Vicente Echerri
El conteo regresivo para una guerra con Irán puede que haya comenzado. Aquellos de oído más fino tal vez ya perciban el ominoso rumor que precede a los grandes estallidos. Lo cierto es que el anuncio de la Agencia Internacional de Energía Atómica de que Irán “está estudiando la fabricación de armas nucleares”, dado a conocer este martes, nos acerca cualitativamente a las puertas de una conflagración.
De dominio público son las tensiones que, desde hace algunos años, vienen creando los progresos que, en materia de energía atómica, han tenido lugar en Irán, cuyo gobierno no deja de insistir que sólo tienen objetivos pacíficos. Las democracias occidentales no se han creído esa historia. Sospechan, por el contrario, que Irán busca –como antes lo hicieran Corea del Norte y Pakistán– la posesión de armas nucleares para amedrentar a sus vecinos y afirmar su hegemonía en Asia Central y el Oriente Medio.
No es creíble que Irán se proponga –pese al enloquecido discurso de sus líderes– lanzar una bomba nuclear contra Israel, ya que el precio de tal acción le resultaría fatal. Como bien dijera hace un tiempo Hillary Clinton, un ataque atómico de parte de Irán tendría por consecuencia su inmediata obliteración; pero, si Irán tuviera la bomba, los países cercanos, e Israel en particular, se verían sometidos a un intolerable chantaje. El exiguo territorio del Estado judío no le permite coexistir con la amenaza nuclear de los iraníes. Si Israel fuese Rusia, o incluso Turquía, esa amenaza sería mucho menos grave porque, por estragos que pudieran hacer una o varias ojivas nucleares, la existencia misma de la nación no estaría en peligro. En el caso de Israel, bastaría una sola bomba atómica de gran potencia para cumplir el sueño de tantos musulmanes extremistas de barrerlo del mapa. Ningún país responsable con su propia ciudadanía podría vivir con ese temor. Sería absurdo pedírselo.
El informe de la IAEA destaca “los empeños, algunos de ellos exitosos, de procurar equipo y materiales nucleares de uso dual por parte de individuos y entidades militares [iraníes]… La adquisición de información y documentación referente al desarrollo de armas nucleares, a través de redes de suministros nucleares clandestinas”, así como “el trabajar en el desarrollo del diseño autóctono de un arma nuclear, incluida la prueba de componentes”. Aunque el informe no llega a decir explícitamente que Irán está fabricando una bomba nuclear, los enunciados del informe son lo suficientemente creíbles y preocupantes.
¿Qué ha de ocurrir ahora? Israel no ha ocultado su consideración de recurrir a las armas para reducir esa amenaza. Esta misma semana Shimon Peres, el presidente israelí, declaraba en una entrevista que ese país contemplaba una acción militar contra Irán. Yo no creo, sin embargo, que Israel se arriesgue a dar un paso tan comprometedor de manera unilateral. Dada la distancia que media entre ambos países y la vasta extensión territorial de Irán, un bombardeo quirúrgico de Israel –semejante a los que realizara en el pasado contra instalaciones iraquíes y sirias– sería de dudoso éxito y acaso sólo provocaría una masiva respuesta iraní, aunque fuese con armas convencionales.
De ahí que sea más creíble suponer que cualquier ataque a Irán, aun con la participación de Israel, tendría que contar desde el comienzo con la abrumadora eficacia de la maquinaria militar estadounidense, ya que no podría limitarse a la destrucción de una determinada infraestructura, sino que tendría que llevarse a cabo como una acción conducente a la aniquilación de las fuerzas armadas iraníes y, en consecuencia, a la remoción del régimen que allí gobierna; es decir, una guerra en el sentido más amplio del término.
Algunos analistas creen que tal contienda es improbable, dados los actuales compromisos militares y económicos de Estados Unidos y la próxima campaña presidencial. Sin embargo, la alternativa –convivir con un Irán atómico– podría ser un trago mucho más difícil para este país y sus aliados. De lo que si no cabe duda es de la magnitud devastadora que tendría, de producirse, ese conflicto; al extremo de reducir, por comparación, a meras escaramuzas las contiendas de Irak y Afganistán. Verdadera prueba de fuego para reordenar la correlación de fuerzas en el mundo.
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