfico de drogas. Al día siguiente, otro cable enviado al cuartel general de la CIA aseguró que la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional de Nicaragua había autorizado operaciones de narcotráfico, con el Ministro del Interior Tomás Borge Martínez como ejecutor, asesorado por Robert Vesco.
Inversiones H&M hizo las veces de mampara jurídica. Corn Island y el El Bluff se convirtieron en los puertos de tránsito de cocaína desde la cercana isla de San Andrés (Colombia) hacia las Bahamas. También hubo reportes de que Borge comisionó a Federico Vaughan y Paul Atha para depositar 350 mil dólares en el banco Continental con fines de lavado de dólares. Cables posteriores revelaron que las misiones de narcotráfico de Borge sólo eran del conocimiento de la Dirección Nacional del FSLN y de sus colaboradores más cercanos: Atha, Vaughan y su asistente Franco Monte¬alegre.
Estos negocios no fueron óbice para que Tomás Borge declarara el 23 de noviembre de 1986 que las investigaciones del Ministerio del Interior habían descubierto una vasta red de narcotraficantes respaldada por la FDN (Fuerza Democrática de Nicaragua), MISURA (unión anti-sandinista de miskitos, sumos y ramas) y “la mafia”.
¿NARCOSANDINISMO VS. NARCOCONTRARREVOLUCIÓN?
El informe aludido -conocido como el Informe Hitz, por Frederick Hitz, el inspector general de la CIA que condujo la investigación- se ocupó de los -¿tolerados, propiciados, financiados?- lazos de la tríada contrarrevolución nicaragüense/CIA/narcotráfico y develó narcoactividades en cuatro países de la región: El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. La historia comienza como todas: “Había una vez… unas hojitas”. Con el beso de los príncipes adecuados, las hojitas se transformaron en pasta de coca, luego en polvo de cocaína y finalmente en crack. Hasta los años 70 el consumo de cocaína era un producto para las élites, que la habían adoptado como alternativa a la excesivamente popular marihuana y la muy perseguida heroína. El ingenio y la codicia descubrieron que la coca “cortada” -es decir, mezclada y cocida con bicarbonato de sodio y agua, y después fragmentada en pequeños trozos fumables- era un producto de consumo masificable. Sólo había que garantizar un abastecimiento abundante de la materia prima, un asunto de intendencia del que se ocupó Óscar Danilo Blandón, reconocido como el Johnny Appleseed del crack en alusión a John Chapman, el hombre que a principios del siglo 19 recorrió Ohio, Indiana e Illinois plantando manzanos.
Según afirman el economista Steven D. Levitt y el periodista Stephen J. Dubner en su bestsellerFreakonomics, “se sospechaba que un hombre, un emigrante nicaragüense llamado Óscar Danilo Blandón, importaba mucha más cocaína que ningún otro narcotraficante... Blandón declararía más tarde que vendía cocaína para reunir fondos para la Contra patrocinada por la CIA en Nicaragua. Le gustaba decir que, a cambio, la CIA le guardaba las espaldas en Estados Unidos, permitiéndole vender cocaína con impunidad. Esta afirmación suscitaría la creencia, que ha llegado hasta nuestros días, en especial entre los negros de las ciudades, de que la CIA era el principal mecenas del mercado norteamericano del crack”. ¿Lo fue?
CUANDO EL CRACK INUNDÓ LOS ÁNGELES...
Este vínculo no es sorprendente a la luz del apotegma enunciado por Andrés López, ex-narcotraficante y autor de El cártel de los sapos: “Los narcos siempre han estado envueltos en negocios que transitan entre lo legal y lo ilegal”. ¿Hubo vínculos entre la CIA, los contras y los narcos? Hablan los hechos: en el invierno de 1982, el fiscal general estadounidense William French Smith le envió al entonces director de la CIA, William Casey, un memorandum de entendimiento especificando la lista de delitos que los oficiales de la CIA estaban obligados a reportar. El mundo de los narcóticos quedó excluido y su ausencia fue denunciada por el Departamento de Justicia. En lugar de agregar las drogas al listado inicial, Smith se limitó a enviar una nueva comunicación al director de la CIA, dejando sentado que ningún requerimiento formal sería incluido en atención a la inveterada transparencia de la CIA con la DEA. Este sabio subterfugio abrió un agujero negro por el que se colaron muchas toneladas de cocaína en los Estados Unidos.
La persona que tuvo más efecto al exponer la relación de la Contra y la CIA con el boom del crack fue Gary Webb, reportero del San Jose Mercury News, ganador del premio Pulitzer en 1990 y “suicidado” en extrañas circunstancias en 2004, años después de que fuera sometido a una granizada de ataques de parte de las “plumas cross” de Newsweek, The Washington Post y The New York Times. Su serie de tres artículos titulada Dark Alliance: The CIA, the Contras, and the Crack Cocaine Explosion se concentró en la conducta de las agencias de inteligencia estadounidenses durante la guerra de la Contra en Nicaragua.
Webb reunió evidencia para mostrar que los contras-equivalente moral de los padres fundadores, según Ronald Reagan- habían financiado su guerra mediante el tráfico de una cocaína que, a principios de los 80, inundó las calles de Los Ángeles en forma de crack. Basándose en la historia de Gary Webb, Universal Pictures preparó el film Kill the Messenger. Según el guionista, Peter Landesman “es la historia de un reportero asesinado por contar la verdad, una historia intensa y relevante dado que la CIA y el gobierno estadounidense continúan haciendo inicuos tratos con el mal en interés de lo que ellos suponen un bien mayor”.
LAVANDO EN LOS FRIGORÍFICOS...
Webb documentó que para avituallar a la Contra, la CIA empezó reclutando personas y compañías metidas hasta los tuétanos en el narcotráfico. Hubo -no dobles, sino quíntuples- agentes que al mismo tiempo trabajaron para los cárteles, el servicio de las aduanas, la CIA, la DEA y el tráfico de coca por su propia cuenta. Una de las compañías contratadas fue la costarricense Frigoríficos de Puntarenas, dedicada al lavado de dólares y tan eficiente en el tráfico que logró introducir a Estados Unidos una tonelada de cocaína a la semana con el apoyo de Ocean Hunter, su polo a tierra en Miami.
A pesar de que el departamento de cobro de impuestos le había advertido al FBI que Frigoríficos de Puntarenas no era más que una cobertura para las narcoactividades, la compañía recibió entre enero y mayo de 1986 la suma de 231,587 dólares, de parte de la Nicaraguan Humanitarian Assistance Office, por sus servicios a la Contra. Años después, Luis Rodríguez, copropietario de ambas compañías, testificó que tanto Frigoríficos de Puntarenas como Ocean Hunter eran usadas para el tráfico y el lavado de dólares. La compañía de aviación miamense DIACSA, dirigida por un veterano de Bahía de Cochinos, recibió 41 mil dólares de ayuda humanitaria para los contras, a pesar de que sus propietarios estaban siendo acusados de haber importado 900 libras de cocaína. Para los mismos fines, Vortex Aviation recibió 317 mil dólares del gobierno estadounidense, ciego ante las acusaciones que enfrentaba Michael Palmer, propietario de Vortex, por haber introducido 300 mil libras de marihuana a territorio estadounidense.
En alianza con Enrique Bermúdez, cabeza operativa del frente norte de la contrarrevolución, trabajaron los exiliados nicaragüenses Norwin Meneses y Óscar Danilo Blandón. Meneses, conocido como “el Rey de la droga”, reclutó a Blandón -ex-director nacional de mercados de mayoreo durante el somocismo- para vender drogas a beneficio de la Contra. Meneses trabajó en la costa este y Blandón prosperó en Los Ángeles mediante una fructífera relación con FreewayRicky Ross, un fabricante emprendedor que por obra y gracia de la diligencia de sus abastecedores vendía entre uno y dos millones de dólares de crack al día. Algunos años después Blandón -sometido a juicio por tráfico de drogas- declaró que sólo en 1981 la organización de Meneses colocó casi una tonelada de cocaína en Estados Unidos, valorada en 54 millones de dólares a precios de mayorista.
LA DÉCADA NO FUE “PERDIDA”...
El enlace en Honduras a principios de los 80 era el catracho Juan Ramón Matta Ballesteros, quien a la sazón estaba bajo vigilancia de la DEA. Con el apoyo de Manuel Ángel Félix Gallardo -el Jefe de jefes, el Patrón, el Padrino-, Matta había financiado el golpe de estado de 1978 contra el reformista General Melgar Castro, pasando la batuta a un triunvirato al servicio del cártel de Guadalajara. De acuerdo a un reporte de la DEA fechado en 1978, Matta era socio del general golpista Policarpo Paz García, con quien aceitaba el tobogán centroamericano de la cocaína entre el cártel de Medellín y el de Guadalajara. En 1983 el servicio de aduanas estadounidense y la DEA sospechaban que Matta fletaba la mitad de la cocaína que arribaba a los Estados Unidos.
En 1985 la revista Newsweek señaló a Matta como el responsable de un tercio de la cocaína introducida a Estados Unidos. El teniente coronel Oliver North encontró en Matta al aliado que buscaba e hizo de su empresa -SETCO AIR- la principal abastecedora de los Contras: entre 1983 y 1985, SETCO AIR llevó millones de dólares en municiones, alimentos y uniformes para la Contra y más millones de coca al siempre anhelante mercado estadounidense. En 1986, cuando aún levantaba polvo el revelador reportaje de Newsweek, SETCO AIR recibió 185,924 dólares por abastecer a los “paladines de la libertad”. Los diarios de North permiten rastrear sus encargos a Matta y otros, y el peso de los narcodólares en el apoyo a la Contra: 9 de julio de 1984: traer pasta de coca desde Bolivia y llevar 1,500 kilos a los Estados Unidos. 12 de julio de 1985:14 millones de dólares para financiar armas proceden de la venta de drogas. El efecto Matta-North significó que el tráfico de cocaína pasó de 2.3 a 9.3 toneladas entre 1985 y 1987.
