18 noviembre, 2011

Rajoy, visto desde gringolandia

ALVARO VARGAS LLOSA

Nunca he visto tan poco interés por un campaña electoral española en Estados Unidos. No es que España acaparase titulares en otros tiempos (en los últimos años sólo el respaldo de Aznar a la intervención en Iraq y la retirada de Zapatero de Afganistán lograron que la política española se incrustase temporalmente en los medios y las habladurías de cóctel en las embajadas que jalonan Massachusetts Avenue en Washington). Pero es que lo de ahora es un desdén insultante. Esta vez, había una razón de peso para atender lo que sucedía en Iberia: Estados Unidos está prestando mucha atención a la interminable saga europea y España aparece fatalmente incluida en la lista de países-problema cada vez que se menciona al “sur” de Europa. Habría cabido esperar algo más de curiosidad precisamente por ello. Pero las elecciones ibéricas no parecen importarles una higa. ¿Por qué?


Por razones -me atrevo a pensar- muy distintas según se mire las elecciones de este domingo con el cristal de la derecha o el cristal de la izquierda. La derecha norteamericana, que se entusiasmó a rabiar con Aznar, teme mucho casarse con cualquier derecha europea a la que no conozca bien por miedo a que se repita el fiasco de los conservadores griegos (Nueva Democracia) e italianos (Berlusconi and company). En el primer caso, la derecha griega contribuyó, antes del ascenso de Papandreou, a la hecatombe que sus compatriotas socialistas luego prolongaron. En el caso de la derecha italiana, Berlusconi pasó de ser el simpático y excesivo latino a quien se le perdonaba todo al bufón que convenía tener a profiláctica distancia para no devaluarse por asociación. A Mariano Rajoy, pues, la derecha norteamericana prefiere medirlo bien antes de ponerle el traje. Quiere estar seguro de que es “the real thing”. De allí, por ejemplo, que el Wall Street Journal de Rupert Murdoch hablara con calculado escepticismo de las posibilidades que tiene Rajoy de solucionar la herencia envenenada una vez que asuma el mando.
Desde la izquierda estadounidense, el problema es el inverso. Hay el temor de que Rajoy sea “the real thing” y acabe convalidando los esfuerzos de la derecha estadounidense por volver a la Casa Banca y enderezar el rumbo. Como la izquierda estadounidense sabe que el socialismo español va a recibir un batacazo estupefaciente este domingo, la táctica que usa para desdeñar a la derecha no es ensalzar al socialismo agonizante sino desahuciar a ambas partes. Hablan así, con fingida alarma, del “envejecimiento” de la política española, simbolizada en el hecho de que, a diferencia de los cuarentones Suárez, González, Aznar y Rodríguez Zapatero en su momento, la Presidencia del gobierno español vaya a recaer ahora en un cincuentón.
El consuelo para Rajoy es que a David Cameron le pasaba algo similar, salvando la albiónica distancia entre el interés con que siguen la política británica los estadounidenses, que es relativo, y el interés con el que siguen la española, que es casi nulo. Cuando el actual primer ministro británico estaba en campaña electoral, la derecha estadounidense trataba a Cameron con cierto desdén porque lo veían como la versión descafeinada y claudicante de la derecha transatlántica (un poco como ven hoy Mitt Romney en las primarias republicanas). Una vez que Cameron lanzó su drástico programa de adelgazamiento del Estado desde el poder, lo “descubrieron” y adoptaron. La izquierda norteamericana, en cambio, hablaba, durante la campaña electoral británica, de la decadencia de ambas partes: de la laborista, que estaba a la espera de su inminente Waterloo, y de la conservadora, a la que se veía como pálido reflejo del otrora aplastante “juggernaut” de Thatcher. Una vez que Cameron se posicionó como adalid de la regeneración empresarial, lo empezaron a ver con temor, no vaya a ser que lo suyo acabe bien y repercuta a este lado del charco en beneficio de los republicanos.
En resumen: Rajoy es lo que llaman por aquí una “cantidad desconocida” que suscita en unos muchas dudas por culpa de la derecha griega e italiana, y suministra a otros, por falta de información, una conveniente dispensa para menospeciar a todos. Dependerá de él mismo, en caso de ganar con la contundencia que vaticina la demoscopia, disipar esa bruma de desinformación. Empezar a dar entrevistas en inglés (lleva ya algo de tiempo aprendiéndolo) no le vendría mal. Siempre que tenga algo que decirle al auditorio yanqui, claro.

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