David Alandete Guantánamo
En los casi 10 años que esta cárcel lleva abierta en la base militar adosada a la isla de Cuba, el Pentágono se ha empeñado con esmero en lavar la imagen de centro de abusos y torturas a sospechosos retenidos eternamente. La mayoría de los 779 detenidos que se agolparon en su punto máximo en estas celdas han sido ya transferidos a otros países (cinco de ellos a España) o puestos en libertad. Algunos por pura necesidad. Aún se recuerda en esta prisión a un reo apodado Bob Media Cabeza, un preso que había sido herido de gravedad en el campo de batalla y que a todos los efectos prácticos tenía la edad mental de un bebé.
O el célebre Al Qaeda Claus, al que algunos soldados bautizaron así por su larga barba blanca. Tenía más de 100 años, algo que hace dudar de que cuando fue capturado en Afganistán fuera una amenaza muy creíble contra EE UU. Bill el Loco estuvo encarcelado unos pocos meses. Cuando llegó aquí comenzó a beberse su orina y a comerse sus heces. Pronto se le diagnosticó demencia. Esos casos y muchos otros, de equívocos e interpretaciones muy laxas de las leyes internacionales que rigen la guerra, quedaron al descubierto en abril, gracias a la publicación por parte de EL PAÍS y otros medios internacionales de los documentos secretos de Guantánamo, facilitados por el portal Wikileaks.
Y aunque el Ejército norteamericano se empeñe en demostrar lo adecuado que es ahora el trato a estos presos, a escasos metros de aquí resiste todavía Camp X-Ray, cárcel de infausta memoria. Es cierto: a día de hoy es más un museo, los vestigios de una prisión inhumana al aire libre que los soldados emplean para demostrar cuánto han mejorado. Solo estuvo abierta 90 días en 2002. Pero fueron 90 días de imágenes que dieron la vuelta al mundo, y no por buenos motivos.
El 6 de enero de 2002 el entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld, arquitecto de esta catedral de las prisiones, le ordenó al general de brigada Michael Lehnert que construyera un centro de máxima seguridad dentro de la base naval de Guantánamo. Le dio un plazo de 96 horas. En cinco días llegarían los primeros 20 prisioneros, sospechosos de ser terroristas de Al Qaeda en Afganistán. Con lo que tenía, Lehnert construyó Camp X-Ray. Y le sobraron días. Es una perrera, no hay otra forma de describirlo: alhambrada, celdas de hormigón al aire libre, rejas, metal y cemento.
Aquí se agolpaban en 2002 los presos, maniatados, arrodillados, con los ojos y los oídos tapados, totalmente privados de sus sentidos, sin saber dónde se hallaban. Lucían —y algunos aún lucen— monos de color naranja porque en muchos países árabes ese es el color de los condenados a muerte. Es intimidación por atuendo.
Ahora, quienes visitan esta base y esta prisión de apariencia impoluta, se encuentran de bruces con un nuevo lema oficial: “Segura, humanitaria, legal, transparente”. Lo que antes se conocía como Camp Delta, la prisión de uso general, está ahora dividido en seis cárceles diferentes. Tres de ellas están vacías, pero se mantienen operativas. Camp 4 alberga a los presos de buena conducta. Se les identifica porque van vestidos de blanco. Se les ve jugando, a menudo, a fútbol en su patio exterior. Camp 5 es la cárcel de máxima seguridad. Allí se encuentran, aislados y vestidos con monos de color naranja, los presos más peligrosos, como el supuesto ideólogo de los atentados contra Washington y Nueva York de 2001, Khaled Sheikh Mohammed.
En total, 1.300 personas trabajan en este complejo carcelario. No son solo soldados. También hay intérpretes, cocineros, asesores culturales y psiquiatras. Los soldados controlan a los presos cada tres minutos, como mínimo. A aquellos que se encuentran aislados en Camp 5 se les controla cada 30 segundos. El sueldo medio de un oficial de la Marina asignado aquí a Guantánamo es de unos 2.900 dólares. Estas tropas cobran el mismo complemento de peligrosidad que sus compañeros reciben en el frente de guerra afgano, donde, a diferencia de aquí en Cuba, sí que hay ataques mortales con frecuencia.
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