Pedro Corzo
Las demandas de varios organismos internacionales y gobiernos de que el asesinato y las torturas a que fue sometido Moammar Kadafi sean investigados, son válidas y pertinentes y han motivado al Consejo Nacional de Transición de Libia a iniciar una pesquisa y procesar a los responsables del crimen.
La muerte de Kadafi a manos de sus captores y los evidentes abusos de que fue objeto, se aprecian en los videos mostrados. El dictador sufrió abusos incalificables, que sitúan a sus torturadores en igual escala moral que el torturado.
Las razias, persecuciones y asesinatos en masa son acciones propias de dictadores y no de quienes se les oponen. No se deben repetir los crímenes de los déspotas y sus esbirros, ni justificar los excesos, esgrimiendo los abusos en los que ellos incurrieron.
No debe haber licencia para el crimen, pero tampoco es apropiado responsabilizar del asesinato del dictador al Consejo Nacional de Transición Libio y evaluar a esa entidad como incapaz de conducir al país al establecimiento de un estado de derecho.
Las severas críticas al Consejo Nacional de Transición no son objetivas porque más allá de las condiciones morales de sus dirigentes, sería un milagro que hubieran logrado imponer en plena guerra, cuando fue muerto Kadafi, su autoridad sobre facciones que a través de los meses del conflicto demostraron en muchas ocasiones que el denominador común que los identificaba era el asesino asesinado.
Militares estadounidenses capturaron a Saddam Hussein y le respetaron la vida. Fue enjuiciado y ajusticiado después de un debido proceso, pero no se puede asegurar que eso mismo hubiera ocurrido si facciones iraquíes contrarias a Hussein lo hubieran capturado.
Numerosos analistas y representantes de organismos internacionales rechazan con sólidos argumentos el asesinato de Kadafi y sus partidarios, que de victimarios pasaron a víctimas, porque al parecer consideran que las injusticias padecidas les facultaban convertirse en abusadores.
Esa conducta inicia una peligrosa espiral de violencia, porque el odio solo cosecha odio y la venganza genera nuevos vengadores.
Pero la conciencia de esta espiral de abusos debería alertar a la comunidad internacional a ser más responsable en sus relaciones con regímenes que violan sistemáticamente los derechos de sus ciudadanos.
Las personas con responsabilidades políticas, junto a los organismos internacionales y gobiernos, deberían darse cuenta de que la mejor manera de evitar crímenes es que no haya asesinos gobernando naciones.
Si los compromisos morales tuvieran más importancia en las relaciones entre los gobiernos que los intereses económicos o las conveniencias ideológicas, déspotas como fueron Saddam Hussein y Moammar Kadafi, o siguen siendo Mahmud Ahmadineyad, Bachar al Asad, Ali Abdullah Saleh, Hugo Chávez y los hermanos Castro, no estarían gobernando.
El asesinato de Kadafi está contra el derecho, pero cómo se sentirían los libios cuando leyeron en el informe del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas del año 2010 que decía en una de sus partes: “En el diálogo interactivo formularon declaraciones 46 delegaciones. Varias de ellas encomiaron a la Jamahiriya Árabe Libia por la preparación y presentación de su informe nacional, y destacaron el amplio proceso de consultas con los interesados en la fase de preparación. Varias delegaciones asimismo observaron con satisfacción el compromiso del país de respetar los derechos humanos”.
Un informe de Amnistía Internacional refiere que varios gobiernos europeos, entre ellos España, Alemania, Bélgica, Francia, Italia y el Reino Unido, concedieron licencias de suministro de armas, municiones y equipos al gobierno de Kadafi a partir del 2005. Entre ellas bombas de racimo. Otro importante suministrador de armas a Libia fue Rusia.
Occidente al parecer estuvo dispuesto a olvidar el atentado al avión de Pan Am sobre Lockerbie, los otros atentados que auspició Kadafi por haber renunciado al desarrollo de armas biológicas, químicas y nucleares, pero los libios nunca pudieron olvidar los numerosos asesinatos que ordenó ni las personas ahorcadas en plazas públicas.
El primer paso para evitar el asesinato de un dictador, es impedir que detenten el poder. Si los gobiernos, entidades financieras y organismos internacionales como Naciones Unidas se comprometieran a no callar, denunciar y no bendecir a cambio de favores los abusos de los déspotas, el mundo se vería libre del horror de que un grupo de ciudadanos se tome la justicia por su mano como ocurrió en Libia.