El imperio de Matta llegó a valorarse en 2 mil millones de dólares. Según consta en los anales de uno de los juicios USA vs. MATTA BA¬LLESTEROS, Matta y Félix Gallardo llegaron a embolsarse 5 millones de dólares a la semana. La Contra, Paz García y North les deben estar agradecidos por sus servicios. Pero, ¿quién servía a quién? Entre 1981 y 1989, la década quemada en guerras intestinas en Centroamérica, los capitalistas de la droga ganaron cerca de 14,200 millones de dólares. La llamada década perdida no lo fue tanto para algunos: marcó el inicio de la edad del crack en Centro¬américa.
ARMAS VIENEN, DROGAS VAN...
Cuando el cúmulo de acusaciones contra los señores de la droga y sus humildes siervos políticos rebasó el ancho cántaro de la paciencia de los funcionarios estadounidenses, los resquemores en algunos sectores de la opinión pública dieron lugar a una investigación. El senador John Kerry -sustituto actual del senador Kennedy de Boston- encabezó una comisión que en 1989 mostró la afilada y blanquecina punta del iceberg: bajo juramento, el narcotraficante colombiano Jorge Morales contó al senador Kerry que en 1984, mientras estaba siendo procesado por tráfico de drogas, dos agentes de la CIA le ofrecieron su libertad a cambio del depósito de 250 mil dólares mensuales en las arcas de la Contra.
Cuando la guerra en Nicaragua terminó, Morales dijo haber donado 3 millones de dólares a la causa contrarre-volucionaria. Kerry quiso constatar la veracidad de las afirmaciones de Morales. Contactó y entrevistó a Edén Pastora. Con su desparpajo habitual, el Comandante Cero admitió haber recibido de Morales enormes cantidades de dinero en efectivo, dos helicópteros y un aeroplano C-47. Los dos pilotos de Morales admitieron haber realizado repetidos vuelos con armas hacia Centroamérica y con drogas hacia Estados Unidos, con un lucro no menor a los 40 millones de dólares para la Contra.
En El Salvador, el Hangar 4 del aeropuerto militar de Ilopango era el punto de partida de los níveos fletes rumbo a Gran Caimán y luego al sur de Florida, acarreados en la avioneta pilotada por Carlos Alberto Amador. Ulteriores investigaciones revelaron que Amador era una de las fichas de Pastora en el frente sur de la contrarrevolución y que el Hangar 4 estaba bajo el control del Teniente Coronel Oliver North, comisionado por la Casa Blanca para garantizar el apoyo a los Contras. La CIA le pidió a la DEA detener las investigaciones sobre el Hangar 4, donde tenían lugar operaciones cuya legitimidad garantizaban. El Hangar 4 estaba bajo el control de Félix Rodríguez, veterano de Vietnam, participante en un atentado contra Fidel Castro y presente en la ejecución del Che Guevara. Interrogado por el ejército nicaragüense tras el derribo de la avioneta que pilotaba, el mercenario estadounidense Eugene Hasenfus declaró que su contacto era Félix Rodríguez, cuya mayor hazaña -de acuerdo al fiscal de la comisión Kerry- fue introducir 12 toneladas de cocaína a través de la base de la fuerza aérea en Florida.
La conclusión del informe Kerry de 1989 fue lapidaria: “Hay evidencia sustancial de tráfico de drogas a través de las zonas de guerra en el que participaron individuos, suplidores y pilotos de la contra; mercenarios que trabajaron con los contras; y apoyos de la contra en la región… Oficiales estadounidenses en Centroamérica no solucionaron el problema de las drogas por temor a poner en riesgo los esfuerzos de guerra contra Nicaragua… Y los altos mandos estadounidenses que diseñaban las políticas no fueron inmunes a la idea de que el dinero de la droga era una solución perfecta a los problemas financieros de la Contra”.
Una década después, el informe Hitz estableció que la CIA supo de tres compañías involucradas en narcotráfico contratadas para apoyar a la Contra entre 1984 y 1988, que Edén Pastora recibió dinero y avionetas de Jorge Morales, que la CIA recibió información sobre 21 miembros de la contrarrevolución -de las bases hondureña y costarricense- involucrados en narcotráfico, que los dirigentes de la Contra -tanto Pastora como los de la Legión 15 de Septiembre- recibieron dinero del narcotráfico, que una avioneta de Pastora introducía cocaína en la capital costarricense y que Edén Pastora admitió haber sido inquilino libre de renta en 1984-1987 en una de las casas de Blandón en Honduras.
CUANDO PABLO ESCOBAR SE ALIÓ AL FSLN...
La Nicaragua sandinista no sólo aparece como víctima de esta conjura de balas y coca. En el otro platillo de la balanza estuvo el contrapeso de los nexos del FSLN con Pablo Escobar Gaviria.
Federico Vaughan -brazo de mar y, por lo visto, también de aire en el Ministerio del Interior- fue filmado en Los Brasiles junto a Pablo Escobar y José Gonzalo Rodríguez Gacha mientras atiborraban de cocaína una avioneta. Años después, interrogado por ese episodio, Vaughan declaró haber sobrevivido por obra y gracia de su sigilo. Por virtud de la omertá, dirían en Sicilia. En 1988 un cable de la CIA informó que el grupo de Escobar había pagado 3 millones de dólares al ministro del interior, Tomás Borge Martínez, para asegurar a Nicaragua como plataforma de operaciones del cártel de Medellín.
El periodista estadounidense Mark Bowden en el libro Matar a Pablo Escobar, rebela que Escobar hizo su aparición en Managua tras el aparatoso fracaso de sus relaciones con el general Noriega. El 25 de junio de 1984, en el aeropuerto Los Brasiles, pudo ser fotografiado mientras supervisaba el embarque de un cargamento de coca en un avión piloteado por Barry Seal, un ex-narcotraficante y colaborador de Oliver North, que intercambió su condena por una colaboración con la DEA y ocultó en la cabecera del avión la cámara con la que fotografió a Escobar y a su socio Rodríguez Gacha junto a Federico Vauhgan, a la sazón responsable de las finanzas del Ministerio del Interior de Nicaragua.
Una exploración en la trayectoria de Pablo Escobar arroja luces sobre la afinidad ideológica con el sandinismo y la justificación común de su vínculo. Mario Henao, cuñado de Escobar e intelectual de izquierda, según Bowden “le suministró a Pablo los argumentos patrióticos necesarios para justificar su negocio de tráfico y le propuso una vía hacia la honradez: el flujo de cocaína a Estados Unidos podía considerarse una táctica revolucionaria que, a la vez que absorbía dólares gringos, corrompía los cerebros y la sangre de la decadente juventud norteamericana”. Estos argumentos fueron registrados por un cable de la CIA como esgrimidos por Federico Vaughan: “La idea es inundar Estados Unidos con cocaína en detrimento de la juventud imperialista al tiempo que ayudamos a la revolución nicaragüense”.
UN TSUNAMI SOBRE LA ECONOMÍA COLOMBIANA
Escobar y sus colegas antioqueños del cártel de Medellín llegaron a controlar a finales de los años 80 el suministro de más de la mitad de la cocaína que ingresaba a Estados Unidos, obteniendo ganancias de miles de millones de dólares.
“Sus empresas -observa Bowden- se convirtieron en las más importantes de Colombia y financiaron a alcaldes, concejales, congresistas y presidentes. A mediados de los años 80, Escobar mantenía 19 residencias propias únicamente en Medellín, y todas ellas provistas de su helipuerto”. Su descomunal fortuna tuvo el impacto de un tsunami sobre la economía colombiana: “El dinero que comenzó a entrar era tanto que nadie en Medellín se hubiera atrevido a soñarlo siquiera; dinero en cantidades tales que podía sacar adelante no sólo a individuos, sino a ciudades… y a países. Entre 1976 y 1980 los depósitos en los bancos colombianos se incrementaron más del doble… Algunas de las consecuencias fueron el boom de la construcción, el nacimiento de una miríada de nuevos negocios y la caída vertiginosa del índice del desempleo. Con el tiempo, la explosión económica originada por el dinero de la cocaína haría tambalear la economía del país y pondría patas arriba el imperio de la ley”.
COCAÍNA: UNA DROGA DE LA GUERRA FRÍA
El periodista mexicano Diego Enrique Osorno afirma que “el alza del narcotráfico en la cocaína está muy relacionada con las rutas de la Guerra Fría y las políticas de Estados Unidos. Es una droga de la Guerra Fría”. Esa afirmación recibe sobrada evidencia del breve recorrido histórico sobre los primeros pasos de la coca por Centroamérica, episodio en el que cuatro países -El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica- estuvieron involucrados y aportaron sus granitos de crack en el boom piedrero de Los Ángeles.
Costa Rica por haber sido plataforma de operaciones del foco contrarrevolucionario de Edén Pastora y de la compañía Frigoríficos de Puntarenas. Honduras por su narcogolpe y sus servicios como plataforma del intercambio de drogas por armas. El Salvador por los vuelos con droga desde el aeropuerto de Ilopango. Nicaragua por la lucrativa patente de corso que el FSLN extendió a beneficio del cártel de Medellín. No estaban solos los sandinistas en su narco-canje. En esa misma época Sendero Luminoso en Perú ya estaba poniendo en práctica el mismo sistema de convivencia pragmática con el narcotráfico: control conjunto de territorios estratégicos y cobro de comisiones por avionetas y protección armada durante los traslados.
Además de los dichos, existen otros nudos en los resabios de la narcoguerra fría que, tras fallidos procesos de desmilitarización, son bocata di cardinale para los narcos: la supervivencia y saña de los kaibiles -ahora afiliados a Los Zetas-, los vastos territorios marcados por el abandono estatal -dóciles cabezas de playa para los cárteles-, las regiones maltratadas por la coerción estatal, esas villas y barriadas que sólo saben del brazo sañudo y la frente ceñuda de la ley, poblaciones para las que “ilegal” es un membrete más de la eterna lucha contra un poder extraño y unas normas citadinas y capitalinas, ignorantes del lodo de las aldeas y el hacinamiento de los barrios. Unas y otros reciben insos¬pechadas oportunidades de la narcoindustria.
