Francisco Martin Moreno
¿Los mexicanos no estamos hartos de ser un país atrasado a pesar de tantos talentos desperdiciados de generación? Cuando nuestros humildes y no menos nobles “mojados” cruzan la frontera norte legal o ilegalmente en busca de condiciones dignas y honorables de trabajo que no encuentran en nuestro país, se los arrebatan para emplearlos en los campos norteamericanos o en la industria de la construcción o en la restaurantera entre otros sectores de la economía de aquel país que depende de la mano de obra, seriedad y profesionalismo de nuestros paisanos. Lo mismo acontece con los jóvenes estudiantes mexicanos, quienes, al concluir sus estudios son requeridos por despachos, hospitales o empresas de Estados Unidos por el nivel de sus conocimientos. La fuga de cerebros y de personal dotado de grandes habilidades desangra a México.
¿Cómo es posible que allá sean tan requeridos y exitosos y en México, sálvese el que pueda, subsistan en una penosa mediocridad, en el mejor de los casos? Muy sencillo: lo que falla no son nuestros hombres y mujeres, no, sino el sistema político y económico que no ha podido evolucionar para aprovechar todos nuestros valores y entrar todos juntos, tomados de la mano, al futuro. ¿Cuando nos vamos a hartar de este sistema que arroja al mercado de trabajo masas de ignorantes y de jóvenes embrutecidos y resignados por la religión, por los medios de difusión o por la escuela y que, además, produce políticos corruptos y venales que se niegan a cambiar el establishment desde el que lucran a placer sin considerar que nuestro país se nos deshace como papel mojado entre los dedos de la mano? Nos asfixiamos, quintuplicamos irresponsablemente la población en 50 años, estamos condenados a vivir y escasamente se escucha la protesta ciudadana por la debacle ecológica, económica y social que viene y nadie parece escuchar la voz de alarma que se escucha a través de las cordilleras y de la Sierra Madre: el lobo, ahí viene el lobo, cuidado con el lobo...
¿Hasta cuándo nos vamos a hartar de que una pandilla de presuntos maestros tenga secuestrada la educación de los mexicanos y, por ende, tenga secuestrado el futuro del país? Si no protestamos por la calidad de los estudios de nuestros hijos ni por su destino ni por el enriquecimiento inexplicable de nuestros políticos que disponen ilícitamente del patrimonio público, los impuestos pagados con el sudor de nuestra frente, entonces, ¿por qué y cuándo vamos a protestar? ¿Tenemos una paciencia ilimitada hasta que se vuelva a despertar violentamente el México bronco del que ya conocemos sobradamente sus alcances? ¿Nunca nos vamos a hartar del costo absurdo de las medicinas? ¿Cuándo se van a reunir los ninis en la Plaza de la Constitución para intimidar al gobierno, a los diputados y a los senadores con su músculo, cuya fortaleza y capacidad de destrucción no imaginan? ¿Y la frivolidad y la indiferencia de nuestros políticos? ¿Cuándo nos vamos a hartar de nuestros legisladores, esos secuestradores del Congreso de la Unión o cansarnos de los líderes sindicales, unas pandillas de líderes podridos que se han apoderado no sólo de la educación, ¡qué va!, sino también del petróleo, de la electricidad, es decir, de la energía con la que México se podría mover a una velocidad mucho mayor. La apertura energética podría darle a México un viraje sensacional en tan sólo un sexenio, ahí está el caso de Brasil y Noruega y, sin embargo, todo pareciera indicar que nada es nuestro, que nada nos preocupa como si esperáramos que una fuerza divina, espontánea y generosa, fuera a resolver nuestros problemas mágicamente.
¿Tampoco nos hartamos de la existencia amenazadora de más de 40 millones de mexicanos sepultados en la miseria, muy a pesar de que cada uno de ellos significa una bomba que exhibe una mecha corta que fue encendida de buen tiempo atrás? ¿No nos hartamos de ser consumidores de tecnología en lugar de impulsarla ni protestamos ante la imposibilidad de abrir muchas más cadenas de televisión que no embrutezcan más a la sociedad, con sus respectivas excepciones? ¿Y los monopolios privados? ¿Cuando dejaremos de consumir productos manufacturados por los monopolios privados para ponerlos de rodillas y que dejen de esquilmar a la nación a falta de un estadista de altos vuelos que acabe con sus privilegios? ¿Y las asociaciones de protectores del consumidor y las de padres de familia y las cámaras de comercio y de industria, cuyos representantes sólo buscan un lugar en el avión presidencial? ¿Y los “indignados” mexicanos? ¿En México no hay indignados? ¿Son mudos o paralíticos o cobardes o resignados o simplemente esperan una gratificación eterna en el más allá a cambio de vivir “aquí” un infierno de perros? ¿No nos hartamos de que la UNAM ni siquiera se encuentre entre las primeras 400 universidades del mundo ni que nuestros empresarios sean reconocidos en el mundo entero como los que más sobornos ofrecen para cerrar negocios, junto con los chinos y los rusos? ¿No nos avergüenza que nuestros braceros nos mantengan desde que envían más de 20 mil millones de dólares al año cuando huyeron de México descalzos y por hambre?
¿Hasta cuándo nos hartaremos de nuestro escandaloso atraso, de nuestra pavorosa corrupción, de nuestra insufrible ignorancia, de nuestra desesperante apatía y de nuestro gradual embrutecimiento? ¿Hasta cuándo..?
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