Periodista de Radio Martí.
La muerte de Kadafi a manos de sus captores y los evidentes abusos de que fue objeto, se aprecian en los videos mostrados. El dictador sufrió abusos incalificables, que sitúan a sus torturadores en igual escala moral que el torturado.
Las razias, persecuciones y asesinatos en masa son acciones propias de dictadores y no de quienes se les oponen. No se deben repetir los crímenes de los déspotas y sus esbirros, ni justificar los excesos, esgrimiendo los abusos en los que ellos incurrieron.
No debe haber licencia para el crimen, pero tampoco es apropiado responsabilizar del asesinato del dictador al Consejo Nacional de Transición Libio y evaluar a esa entidad como incapaz de conducir al país al establecimiento de un estado de derecho.
Las severas críticas al Consejo Nacional de Transición no son objetivas porque más allá de las condiciones morales de sus dirigentes, sería un milagro que hubieran logrado imponer en plena guerra, cuando fue muerto Kadafi, su autoridad sobre facciones que a través de los meses del conflicto demostraron en muchas ocasiones que el denominador común que los identificaba era el asesino asesinado.
Militares estadounidenses capturaron a Saddam Hussein y le respetaron la vida. Fue enjuiciado y ajusticiado después de un debido proceso, pero no se puede asegurar que eso mismo hubiera ocurrido si facciones iraquíes contrarias a Hussein lo hubieran capturado.
Numerosos analistas y representantes de organismos internacionales rechazan con sólidos argumentos el asesinato de Kadafi y sus partidarios, que de victimarios pasaron a víctimas, porque al parecer consideran que las injusticias padecidas les facultaban convertirse en abusadores.
Esa conducta inicia una peligrosa espiral de violencia, porque el odio solo cosecha odio y la venganza genera nuevos vengadores.
Pero la conciencia de esta espiral de abusos debería alertar a la comunidad internacional a ser más responsable en sus relaciones con regímenes que violan sistemáticamente los derechos de sus ciudadanos.
Las personas con responsabilidades políticas, junto a los organismos internacionales y gobiernos, deberían darse cuenta de que la mejor manera de evitar crímenes es que no haya asesinos gobernando naciones.
Si los compromisos morales tuvieran más importancia en las relaciones entre los gobiernos que los intereses económicos o las conveniencias ideológicas, déspotas como fueron Saddam Hussein y Moammar Kadafi, o siguen siendo Mahmud Ahmadineyad, Bachar al Asad, Ali Abdullah Saleh, Hugo Chávez y los hermanos Castro, no estarían gobernando.
El asesinato de Kadafi está contra el derecho, pero cómo se sentirían los libios cuando leyeron en el informe del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas del año 2010 que decía en una de sus partes: “En el diálogo interactivo formularon declaraciones 46 delegaciones. Varias de ellas encomiaron a la Jamahiriya Árabe Libia por la preparación y presentación de su informe nacional, y destacaron el amplio proceso de consultas con los interesados en la fase de preparación. Varias delegaciones asimismo observaron con satisfacción el compromiso del país de respetar los derechos humanos”.
Un informe de Amnistía Internacional refiere que varios gobiernos europeos, entre ellos España, Alemania, Bélgica, Francia, Italia y el Reino Unido, concedieron licencias de suministro de armas, municiones y equipos al gobierno de Kadafi a partir del 2005. Entre ellas bombas de racimo. Otro importante suministrador de armas a Libia fue Rusia.
Occidente al parecer estuvo dispuesto a olvidar el atentado al avión de Pan Am sobre Lockerbie, los otros atentados que auspició Kadafi por haber renunciado al desarrollo de armas biológicas, químicas y nucleares, pero los libios nunca pudieron olvidar los numerosos asesinatos que ordenó ni las personas ahorcadas en plazas públicas.
El primer paso para evitar el asesinato de un dictador, es impedir que detenten el poder. Si los gobiernos, entidades financieras y organismos internacionales como Naciones Unidas se comprometieran a no callar, denunciar y no bendecir a cambio de favores los abusos de los déspotas, el mundo se vería libre del horror de que un grupo de ciudadanos se tome la justicia por su mano como ocurrió en Libia.
Periodista de Radio Martí.
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