YA SOMOS NARCOECONOMÍAS
La naturaleza ilícita de la narcoindustria hace imposible calcular sus dimensiones y beneficios. En los años 90 el experto en economía de la droga Francisco Thoumi sostuvo que “las ganancias del cargamento de un avión pequeño, de 250 kilos de cocaína -aun después de pagar 150 mil dólares al piloto y abandonar un avión de 100 mil dólares- bastaban para comprar entre 1,200 y 4,800 hectáreas”. Es decir, dejaban unas ganancias que rondaban los 10 millones de dólares. La OEA, la ONU y el National Drug Intelligence Center (NDIC) aseguran que por Centroamérica pasa el 90% de la cocaína que se produce mundialmente. Expertos en el tema aseguran que, valorados en capital, por la región se mueven más de 250 millones de dólares al mes. Las incautaciones de cocaína dan una idea aproximada del crecimiento del narcotráfico: entre 2001 y 2006 se pasó de 15,838 a 71,829 kilogramos de cocaína decomisada.
Los efectos psicotrópicos de ese volumen se dejan sentir en todos los niveles de las economías centroamericanas. The Economist estima que entre 250 y 350 toneladas de cocaína pasan por territorio guatemalteco cada año. El saldo está a la vista: Petén está plagado de pistas de aterrizaje clandestinas para los aviones cargados de droga procedentes de Venezuela y Colombia.
GUATEMALA Y COSTA RICA: TONELADAS DE COCAINA Y MILLONES DE DÓLARES
Los vástagos de las élites tradicionales estudian en los mismos colegios y universidades exclusivas, frecuentan los mismos clubes, bailan en las mismas discotecas de clientela restringida, manducan en los mismos restaurantes gourmet y engullen hostias en los mismos templos que los retoños del narcotráfico. En las universidades Francisco Marroquín y del Valle, los colegios The Village School y The Mayan School, los clubes Hacienda Nueva y el Campestre San Isidro con su inimaginable cancha de golf, las iglesias San Martín de Porres y Nuestra Señora de la Paz se tejen las relaciones sociales donde la narcocracia se lava el rostro y emerge afeitada o con el colorete y el rímel que le darán carta de ciudadanía plena. La aceptación social se vende y se compra en los templos del saber, del placer y del Señor.
Los señores de la coca ocupan sillones directivos en las instituciones más respetables. Cancelan los accesos a pueblos enteros que en tardes de ocio convierten en hipódromos para hacer ostentosas apuestas con fajos de cientos de miles de dólares. Construyen ciudadelas, como la de Bananeras. Dominan en extensos territorios: Carlos Cabal Peniche, elevado a la condición de “banquero modelo” por Carlos Salinas de Gortari y luego hundido a la de prófugo de la justicia por lavado de dinero y narcotráfico, llegó a controlar más de 10 mil hectáreas en el estratégico corredor Tabasco (México)-Petén (Guatemala). La adquisición de Del Monte Fresh Produce le permitió dominio territorial, movimiento de mercaderías y capacidad de almacenamiento, una fusión de la infraestructura y las coartadas idóneas para el comercio de las frutas más rentables del orbe.
Laura Chinchilla, Presidenta de Costa Rica, reconoció que Centroamérica ya no es sólo un territorio de tránsito de la coca, sino un emplazamiento para la producción, procesamiento y consumo de drogas. La “Suiza centroamericana” rompe la habitual excepcionalidad que la distinguía del resto de plebeyas naciones centroamericanas e inclina la cerviz ante la coca: Fernando Berrocal Soto, ex-Ministro de Seguridad Pública, denunció que las más de 50 toneladas de cocaína que se negocian y trafican anualmente en Costa Rica producen tales millonadas de dólares que desploman el tipo de cambio, con un efecto “terriblemente distorsionador sobre las variables económicas, en grave perjuicio del sector productor y exportador nacional”.
LOS NARCOMUNICIPIOS DE HONDURAS
Honduras, la noble cuna de Francisco Morazán, también lo fue -y no en vano-, de Juan Ramón Matta Ballesteros. En marzo de 2011 una sofisticada “cocina” (narcolaboratorio) de cocaína fue descubierta en el sector de Cerro Negro, Omoa, Honduras. Otras cocinas, tenderetes de coca to go y caramancheles de fast-coca continúan su vida subterránea, generando empleo e infraestructura en aldeas y municipios, que exultan de agradecimiento.
Los narcomu¬nicipios son fácilmente identificables. Los encabeza El Paraíso, otrora olvidado rincón de abigeos y ahora frecuentado por miss Honduras y grupos musicales de moda, municipio más rico del muy rural departamento de Copán. Custodiado por 20 forzudos guardaespaldas, su joven alcalde, Alexander Ardón, se dirige hacia una reluciente Lexus blindada para inaugurar una calle adoquinada. Cualquiera de sus proyectos arranca con providenciales donativos de cientos de miles de lempiras. “Soy el rey del pueblo”, proclama ante la perplejidad de los periodistas, mientras asegura que las fortunas copanecas provienen de la ganadería y la producción lechera: es el líquido blanco y no el polvo blanco el que ha traído desarrollo al municipio.
Ese polvo cae como maná celestial y se transforma en caminos, templos, centros comerciales, gigantescos malls, hoteles y parques en una Honduras donde los pobredólares de los migrantes y los narcodólares de los cocaineros se entreveran y potencian mutuamente: remesas que se gastan en drogas, narcodólares que financian migraciones a “los Yunay”. Calle acoquinada, calle adoquinada. Ocho décadas de banano en la más cumplida Banana republic no lograron una décima de lo que hoy consigue la coca.
Alta y abundante es la coca, y Morazán no vigila. Los narcojets entran y salen de los aeropuertos internacionales hondureños, con o sin credenciales, a vista y paciencia de unas autoridades cuyo celo en la captura de cargamentos de coca tiene muy descontentos a los oficiales de la DEA. Sonadísimo fue el caso del jet que el 24 de febrero de 2006 aterrizó en el aeropuerto internacional de Toncontín, se presume que llevando en su interior al “Chapo” Guzmán, a quien la revistaForbes registra como uno de los 500 hombres más ricos del mundo y los expertos pintan como protegido por el alcalde de El Paraíso y asiduo de las Islas de la Bahía y Copán Ruinas. Mientras Luis Santos, Obispo de Copán, denuncia valientemente que hay jefes policiales confabu¬lados con los narcos, el poder judicial deja libre a “Mamalicha”, capo que alardea de protección internacional.
NICARAGUA: AVANZA EL NARCOMENUDEO
En agosto de 2004 el nexo con Nicaragua estalla de nuevo: en la mansión que el capo Pedro García Montes mantenía en El Zamorano, la policía hondureña encontró un arsenal que Al-Qaeda envidiaría: dos fusiles M-16, 18 fusiles automáticos livianos Fal, cuatro fusiles y 18 cargadores AK-47, 21 ametralladoras, 10 lanzacohetes antiaéreos, dos ametralladoras antiaéreas calibre 60 y una ametralladora antiaérea calibre 50 para destruir aviones y tanques. Los artefactos provenían de Nicaragua y estaban destinados a las FARC colombianas, en un intercambio de armas por cocaína.
Un ex-director de drogas de la Policía Nacional afirmó que en Nicaragua hay alrededor de 10 mil expendios de drogas. Roberto Orozco, experto nicaragüense en temas de seguridad, mencionó en una charla a Envío (diciembre 2010) que “las economías ilegales están sosteniendo la economía familiar del 60-65% de la población nicaragüense y que la mayoría de las personas que viven en la economía informal de Nicaragua están dedicadas a economías ilegales”.
El narcomenudeo es una de las más importantes, debido a que el hábito de pagar a los colaboradores locales en especie y no en metálico ha incrementado la venta y consumo de cocaína y crack en la región. Juzguemos a partir de los coincidentes hallazgos de dos antropólogos que se han internado en la profundidad de los manglares caribeños o del perforado asfalto capitalino.
En 2003, Philip A. Dennis publicó Cocaine in miskitu villages, un provocativo artículo que explicaba cómo el dinero generado por el tráfico de cocaína fue utilizado en la comunidad mískita de Sandy Bay para construir casas, escuelas e iglesias y comprar lanchas de motor en un proyecto autodirigido de desarrollo, si bien a un alto costo en violencia. En La globalización de un barrio ‘desde abajo’: emigrantes, remesas, taxis y drogas (Envío, marzo 2004), Dennis Rodgers dio a conocer que en un pequeño barrio de Managua la pirámide laboral del narcomenudeo incluía un narco, varios púsheres y bodegueros y19 muleros. Los muleros, situados en el estrato más bajo de la pirámide, podían ganar entre 350 y 600 dólares al mes. La generación de ingresos del subsistema de la droga era significativa y su flujo podía multiplicarse al alimentar otros subsistemas. El más manido es la compra de taxis y oferta de empleo a jóvenes del barrio como conductores.
El narcomenudeo ha vivificado barrios mustios y amodorrados. Ha sacado del estancamiento a comunidades y familias. Con poblaciones de entre el 13% (El Salvador) y el 32% (Nicaragua) viviendo con menos de dos dólares al día, no es de extrañarse que el narcomenudeo sea una actividad muy recurrida. Lo es en comarcas rurales y ciudades. Bluefields es controlada por los narcos: colegios, parques… e incluso el Estado: el fiscal regional tuvo que ser removido de emergencia y en secreto porque no gozó de la venia de los capos locales y metió sus narices en los negocios ajenos.
CUANDO LA DROGA VIENE DEL MAR...
