09 noviembre, 2011

¿Qué hacer con el marxismo?

LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Por Horacio Vázquez-Rial

Ayer, al anochecer, compré en una librería de viejo que hay en la calle Arenal, junto a San Ginés, el Compendio de la historia de la Revolución Francesa de Albert Soboul, en versión española de Enrique Tierno Galván, editado por Tecnos en 1966.

Tengo otra edición, pero compré ésta como quien recoge un perro por la calle, porque lo ve desvalido, hambriento y con frío: ¿dónde va a estar mejor que en casa? Y se queda para siempre, es decir, hasta que la muerte nos separe.

Me puse a leerlo en el Café de la Ópera mientras hacía tiempo, porque había quedado para cenar. Dice Soboul en el prólogo que "un inmenso campo permanece sin roturar y gran parte de las peripecias de la Revolución quedan en la sombra por falta de un conocimiento exacto de las fuerzas sociales actuantes". Él hace en su obra un intento meritorio en ese sentido, siguiendo en buena medida a su maestro Georges Lefebvre y atendiendo siempre a los historiadores que habían precedido a ambos, marxistas y no marxistas, o marxistas a su manera, como Jaurés. Así, en ese prólogo aparecen mencionados Guizot, el últimamente revalorizado Tocqueville, Taine, Michelet, el propio Jaurés, Sagnac, Mathiez y, cómo no, el mismo Marx.

Yo empecé con Michelet, hace más de cincuenta años y en una edición en muchos tomos pequeños, porque estaba en mi casa y porque el protagonista de La náusea de Sartre lo lee. Quizá lo mejor que le puede ocurrir a un adolescente interesado en la historia es encontrar un gran historiador romántico. Después pasaron todos los mencionados en el párrafo anterior, y alguno que no figura en esa lista, como Jean Sevillia, en su inigualable Históricamente incorrecto, publicado aquí por Ciudadela.

Pero me pregunto ahora qué hubiese sido de mi vida intelectual sin Lefebvre y sin Soboul, o sin Perry Anderson, sin Morgan, sin Gordon Childe o sin Christopher Hill, en suma, sin la historiografía marxista. La respuesta es sencilla: sería un desierto. La historiografía marxista fue hegemónica durante al menos medio siglo. Produjo obras importantísimas, algunas canónicas, al menos hasta el día de hoy. Y seguramente seguirán siéndolo dentro de mucho tiempo, como siguen siéndolo hoy las de Michelet. Porque en tiempos de hegemonía marxista no se despreció a los clásicos ni a los románticos, y el propio Michelet y Gibbon y Ranke fueron lectura necesaria a pesar de la nueva doctrina imperante. Cierto que, en la Universidad de Barcelona, hace demasiados años para que me interese contarlos, tuve un brillantísimo profesor marxista, que daba clases inolvidables y que es figura respetada y respetable, que un día se topó conmigo en el bar de la facultad y, viendo que yo llevaba La España del Cid de Menéndez Pidal, me reconoció sin ambages que no había leído a Pidal. Y tal vez no lo haya hecho nunca.

Hay en nuestros días una tendencia clara a arrojar el bebé bibliográfico marxista con el agua sucia del baño del comunismo. Pero es imposible prescindir del legado de Marx en la historiografía, incluyendo en ella la obra de no marxistas que, a pesar de ellos mismos, incorporaron incontables elementos del análisis materialista de la historia. Casi tan imposible como prescindir del legado de Freud en la historia, la filosofía, la narrativa y hasta la poesía del siglo XX y de lo que llevamos recorrido del XXI: el lenguaje psicoanalítico ha pasado a formar parte del lenguaje general, hasta en un país tan poco influido por el psicoanálisis como España, donde, sin embargo, todo el mundo habla de complejos y de traumas con entera naturalidad. Del mismo modo en que eso es inevitable porque, si no se ha leído a Freud, al menos se han visto películas de Woody Allen, es inevitable hacer materialismo histórico cuando se trata de los banqueros de Carlos V, como ha hecho don Ramón Carande, o del mercantilismo en Castilla, como ha hecho don José Larraz, ambos ilustres historiadores nada sospechosos de ser marxistas.

Yo recomendaría atesorar la historiografía marxista, guardar los dos tomos de El pensamiento griego de Rodolfo Mondolfo o ¿Qué sucedió en la historia? de Gordon Childe, previendo su definitiva descatalogación. Marx era un filósofo de su tiempo, muy brillante por cierto, y un excelente prosista romántico. Tal vez su culpa en relación con el comunismo real y con las socialdemocracias que nos ha tocado vivir no sea mayor que la de E. A. Poe en relación con los asesinos en serie que pululan por el mundo. Y un abismo separa Mein Kampf de El Capital, por mucho que se parezcan Hitler y Stalin.

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