¿Cómo fue el proceso a través del cual los gobiernos se hicieron con el monopolio de la emisión monetaria?
Monopolio compulsivo de la emisión
(M. Rothbard, “Moneda libre y controlada”, Segunda Edición 1979. Parte 2, cap. 3)
Para que el gobierno pueda valerse de la falsificación para aumentar sus rentas, tienen que darse muchos pasos por el camino que aleja del mercado libre. El gobierno no podría presentarse sencillamente invadiendo un mercado libre en funcionamiento, e imprimir sus propios billetes de papel. De hacerlo de una manera tan abrupta, pocas personas estarían dispuestas a aceptar el dinero del gobierno. Hasta en épocas modernas, mucha gente de los “países atrasados” ha rehusado aceptar papel moneda, exigiendo comerciar sólo con oro. En consecuencia, la intromisión gubernamental tiene que ser más astuta y gradual. Hasta hace unos pocos siglos no existían bancos; de modo que el gobierno no podía valerse de la máquina bancaria para recurrir a la inflación masiva, como puede hacerlo hoy. ¿Qué podía hacer, entonces, cuando sólo circulaba el oro y la plata?
El primer paso de apreciable importancia que todo gobierno dio fue echar mano a un monopolio absoluto del negocio de emisión de dinero. Ese era un medio indispensable para conseguir el control de la provisión de moneda acuñada. La efigie del rey o del señor se estampaba sobre las piezas, y se propagaba el mito de que la acuñación era prerrogativa esencial de la “soberanía” del rey o el barón.
El monopolio de la emisión permitió al gobierno suministrar monedas en la denominación que él y no el público deseaba. El resultado fue que la diversidad de monedas que había en el mercado quedó necesariamente reducida. […]
Cuando adquirieron el monopolio de la emisión de moneda, los gobiernos fomentaron el uso del nombre de la unidad monetaria, haciendo todo lo posible por separar ese nombre de su verdadera base, consistente en el peso real de las monedas. También esto fue un paso importante, pues liberó a todo gobierno de la necesidad de someterse a las características del comercio de las monedas en el mercado mundial. En lugar de valerse de granos o gramos de oro o plata para las designaciones, cada gobierno fomentó el uso de su propio nombre, en favor de los supuestos intereses monetarios: dólares, marcos, francos, y demás. Este trastrueque dedenominaciones hizo posible el principal instrumento que tuvo el gobierno para falsificar las monedas: el envilecimiento.
El envilecimiento
(M. Rothbard, “Moneda libre y controlada”, Segunda Edición 1979. Parte 2, cap. 4)
Este fue el método que adoptaron los Estados para falsificar las mismas monedas que, con el declarado propósito de proteger enérgicamente el patrón monetario, habían prohibido que acuñaran las entidades privadas. En algunas ocasiones, el gobierno incurrió sencillamente en fraude, al rebajar ocultamente el contenido de oro con una aleación de inferior calidad, fabricando piezas de peso deficiente. Más característico fue que la Casa de Moneda fundiera y acuñara de nuevo todas las piezas acuñadas existentes en el territorio, devolviendo a los súbditos el mismo número de “libras” o “marcos”, pero con menor peso. Las onzas remanentes, de oro o plata, las embolsaba el rey, quien las utilizaba para solventar sus gastos. De esa manera, el gobierno hacía continuamente juegos malabares dando nuevo carácter al mismo patrón que se había comprometido a salvaguardar. […]
Un envilecimiento rápido y fuerte fue característica de la Edad Media en casi todo país europeo. Así es como en el año 1200 de la era cristiana la livre tournois francesa quedó fijada en 98 gramos de plata fina y para el año 1600 sólo contenía 11 gramos. Caso impresionante fue el del dinar, una moneda que tenían los sarracenos de España. Originariamente el dinar contenía 65 gramos de oro, por primera vez cuando fue acuñado en el siglo VII. Los sarracenos eran particularmente serios en asuntos monetarios y, a mediados del siglo XII, el dinar seguía conteniendo 60 gramos. En esa época, los reyes cristianos conquistaron España y, a principios del siglo XIII, el dinar (que entonces se llamó maravedí) quedó reducido a 14 gramos. Pronto ocurrió que la pieza de oro resultó demasiado liviana para circular, y fue convertida en una pieza de plata que pesaba 26 gramos de plata. Esta fue también envilecida y, para mediados del siglo xv, el maravedí tenía sólo 15 gramos de plata, resultando nuevamente de peso demasiado escaso para circular.
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