Moisés Arana, alcalde de Bluefields en 2003, dio unas declaraciones (Envío, agosto 2003) que esclarecen los alcances del narcomenudeo y sus efectos: “Hay que tener en cuenta que es tal el desempleo y el empobrecimiento en Bluefields que la droga permite la sobrevivencia de muchísima gente, aunque naturalmente genere también una rápida descomposición social. Cuando uno asiste a una reunión de éstas y escucha a la gente, que explica que si logra comer es porque vende droga, resulta difícil precisar las fronteras entre moralidad, inmoralidad, amoralidad y doble moral. ¿Cómo hemos llegado hasta situaciones como éstas? ¿A quién acudir para enfrentar adecuadamente estas realidades, a quién reclamar?”
Arana encuentra que el arribo de la droga empalmó con la cultura local: “Hace años, los habitantes de la Costa Atlántica, tanto en el norte como en el sur, comenzaron a familiarizarse con la droga que los traficantes colombianos lanzaban al mar en sacos desde sus barcos. Al llegar a la orilla, estos bultos eran muy bien recibidos, especialmente por la etnia mískita. La cultura mískita considera que “todo lo que viene del mar, todo lo que viene del río, todo lo que viene de las aguas, es una bendición de Dios”. Y por ser bendición divina, esa droga era bienvenida. Lo sigue siendo. Existen comunidades costeñas donde el reverendo, el juez y los ancianos reciben la droga que les llega por las aguas, se la reparten y después la venden. Y de un día para otro chozas pobrísimas se transforman en residencias bellísimas. Y todo mundo sabe lo que ha ocurrido”.
En los poblados de la Costa Caribe de Nicaragua corre de boca en boca todo un drogabulario. Playeros: los hombres que salen noche tras noche con la esperanza de dar con un bulto de droga. Costear: la actividad de los playeros, camina¬tas nocturnas, búsqueda sin reposo del tesoro blanco que un día les sonríe desde un banco de arena. Langosta blanca: paquete de cocaína que una pleamar propicia, o acaso el sosiego de la estoa deposita sobre la costa. El favorecido por la benevolencia de los dioses irá a vender el paquete en 4 mil dólares a un cartelito costarricense especializado en proveer a turistas. Con esa pequeña fortuna fundará una cantina. Una de las muchas, que en pueblos costeños sin agua potable, ofrecen a sus clientes botellas de Chivas Regal, Malibú, Cointreau, Napoleón…
CARTELITOS, COCINAS Y COCINEROS
La cocaína viaja de la Costa a Managua. El primer capo que prosperó en el barrio estudiado por el pandillerólogo Dennis Rodgers, movía la droga mediante sus conexiones familiares en la Costa Caribe. En el Reparto Schick, como en muchos otros barrios de Managua, florecen los expendios de droga. Todos saben dónde están. Desde los patrulleros locales hasta los muchachos fresones de Las Colinas y Santo Domingo, que se cuentan entre su clientela más adicta. Los “quiebres” de la policía obedecen casi exclusivamente a un servicio que policías de diverso rango prestan al capo-socio: sacar de circulación a sus rivales. Quiebran un “cartelito” -como suele llamarle la gente- y de inmediato surgen otros. “Cortar” un poco de cocaína y producir piedra es muy fácil y muy rentable: una tableta de piedra, cortada con habilidad, puede generar 500 córdobas de ganancia en una tarde. Sobran muleros para colocarla.
Nicaragua también ha sido identificada como productora y distribuidora de metanfetaminas y como el único país en Centroamérica y uno de los pocos en América que carece de una Unidad de Inteligencia Financiera. Nadie hace un rastreo minucioso. Se espera que lo hagan las almidonadas normas de la Superintendencia de Bancos, que cuelan mosquitos y dejan pasar los camellos. Los lavadores tienen allanado el camino. También los cocineros: las “cocinas” operan con sus chefs y pinches paseándose día y noche ante las anósmicas narices de los cazadores de cartelitos.
EL PODER DE LA NARCOFILANTROPÍA
De este nada exhaustivo inventario de volúmenes y áreas es posible inferir la creciente legitimidad económica y social del narcomundo, enfrentado al cinismo de la DEA, poco popular institución que ahora demanda urgente dique al tráfico que toleró en los años 80 por cálido amor a la Guerra Fría. La legitimación crece porque la droga está generando el empleo -estable, aunque riesgoso- que los políticos prometen con megáfono y niegan con voz en off.
La coca desciende como rocío sobre las economías de Centroamérica y su capacidad de permear territorios y localidades sigue en expansión. Si divisas una mansión sobre la arena, con un fondo de cocoteros, no estás en Malibú: bienvenido a Laguna de Perlas. Si te quedas boquiabierto ante un edificio municipal a medio camino entre el Partenón y el Capitolio, con helipuerto y cámaras digitales, construido a un costo de 12 millones de lempiras, estás en El Paraíso -municipio de Copán, Honduras-, que a pesar de sus escasos 18 mil habitantes se ríe del edificio municipal de Santa Rosa de Copán, cabecera departamental y alcaldía que vela por más de 52 mil almas con sus respectivos cuerpos mortales.
La narcofilantropía está supliendo la decrepitud del Estado de bienestar, ministerios de obras públicas y alcaldías. La cocaína pavimenta carreteras donde hubo angostas trochas, obsequia medicinas a quienes no podrían pagarlas, ofrece transporte a pueblos recónditos y cumple con todas las católicas obras de misericordia. Cuando en 1992 un antropólogo nicaragüense hizo su tesis sobre los garífunas del Caribe nicaragüense, su travesía entre Bluefields y Orinoco demoró 14 horas. Diez años después ese viaje se había reducido a poco más de una hora por virtud de una lancha con dos motores de 250 caballos de fuerza que un capo local había puesto al servicio de las narcorrutas y el pueblo llano.
NARCOINVERSIONES, NARCOSALARIOS, NARCOESCUELAS...
La narcofilantropía ha sido la piedra angular de la expansión de la narcoindustria. Las compañías bananeras podían desentenderse de las poblaciones que canibalizaban. Una vez concluidos sus negocios, declaraban desahuciada una región, levantaban la tienda y se iban con la música y sus maritates a otra parte. Se llevaban incluso las vías férreas. Lo hicieron varias veces en Trujillo e Isletas, en Honduras. Entre Sonaguera y Trujillo quedan algunos durmientes olvidados que atestiguan el paso de la Trujillo Railroad Company.
La familia Pellas de Nicaragua puede hacer caso omiso de los enfermos de insuficiencia renal que hace años protestan y habitan improvisadas tiendas de plástico negro junto a la catedral de Managua. Según la Asociación Nicaragüense de Afectados por la Insuficiencia Renal Crónica, de 2005 a la fecha han muerto 3,437 personas y se registran 8,037 afectados. Los narcos no pueden vivir de espaldas a los poblados situados sobre sus rutas. Les va el negocio en ello.
El éxito de las mafias y otras sociedades secretas descansa sobre el deterioro de las autoridades estatales, la corrupción de los cuerpos policiales y la lealtad comunal cimentada en el cultivo de una identidad local. Los narcos están obligados a invertir en las zonas bajo su dominio para incrementar su capital social. Sólo conquistando las simpatías locales pueden asegurar su control, permanencia y seguridad en un territorio. Su condición de glocales (globales y locales) es llevada a la máxima expresión en esta estrategia: para garantizar el carácter transnacional del negocio, deben cultivar una inserción, un polo a tierra muy firme.
Los emplazamientos sobre la Costa Caribe y las relaciones con los lobos de mar, que saben moverse en aguas sosegadas o procelosas, son vitales para el negocio. Las relaciones con pescadores de San Andrés y del litoral atlántico en Centroamérica han dado vía libre a los cargamentos. Cuando los poblados son imprescindibles para el tránsito de la mercancía, la estrategia debe ser aplicada con todo el rigor del emprendedurismo. De ahí los fenómenos como el de El Paraíso y las inversiones que saltan a la vista o yacen en la sombra en pueblos costeros y barriadas populares.
Un ejemplo: Roberto Orozco relata que toda la comunidad costeña de Walpasiksa, en el Caribe nica, daba apoyo a narcotraficantes colombianos: el cuaderno encontrado a un narco contenía “listas de las personas de la comunidad que recibían un estipendio mensual por brindar apoyo logístico y garantizar seguridad: entre tres y cinco mil córdobas cada uno”. La lista incluía al pastor de la iglesia morava.
Otra muestra: en uno de los barrios del Reparto Schick de Managua el capo local daba empleo a los muchachos y les financiaba cajillas de cerveza, jamás droga. El Indio Viejo, narco del barrio estudiado por el antropólogo británico Dennis Rodgers, solía financiar el descanso de trabajadores en Montelimar, el lujoso resort de capital catalán en la costa del Pacífico nicaragüense. Una narcopandilla, los Black Disciples de Chicago, contabilizaban en su columna de egresos ciertos gastos imprescindibles, como fiestas y actos comunitarios protagonizados por la banda. Emulando las obras de Pablo Escobar en el municipio de Envigado, los narcos guatemaltecos construyen escuelas, centros de salud, complejos deportivos, clubes elegantes y mejoran caminos.
LOS ADMIRAN, LES AGRADECEN, LOS QUIEREN
La narcofilantropía puede ser rastreada en los orígenes del auge de la cocaína. Bowden detalla que Pablo Escobar “comenzó a gastar millones en mejorar la infraestructura de la ciudad, se preocupó por los pobres hacinados en los crecientes barrios de invasión mucho más de lo que el gobierno jamás había hecho. Donó dinero y presionó a sus asociados para que reunieran millones con los que pavimentar carreteras y erigir nuevos tendidos eléctricos, además de crear campos de fútbol por toda la región. Levantó pistas de patinaje, repartió dinero en sus apariciones públicas y luego comenzó un proyecto de urbanización para los indigentes llamado Barrio Pablo Escobar: un sitio donde vivirían los que hasta ahora habitaban en chozas junto a los basureros de la ciudad. Pablo patrocinó exposiciones de arte con el fin de reunir dinero para la caridad. Fundó Medellín Sin Tugurios, una organización cuyo objetivo era proseguir con los proyectos de urbanizaciones para pobres”. Manuel Castells recuerda que “Escobar incluso trató de defender los derechos humanos de sus bandas de jóvenes contra los flagrantes abusos de la policía nacional”.
Manuel Ángel Félix Gallardo, fundador del cártel de Guadalajara, Jefe de jefes, donó dinero a varias universidades, aportó el grueso de los fondos para la construcción de la biblioteca más grande del estado de Sinaloa y mantuvo el hospital de Culiacán y una farmacia donde regalaba medicamentos. Este cariño de los capos a sus terruños lo confirma Andrés López en El cártel de los sapos, cuando relata los funerales del capo Urdinola en su pueblo natal, donde el carro de bomberos condujo el féretro entre una multitud de tres mil fervorosos admiradores: “A las honras fúnebres asistió el pueblo entero, que consideraba a Urdinola como una verdadera leyenda; lo admiraban y le agradecían haberles llevado luz, agua, alcantarillado, carretera pavimentada y, de su mano, el desarrollo como tal”.
EMPRESAS GLOBALES CON IDENTIDAD LOCAL
Osorno visita una región bajo el control de los narcos y extrae sus conclusiones: “No es la primera vez que estoy en Badiraguato. He venido otras veces y me queda claro que mucha gente aquí quiere más a los narcos que al ejército. Lo sabe todo el mundo. Y también se saben las razones: la pobreza lacerante y el abandono oficial han sido aligerados por los traficantes. ‘El señor Guzmán’, como se le dice al Chapo, además de nacer aquí en el poblado de La Tuna, es hoy día la cara principal del cártel de Sinaloa, ‘la empresa’ a la que miles de campesinos de Badiraguato venden sus cosechas de marihuana y adormidera”.
Según Osorno la narcofilantropía obedece a un mero cálculo egoísta: “Si un traficante quería una larga carrera, debía mostrarse filántropo, por lo menos con los de su comunidad, ya que de otra forma podía hasta ser catalogado como vulgar asesino o contrabandista, en lugar de ser ‘el señor’”. Pero Castells encuentra que las inversiones sociales y de infraestructura de los narcos en las regiones y pueblos de origen son sintomáticas de un arraigo que comparten con otros actores: “El apego de los narcotraficantes a su país y a sus regiones de origen va más allá del cálculo estratégico. Estaban/están profundamente arraigados en sus culturas, tradiciones y sociedades regionales. No sólo han compartido sus riquezas con sus ciudades e invertido una parte considerable (pero no la mayor) de su fortuna en su país, sino que también han recuperado las culturas locales, reconstruido la vida rural, afirmado vigorosamente sus convicciones religiosas y su fe en santos y milagros locales…”
Por muy transnacionalizadas que hayan devenido sus operaciones, actores y estrategias, los narcos conservan sus bases étnicas, culturales y territoriales: “Ésta es su fuerza. Las redes criminales probablemente llevan la delantera a las compañías multinacionales en su capacidad decisiva de combinar la identidad cultural y la empresa global”.
NARCOENTROPÍA SOCIAL Y VIOLENCIA: DEL PÍCARO AL SICARIO
La narcofilantropía ha suscitado una comprensible suspicacia. Gabriel García Márquez lamenta sus efectos: “Años antes los narcotraficantes estaban de moda por una aureola fantástica. Gozaban de una completa impunidad, e incluso de un cierto prestigio popular, por las obras de caridad que hacían en las barriadas donde pasaron sus infancias de marginados. Si alguien hubiera querido ponerlos presos podía mandarlos a buscar con el policía de la esquina. Pero buena parte de la sociedad colombiana los veía con una curiosidad y un interés que se parecían demasiado a la complacencia”. Esta aceptación ya ocurre en Centroamérica, donde los capos caminan codo a codo con los políticos y presiden clubes de élite.
La narcofilantropía fortalece lo que algunos llaman “la legitimación social de las actividades del narcotráfico”. Y es que la narcofilantropía viene en el mismo paquete que la entropía social. Castells lo advierte: “Debido a su volatilidad y a su disposición a aceptar un alto riesgo, el capital criminal sigue y amplifica las turbulencias especulativas de los mercados financieros. Así, se ha convertido en una fuente importante de desestabilización de los mercados financieros y de capitales internacionales”. Repetimos: en la Costa Rica de hoy, hay analistas que sostienen que las narcoactividades han inyectado tal cantidad de dólares en la economía costarricense que el valor del colón frente al dólar está artificialmente sostenido en palmario perjuicio a los exportadores.
El efecto más percibido de la narcoentropía social es la violencia. Se acabó la picaresca. Es tiempo de la sicaresca. La sicaresca -nos cuenta el profesor colombiano Omar Rincón- es “un nuevo tipo de relatos que habita la fascinación por los sicarios, la truculencia y la pasión por el exceso... El ensayista Guadi Calvo explica cómo la sicaresca es el método de jóvenes que por quebrar un mancito conseguían ropa, casa para la madre, nevera, televisores, dejar a la cucha bien”. La violencia ha sido bastante analizada, pero mal y de forma insuficiente. Se suele destacar el carácter violento de los narcos. Se los presenta como monstruos inhumanos. Y con esto no llegamos a ninguna parte. Bowden intenta penetrar un poco más: “Sus actos delictivos, por más egoístas o absurdos que fueran, transmitían un mensaje social. Los actos de violencia y los crímenes que cometían eran ataques a un poder lejano y opresivo. El sigilo y la astucia que aquellos hombres demostraban al eludir al Ejército y a la policía eran fuente de festejos, ya que éstas habían sido desde tiempos inmemoriales las únicas tácticas al alcance de los desposeídos”. Ésa es la razón del éxito de la Camorra y la Cosa Nostra: la indiferencia del Estado italiano, el abandono inmemorial.
De ahí el éxito sin precedentes de la ópera Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni sobre un texto de Giovanni Verga. Caballerosidad rústica es la que protagoniza el hijo de Michael Corleone en la penúltima escena de El Padrino III, que tiene lugar en el suntuoso Teatro Máximo de Palermo, donde se dramatiza una historia de celos, honor y venganza entre campesinos de Sicilia, que llegó a constituir una mitificación del ethos mafioso.
Según el historiador de la mafia John Dickie, “honor se traduce en este contexto como un sentimiento de valía profesional, un sistema de valores y el símbolo de la identidad de grupo de una organización que se considera a sí misma por encima del bien y del mal”. Esta obra escenifica la independencia del sistema de justicia de los aldeanos respecto del sistema estatal, impuesto desde la Italia continental.
HAY NARCOMUNDO DONDE NO HAY ESTADO
Las mafias y los capos no establecen otra cultura. Se montan sobre mecanismos informales de justicia legitimados por la costumbre. Según Bowden: “Una de las prerrogativas de los ricos y poderosos en la Colombia rural siempre había sido la de administrar su propia justicia. Y ésta representaba el fundamento de la larga y sangrienta tradición de las ‘autodefensas’ o ejércitos privados”. A lo largo de la historia y la geografía, desde Sicilia hasta el Valle del Cauca o Tocoa, la tradición de “saltarse” al Estado es un patrimonio de territorios donde el sector público ha tenido una presencia famélica. El narcomundo y sus instituciones se expande donde hay ausencia, penetración o desconfianza del Estado, donde el Estado es una empresa fallida.
En la actualidad, la privatización neoliberal coloca sus propios acentos sobre esa tradición: los ejércitos de los narcos son una versión aterradora y llevada al extremo de la privatización de la seguridad personal que camina de la mano de la contracción estatal. Los narcos no improvisan una nueva cultura, se montan sobre la existente. Y la llevan al extremo: hasta la reductio ad absurdum. El expediente de las relaciones locales con el Estado explica el distanciamiento que puede trocarse en voluntad de instrumentalizar.
NARCOCORRUPCIÓN Y EL NARCOESTADO QUE LOS RESPALDA
Algunos de los personajes de la narcoguerra fría centroamericana se reciclaron de la manera más impensable: consiguieron colarse por los intersticios de la legalidad e ingresar por la ancha puerta del Estado que tarde o temprano lleva a la perdición.
Blandón reapareció a mediados de los 90 convertido en agente de la DEA, con un salario anual de 42 mil dólares. Ostenta la única residencia permanente concedida a un inmigrante al que le han sido probados delitos graves. Tomás Borge publicó en la editorial Siglo XXI un amasijo de loas a Carlos Salinas de Gortari, poco antes de que los narcoser¬vicios del mandatario mexicano salieran a flote y tuviera que refugiarse en Irlanda. El narcogeneral Policarpo Paz García es valorado en Wikipedia como el hombre que cerró las puertas hondureñas al dominio militar. Edén Pastora lanzó su candidatura presidencial en 1996. Y su candidatura a la alcaldía de Managua en 2004. Tres años después, sus enemigos jurados -un FSLN reinstalado en los tres poderes clásicos del Estado, más el poder electoral y el coercitivo- lo colocaron al frente de las operaciones de dragado del río San Juan, ruta vital para el narcotráfico.
En los países centroamericanos la narcoindustria explota la decrepitud estatal a dos bandas: colonizando territorios que son terra ignota para el Estado y manipulando a políticos, explotando aquel descubrimiento del magnate de las mafias bananeras estadounidenses y antiguo presidente de la United Fruit Company, Samuel Zemurray: “Una mula es más cara que un diputado”.
Empecemos precisamente por ahí, por los padrastros de la patria. Los diputados y otros hombres de Estado usualmente sólo intervienen en labores auxiliares. Desde las menos riesgosas sombras, aportan su capital político. Algunos no se conforman con esa labor opaca y silenciosa. Muy satinados y estruendosos fueron los casos de los diputados hondureños César Díaz y Armando Ávila Panchamé, probados y fogueados narcotraficantes, ambos sorprendidos con las manos en la coca y condenados: el primero por un tribunal público y el segundo, después de padecer la suave justicia estatal, fue alcanzado por el largo brazo de la narcojusticia y baleado dentro de la prisión donde cumplía una condena de 20 años.
La narcocorrupción permeó todos los niveles: desde los diputados y más arriba hasta los policías de a pie: el 10 de julio de 2009, diez oficiales de policía fueron arrestados en la Costa Caribe hondureña cuando transportaban 142 kilos de cocaína. Diez policías no son asunto de rasgarse las vestiduras y bañarse de ceniza. El caso destacó porque los detenidos pertenecían al Grupo de Operación Antinarcóticos de la flamante Dirección Nacional de Investigación Criminal. Más notorio aún fue el caso del Jefe policial de Santa Bárbara, que el 27 de agosto de 2008 dejó en libertad al supuesto jefe del cártel del Atlántico y ordenó devolver las armas que sus subordinados habían incautado a los guardaespaldas del capo.
NARCOJUECES Y NARCOPOLICÍAS QUE LIBERAN A MEGACAPOS Y CUBREN MINI-CÁRTELES
En su reporte de 2010 Nicaragua. International Narcotics Control Strategy, el Departamento de Estado de Estados Unidos identificó a la Corte Suprema de Justicia nicaragüense como uno de los impedimentos más preocupantes en la aplicación de los operativos antinarcóticos: dinero y otros activos decomisados a los narcos han sido distribuidos a discreción de la Corte, contraviniendo la legislación que establece que la distribución debe ser equitativa y destinarse a la Policía Nacional, al Ministerio de Salud, al Consejo Nacional de Lucha contra las Drogas, al Sistema Penitenciario y a varias ONG abocadas a la rehabilitación de drogadictos. Con frecuencia -denuncian las pesquisas del Departamento de Estado- esos activos no son objeto de administración transparente y lujosos vehículos terminan como propiedad de jueces y magistrados.
El informe de 2007 señaló que los narcotraficantes capturados eran puestos en libertad por los jueces, quienes les reintegraron -deduciendo la inevitable comisión- los cientos de miles de dólares en efectivo que cargaban. El gobierno estadounidense penalizó estos actos cortando todo apoyo directo a la Corte Suprema de Justicia y colocando los recursos de la lucha anticorrupción en la Policía Nacional, alternativa que deben haber cancelado de ser cierta la versión que Wikileaks difundió de un cable del embajador estadounidense en Managua Robert Callahan a Washington, refiriéndose a la represión sandinista de las manifestaciones contra el fraude electoral de 2008 que la Policía ni siquiera intentó contener: “Es difícil esperar que Aminta Granera vaya a tener el poder, la influencia o siquiera el deseo de cambiar el curso de estos eventos, tanto dentro como fuera de la Policía Nacional”.
Otra de las revelaciones de Wikileaks es un cable donde la embajada estadounidense en Managua denuncia que el FSLN ha recibido regularmente dinero del narcotráfico internacional para financiar sus campañas electorales, usualmente como retribución por la misericordia que sus jueces sandinistas han mostrado hacia los narcos capturados por la policía.
En Nicaragua no podemos dejar en el tintero el injustamente olvidado caso del narcojet del ex-Presidente Arnoldo Alemán, un jet robado e introducido a Nicaragua sin los procedimientos que demanda la ley. En la introducción del narcojet participaron Arnoldo Alemán, entonces Presidente de Nicaragua; el ex-Director de Servicios Aduaneros, Marco Aurelio Sánchez y el ex-Ministro de Transporte e Infraestructura, Edgard Quintana.
La usualmente impoluta Costa Rica reportó en 2009 el despido de 40 oficiales de policía por estar involucrados en tráfico de drogas. En Guatemala el Director de la Policía Nacional y otros altos cargos policiales fueron arrestados en 2009 por colaborar con el narcotráfico. Costa Rica y Guatemala han sido identificados como plataforma de lavado de dólares, pese a los tardíos y frágiles diques con que sus legislaciones parecen frenar esa actividad: Hasta 2008 en Costa Rica operaban seis bancos offshore. Hasta junio de 2002 los bancos offshore con sucursales en Guatemala no eran supervisados.
NARCOMILITARES EN UN NARCOESTADO
Según el fiscal español Carlos Castresana, director en 2007-2010 de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), el 60% de Guatemala está controlado por el narcotráfico, fundamentalmente mexicano, que recluta a pandilleros de la Mara Salvatrucha y corrompió a los cuerpos de seguridad y judicatura del país.
Aunque en su visita a Guatemala el Presidente Bill Clinton pidió disculpas por la pasada complicidad de su gobierno con el aparato militar que cometió crímenes de guerra, su administración ha hecho la vista gorda ante el involucramiento del mismo aparato en el tráfico de drogas. Clinton enfatizó el rol de la narcoguerrilla colombiana en el apogeo de la cocaína, pero volteó la vista ante los narcomilitares.
Desde 1990 los agentes de la DEA llamaban a Guatemala “la bodega”. Uno de los más activos bodegueros era el teniente coronel Carlos Ochoa Ruiz, destacado alumno de la Escuela de las Américas en 1969. Según la DEA y el periodista Frank Smyth en The Untouchable Narco-State (El intocable narco-estado), en 1990 Ochoa trasladó media tonelada métrica de cocaína desde el occidente de Guatemala hasta Tampa, Florida. Ochoa debía ser extraditado a Estados Unidos. Pero una corte militar guatemalteca reclamó jurisdicción sobre su caso y lo absolvió por falta de pruebas, después de que el juez que inicialmente llevaba el caso fuera asesinado y el veredicto fuera rebalanceado. En 1997, cuando su estrella iba en descenso, fue nuevamente apresado y condenado a 14 años de prisión por cargar 30 kilos de cocaína.
Otros altos mandos del ejército guatemalteco han estado aún más activos y han sido denunciados sin ningún efecto. Pese a que un grupo de campesinos enviaron una comunicación a la embajada estadounidense relatando cómo fueron expulsados de sus fincas por coroneles del ejército que estaban construyendo una narcorruta, ninguno de los coroneles fue procesado. El General Carlos Pozuelos Villavicencio, retirado en 1993 de su comandancia en la Fuerza Aérea pero activo en el narcotráfico según diversas fuentes, se ufana de tener un expediente limpio como patena.
En historias como éstas se basa Castells para concluir: “Los paradigmas clásicos de la dependencia y el desarrollo han de replantearse para incluir, como rasgo fundamental, las características de la industria del narcotráfico, y su profunda penetración en las instituciones del estado y la organización social… En ausencia de una afirmación decisiva del poder estatal, las redes del narcotráfico se hacen con el control de tantas personas y organizaciones como les sean necesarias en su entorno”.
¿POR QUÉ RAZONES OCURRE?
¿Por qué Colombia se convirtió en una plataforma tan propicia para la producción y el comercio de la cocaína?, pregunta Castells. Por las mismas razones que Centroamérica: por la existencia de una clase empresarial marginada, por la movilidad social ascendente a punta de bayoneta, por la tradición de violencia, por la debilidad del Estado, por su baja cobertura geográfica, por las guerras intestinas que nos han resquebrajado, por las vastas zonas que grupos armados -legales e ilegales- han controlado en los últimos 50 años.
Centroamérica aún padece los resabios de procesos de desmilitarización fallidos. Esos remanentes abonan una cultura de violencia que, según ha mostrado el sociólogo alemán Peter Waldmann, interactúa con sus efectos y eleva sus resonancias. Waldmann explica que la cultura de la violencia en Colombia -y podemos decir otro tanto de la centroamericana- es el resultado de factores históricos y contemporáneos: un Estado que no logra monopolizar la violencia, leyes que carecen de validación social y no se aplican, reglas del narcomundo que incluyen incentivos económicos para el uso excesivo de la violencia y tensiones de clase en naciones donde la clase media urbana está débilmente desarrollada.
Algo semejante ocurrió en la Sicilia que arrulló a la Cosa Nostra. A las puertas de la modernidad y sobre los escombros del feudalismo, “todo un abanico de hombres de distinta ralea aprovecharon la oportunidad para abrirse camino a tiros y puñaladas a través de la economía en desarrollo”. El Estado moderno procuraba ostentar el monopolio de la violencia y prometía hacer la guerra a los criminales. Pero las milicias privadas de los encumbrados señores de Sicilia no desaparecieron y se fortalecieron económicamente mediante el contrabando y la extorsión, nuevos retos al control estatal. Como empresarios de la violencia, los capos desafiaron a un Estado que la población siciliana sentía ajeno, lejano e impuesto desde Roma.
Todos estos ingredientes produjeron un caldo de cultivo -de comercio y de consumo- favorable. El Estado está perdiendo -y renunciando a- un componente esencial de su soberanía y legitimidad: su capacidad para imponer la ley y el orden. Castells lo constató: “El Estado no sólo es eludido desde fuera por el crimen organizado: se está desintegrando desde dentro. Además de la capacidad de los criminales para sobornar o intimidar a la policía, jueces y cargos gubernamentales, hay una penetración más insidiosa y devastadora: la corrupción de la política democrática. Las crecientes necesidades económicas de los candidatos y partidos políticos crean oportunidades de oro para que el crimen organizado ofrezca su apoyo en momentos críticos de las campañas políticas”.
ERRADA RESPUESTA: MÁS MILITARIZACIÓN
El saldo de la sustitución del Estado de bienestar por la narcofilantropía, el emplazamiento de narcorrutas y narcocultivos donde el Estado es una entelequia, y la compra y extorsión de funcionarios, lleva a lo que Susan George sostiene en el Informe Lugano: “Alguna guerras del futuro se librarán entre los Estados tradicionales y estos nuevos bárbaros; los caudillos, los barones de la droga y las bandas organizadas de todo tipo que en lo sucesivo competirán con el Estado-nación. En ciertos casos, aunque las autoridades locales se nieguen a reconocer los hechos, ya han sustituido al Estado o han penetrado tanto en él que ambos son prácticamente indistinguibles. Cada vez son más los gobiernos que se ven arrollados, dirigidos o sustituidos por una asombrosa diversidad de organizaciones criminales y estructuras innovadoras para controlar la riqueza mediante la violencia y la coacción”.
La respuesta a estas tendencias ha sido la represión. El poco Estado existente se convierte en un Estado artillado. El gobierno estadounidense está incrementando sus intervenciones: corteja con ramilletes de dólares a las doblemente prostituibles fuerzas del orden en la región y consigue la infiltración de los cuerpos policiales y del ejército para continuar con operativos de interdicción. Es el modelo represivo en el patio trasero de la droga, en lugar de trabajar sobre su dilatado mercado de adictos y explorar alternativas que podrían incluir la legalización de algunos narcóticos.
Los síntomas de una remilitarización son perceptibles en toda la región: estado de sitio en Alta Verapaz y Petén, acoso a los viajeros en el río San Juan nica-tico, estigmatización de la Costa Caribe de todo el istmo, retroceso en la agilización del cruce de fronteras en los países del CA-4, con viajeros que deben someterse a cateos exhaustivos y enfrentar intimidantes y obtusos polizontes, etc.
Las opciones militaristas son alentadas y apoyadas por el gobierno estadounidense. La franja méxico-guatemalteca es uno de sus objetivos primordiales. De un lado de la frontera, en abril de 2011 el Ejército federal mexicano despliega militares en la frontera de Chiapas con Guatemala: creó dos nuevas bases militares -cada una con 600 elementos- y mantiene acantonados a 14 mil efectivos. Del otro lado de la frontera, el Presidente Álvaro Colom busca añadir 10 mil soldados y 15 mil policías más a las fuerzas de seguridad existentes para recuperar las áreas sobre las cuales el Estado guatemalteco no tiene control.
NARCOTERRITORIOS Y NARCOGUERRAS
Los cárteles mexicanos están abriendo zonas de retaguardia en Guatemala para amagar los golpes del ejército de su país en un contexto de guerra total al narcotráfico. El intento de combatir esta cabeza de playa y otras avanzadillas de los narcos con métodos netamente represivos puede conducir a una conculcación de las libertades públicas que asoman con timidez a la vuelta de la esquina de muchas décadas de represión.
La declaración en diciembre de 2010 del estado se sitio en el departamento de Alta Verapaz por el Presidente Colom es uno de los indicios de ese retorno al pasado verdeolivo. Y refuerza el carácter dual del Estado guatemalteco: según el informe de desarrollo humano del PNUD 2010: es fuerte para reprimir la disidencia e imponer el orden y débil para invertir en desarrollo. Es el tipo de Estado donde medran como peces en el agua los grupos mafiosos que se alimentan de la oposición popular -muda o vociferante- a un Estado distante y castigador.
El mayor logro del modelo represivo es el descabezamiento de algunos cárteles. Pero la caída de los grandes capos acentúa el carácter violento de la narcoindustria por dos razones elementales. Por un lado, es de sobra sabido que en la generación sucesora predominan los sicarios, una versión mucho más sanguinaria de los capos detenidos. Acostumbrados a hacer el trabajo sucio, “hablan por la boca de las ametralladoras y sus lenguas relucientes son las bayonetas”. No conocen otra forma de imponerse. Por otro lado, la narcoindustria es una rama exportadora muy territorial: muerto o apresado un gran jefe, los capos sobrevivientes se dividen y disputan las plazas a punta de metralla. En Guatemala y Honduras se empiezan a sentir las luchas por el control de territorios y políticos. Sus aldeas y junglas se han convertido en zonas de refrescamiento para narcos connotados que huyen del hostigamiento -a veces más mediático que policial- al que son sometidos en México por la guerra contra el narcotráfico que declaró Felipe Calderón para legitimar su ascenso a la silla presidencial con los pies hinchados de fraude.
Pero en su monacal refugio de Honduras y Guatemala, los capos a menudo sufren la vendetta de competidores que untaron más y mejor las manos de la industria sicaresca y del polifacético cártel de los narcopolíticos. En otros países, el partido político en el poder ejerce un férreo monopolio de los narcoacuerdos y garantiza un clima relativamente apacible al rudo negocio de las drogas. Bajos niveles de violencia no equivalen a bajos niveles de narcotráfico.
UNA EMPRESA LATINOAMERICANA EXITOSA Y RENTABLE
El modelo represivo opera de espaldas a los datos sociológicos y económicos vitales: el narcotráfico se robustece donde hay una ausencia o desafortunada presencia del Estado. El narcotráfico es una empresa ilegal, pero es una empresa y debe ser interpretada como tal.
Manuel Castells hizo una aguda observación a la que bien harían en poner atención los expertos en narcotráfico: “A diferencia de los modelos tradicionales de internacionalización de la producción y el comercio en América Latina, ésta es una industria orientada a la exportación, de control latinoamericano y con una competitividad global probada”. Andrés López López, el narco arrepentido que mayores revelaciones ha expuesto a la luz pública, ofrece un retrato de la eficiencia de la narcoindustria que muestra hasta qué punto, al menos en ese sector, nos sacudimos la típica descoordinación y no menos frecuente negligencia latinoamericanas: “En el narcomundo uno no puede darse el lujo de suspender el trabajo por episodios como ése, ni de aplazarlo por largo tiempo porque el cumplimiento con los pedidos de cocaína debe ser exacto, ya que el transporte es coordinado en diferentes lugares, incluso fuera del país, y resulta muy complicado reorganizar una operación que haya sufrido tropiezos. Los trabajadores de un laboratorio donde se procesa cocaína tienen jornadas continuas de 18 a 20 horas con sólo dos o tres de descanso y luego regresan al trabajo”.
Estos cambios y algunos efectos del narcotráfico en la economía justifican la pregunta de Castells: “Si el narcotráfico ha invertido el modelo de dependencia, ¿es desarrollista?” Hay posiciones encontradas que van desde la negación absoluta hasta la identificación del crecimiento de las divisas y las nuevas inversiones con el tráfico de drogas, pasando por quienes, como Castells, evalúan el impacto según el tipo de desarrollo, el segmento de la industria y la localización geográfica. Recordemos las transformaciones en Perú y su asombrosa inversión de capital en 1992-1996 y el crecimiento del PIB en Bogotá que fue del 12% en 1995. En Centroamérica, una gran porción de lo que es contabilizado como remesas es lavado de dólares.
En los años 90, uno de los grandes capos del cártel del Norte del Valle, Diego Montoya, pagaba un dólar por kilo a sus fabricantes de cocaína. Puesto que una de sus “cocinas” tenía capacidad de producir 1,200 kilos al día, los trabajadores recibían 1,200 dólares de salario cada día.
La cocaína es un producto extremadamente sensible a la ubicación geográfica. Su desplazamiento hacia el norte le agrega valor. El precio del kilo de coca crece exponencialmente a medida que avanza hacia el norte. Castells lo señala: “En 1991 el coste de producción de un kilogramo de cocaína en Colombia (incluido el coste de producción de la pasta de coca procedente de otros países) se estimaba en 750 dólares. Su precio de exportación desde Colombia estaba en torno a los 2,000. El precio al por mayor del mismo kilogramo en Miami era de 15,000 dólares; y en las calles de las ciudades estadounidenses, vendido por gramos, una vez convenientemente ‘cortado’ con otros ingredientes, su valor podía alcanzar más de 135,000 dólares”.
NARCOS: DE LA MISMA MADERA QUE CORSARIOS, PIRATAS Y CONQUISTADORES
Frente a esas cifras, la eficiencia, el impacto en las economías nacionales y locales, el uso de alta tecnología y la minuciosa división del trabajo, ¿a quién le cabe duda de que se trata de una industria económica de dimensiones descomunales y que merece ser considerada como tal? De los narcos podríamos decir lo que Marx sentenció sobre la aristocracia financiera: “No es más que el renacimiento del lumpen proletariado en las cumbres de la sociedad burguesa”.
Los narcos son un rostro más desvergonzado de la lum¬penburguesía, que a juicio de André Gunder Frank, produce lumpendesarrollo. Los narcos bien podrían hacer suya la frase de Hernán Cortés: “Nosotros, los españoles, padecemos de una enfermedad del corazón, para la cual el remedio específico es el oro”. Werner Sombart en su clásico El burgués registra los tipos de empresario burgués, empezando con los corsarios: “Son conquistadores de gran calibre, enérgicos aventureros acostumbrados a la victoria, brutales, codiciosos, un tipo que desde entonces ha ido desapareciendo. Esos piratas geniales y despiadados, especialmente numerosos en Inglaterra durante el siglo XVI, son de la misma madera que los jefes de banda italianos, sólo que su ánimo se haya más decididamente encaminado a la conquista de bienes y dinero, es decir, se hallan más próximos a la empresa capitalista que éstos”. Pablo Escobar, Miguel Ángel Gallardo y Marcola son de la estirpe de los piratas Morgan y Drake, o de los Kennedy que hicieron su fortuna violando la Ley Seca en el tercer decenio del siglo 20.
“NOSOTROS SOMOS ESTRELLAS, USTEDES PAYASOS”
Marcos Camacho, más conocido por el sobrenombre de Marcola, máximo dirigente de Primer Comando de la Capital (PCC) que trafica drogas en Sao Paulo, expone el carácter económico y la fuerza avasalladora excepcional de la narcoindustria: “Nosotros ahora tenemos. ¿Usted cree que quien tiene 40 millones de dólares como Beira Mar no manda? Con 40 millones de dólares la prisión es un hotel, un escritorio… ¿Cuál es la policía que va a quemar esa mina de oro, entiende? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si el funcionario vacila, es despedido y “colocado en el microondas”. Ustedes son el Estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes tienen calibre 38. Nosotros estamos en el ataque. Ustedes en la defensa. Ustedes tienen la manía del humanismo. Nosotros somos crueles, sin piedad. Ustedes nos transformaron en “superstars” del crimen. Nosotros los tenemos de payasos. Nosotros somos ayudados por la población de las villas miseria, por miedo o por amor. Ustedes son odiados. Ustedes son regionales, provincianos. Nuestras armas y productos vienen de afuera, somos “globales”. Nosotros no nos olvidamos de ustedes, son nuestros “clientes”. Ustedes nos olvidan cuando pasa el susto de la violencia que provocamos”.
EL CAPITALISMO HA “LAVADO” TODO ESTO
Históricamente el capitalismo se ha valido de estos personajes geniales y despiadados -como Marcola y Escobar- para abrirse brecha. Recordemos cómo en Colombia la élite dirigente allanó el camino a su participación en la bonanza sin infringir la ley. El sistema bancario se adaptó: abrió “ventanas laterales” para la conversión ilimitada de narcodólares en inmaculados pesos colombianos. El gobierno favoreció el establecimiento de fondos especulativos pagando intereses estratosféricos. Bowden concluye: “Toda la nación estaba dispuesta a unirse a la fiesta de Pablo Escobar”. La dinastía manchú, que penalizaba el consumo de opio con la pena de muerte, tenía funcionarios involucrados en la producción, lucrados con el consumo y alucinando por el consumo del opio.
Nuevas clases y nuevos países emergen de la mano de estas encarnaciones del espíritu emprendedor. Su terreno se juega en uno de los campos de acumulación originaria que Rosa Luxemburgo omitió: los mercados de lo ilegal, que van más allá de los mercados ilegales (contrabando, mercados paralelos). La economía del vicio ilegal del habano generó poderosas ganancias a Cuba, pese a que su historia se vio plagada de prohibiciones, regulaciones absurdas -por ejemplo, el vulgo no podía fumar en la calle-, corrupción gubernamental y abusos de los hacendados sobre los pequeños vegueros, según refiere Fernando Ortiz en su insuperableContrapunteo cubano del tabaco y el azúcar.
Las guerras del opio tuvieron mucho que ver con los recelos de los capitales establecidos. La guerra contra los narcos es, en nuestros países, una guerra contra la graduación de nuevos ricos, contra los potentados sin pedigrí. Igual que para la dinastía manchú en la China del Siglo 18 e inicios del 19, por razones económicas el narcotráfico representa un dolor de cabeza para el imperio: millones de dólares fluyendo hacia América Latina, escapando de los mercados de las transnacionales. Dólares que no son gastados en pantalones Calvin Klein confeccionados por mano de obra a precios de miseria en Nicaragua, en bananos guatemaltecos cultivados en terrenos insalubres o en camisetas de las maquilas de Ciudad Juárez tejidas por mujeres que luego aparecen destazadas, sino en costosísima cocaína, el petróleo blanco que genera ganancias millonarias en la cúspide e ingresos nada despreciables en la base de la pirámide.
DE ECONOMÍAS DE POSTRE A RENTABLES ECONOMÍAS DE VICIO
La narcoindustria da un mentís a la tesis de los heraldos de la precariedad de las economías de postre. Las economías de vicio han probado ser muy rentables. La narcoeconomía ha puesto en jaque el decálogo del desarrollismo, tanto en su vertiente liberal como izquierdista. Hace caso omiso de las más elementales “leyes” de los manuales económicos.
Veamos cómo algunos de sus axiomas han sido vueltos del revés. La ley de la oferta y la demanda: ¿el precio disminuye si aumenta la oferta? ¿Una subida sustancial del precio disminuye la demanda? Nunca la oferta de cocaína ha superado la demanda. La adicción garantiza que, cuanto más se consume, más se requiere: el crecimiento de la oferta hace crecer la demanda. Y la prohibición garantiza unos precios en ascenso. Como en los bienes de consumo conspicuo, el precio puede subir sin que baje la demanda. La prohibición incrementa la demanda. Toda prohibición expande el mercado: En 1729, cuando el primer emperador manchú ordenó estrangular a contrabandistas y dueños de fumaderos, la importación clandestina -hecha sobre todo por portugueses- ascendió a tonelada y media aproximadamente. En 1820, cuando la pena de muerte se aplicó, tanto a traficantes como a usuarios, el contrabando subió a unas 750 toneladas, y dos décadas más tarde superó las 2,000.
¿Esta industria debería reducir sus costos mediante la sustitución de importaciones? Los bienes industriales esenciales -armas, lanchas, avionetas, radares, localizadores de llamadas, hasta submarinos- no pueden ser objeto de un proceso de sustitución de importaciones, pero éstos jamás generan un endeudamiento insalvable: la balanza de pagos es positiva en su principio, en su medio y en su fin. ¿La cocaína no es un artículo de consumo básico y por eso su consumo puede desplomarse en épocas de crisis? La droga es más requerida para superar otros efectos de la crisis. Los altos ejecutivos buscan el alivio de las drogas para sobrellevar crisis personales y nacionales.
PLUSVALÍA, COMPETENCIA, COSTOS, BENEFICIOS... LEYES ECONÓMICAS VUELTAS DEL REVÉS
¿Los narcocapitalistas viven de la plusvalía? No: viven de los enormes márgenes de ganancia que garantiza la prohibición. Los operativos de la DEA elevan los costos de producción y comercialización, pero el incremento es transferido a los consumidores, junto con el aumento salarial a beneficio de los trabajadores a cuenta del factor riesgo. El comercio de la coca es la única actividad económica donde las élites -inevitables paisanas- se ven forzadas a compartir un alto porcentaje de los beneficios con sus “socios minoritarios” y plebeyos que regentan pequeñas sucursales, franquicias libres de protocolo, salvo el que se refiere a previsiones contra la policía y medidas de seguridad.
¿La competencia es buena y garantiza mejor calidad y precios bajos? No. El monopolio es preferible a la libre y asesina competencia. La competencia significa guerra entre cárteles, una situación que pone en peligro el negocio y sube los precios. ¿Y entonces caen los beneficios? Las barreras no arancelarias de la DEA elevan los costos y encarecen los productos, pero disparan los beneficios. Costos y beneficios suben de la mano a un superior círculo del infierno. ¿Hay que evitar la dependencia de los mercados estadounidenses? Patrañas. La dependencia de los mercados estadounidenses es enormemente benéfica. De hecho, es la condición de posibilidad del progreso de la narcoindustria. Los gringos no sólo aportan el mayor mercado de consumidores, sino que también financian los operativos de la DEA, que incrementan beneficios.
EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO SE HIZO HOMBRE Y SE ENCARNÓ EN LOS NARCOS
El narcotráfico es una concepción independiente del desarrollo, que no doblega la cabeza ante los dictados de los manuales de economía en torno a qué está escrito y a los del imperio en torno a qué está permitido y qué está prohibido. El narcomayoreo incide sobre la política y el narcomenudeo y la narcofilantropía definen la micro-política. Al final, narcomenudeo y narcomayoreo son actividades que convocan y afectan a muchos actores, sean o no narcofraticantes, mulas, cocineros o lavanderos.
¿Debemos observar y analizar a los narcos como una anomalía, como un tumor que hay que extirpar debido a sus estrategias homicidas? A lo largo de la historia, el Estado ha cimentado su poder mediante estrategias homicidas y, salvo los anarquistas, nadie lo considera como un tumor social que debamos extirpar. Debemos mirar hacia las raíces del éxito de la narcoindustria: los Estados famélicos o fallidos. Ahí donde el brazo de la ley no llega, el brazo de la narcojusticia garantiza el orden y obtiene la validación social que los narcos persiguen con tenacidad y a la que Habermas atribuye la genuina legitimación.
La otra vertiente reticular es el espíritu del capitalismo en su expresión actual. En Noticia de un secuestro Gabriel García Márquez detecta unos indicios: “Una droga más dañina que las mal llamadas heroicas se introdujo en la cultura nacional: el dinero fácil. Prosperó la idea de que la ley es el mayor obstáculo para la felicidad, que de nada sirve aprender a leer y escribir, que se vive mejor y más seguro como delincuente que como gente de bien”. ¿Acaso mulas, capos, lavanderos y cocineros son los únicos adictos a esa droga? De ninguna manera. Los narcos no son los únicos, pero sí los más emprendedores, competitivos y socialmente responsables de todos los empresarios que haya parido y amamantado Mamón.
Son más emprendedores: llegan donde nadie quiso llegar, utilizando medios inusitados, desbrozando escrúpulos y montañas, decapitando obstáculos y rivales, manipulando sustancias químicas y leyes, innovando fórmulas y rutas. Son los más competitivos: lo son de manera literal, practican la competencia salvaje del capitalismo salvaje llevada al extremo. Practican la flexibilidad neoliberal, expresada en extorsiones y sobornos que engrasan la maquinaria judicial hasta hacerla más flexible: en el narcomundo la flexibilidad jurídica es más importante que la flexibilidad laboral. ¿Y qué es la narcofilantropía sino la manifestación más generosa, consistente e incluso lacrimógena de ese compromiso light que ahora se pide de los ricos y para cuyo cumplimiento se les reduce la carga tributaria: la responsabilidad social?
La narcocultura es el espíritu del capitalismo al extremo y la narcoindustria es un aspecto de la fase superior del capitalismo. No es una espina en el corazón del sistema. Es su expresión más pulida y torneada. Los atributos más encomiados en las escuelas de negocios de las universidades de élite, en sus repetidoras populares y en sus adefesios clones de garaje son escenificados por la narcoindustria. ¿Ser macro o micro empresario es lo máximo? Genial: capos, púsheres, mulas, etc. son microempresarios con un espíritu emprendedor envidiable. Son la caricatura del capitalismo, de sus valores y sus iconos. En el naufragio del fin del trabajo asalariado, ahí están los salvavidas de la narcoindustria para sacar a flote a quienes han sido dotados del espíritu emprendedor.
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