René Avilés Fabila
Son muchos los periodistas que han hecho notar la metamorfosis de López Obrador: de violento, agresivo y autoritario, a dulce predicador de aldea, a desgranar la palabra del Señor entre los atribulados mexicanos. Desde que tomó prestada de Hugo Chávez la idea de una república amorosa, en lugar de hacer suyas las ideas de Marx y Lenin, tenemos más que a un político aguerrido, a un hombre pacifista, más en la moda de los hippies que pedían paz y amor, que en la de los combatientes latinoamericanos que optaban por las armas: de Guevara a Marcos.
El portento se logró debido a que Obrador está obsesionado con una sola cosa: el poder, y se pondrá cuantas casacas halle a la mano con tal de convencernos de que fue elegido de los dioses para gobernar a este país tan necesitado de guías espirituales. Su discurso es ostensiblemente cursi, ha convertido a la Constitución en una Biblia personal, se ha reencontrado al fin con sus orígenes: el cristianismo.
Menos mal que de niño no fue budista. Hay analistas que han tomado en serio su cambio, pero evidentemente nadie puede modificar su carácter de tal manera de una día a otro. Si se desea apoyarlo, no será diciéndonos que se trata de otro Andrés Manuel, distinto, que clama por el amor y la bondad entre sus semejantes. ¿Éste es el candidato de las izquierdas?
Es una tomadura de pelo. Completa, y él es un actor consumado. Su nueva retórica es de derecha.
Habla insistentemente de moral (no de ética), pero lo hace en sentido figurado, no en el real. No puede señalar que acabará con la corrupción imperante, cuando a su alrededor cabalgan, “invisibles como el viento”, los mayores pillos de la política nacional: René Bejarano, Clara Brugada, Higinio Chávez, Guillermo Sánchez Torres, Dolores Padierna, Alberto Anaya y Dante Delgado, para sólo citar un bonito muestrario.
¿Ellos redactarán la nueva Constitución moral o el código amoroso que exige López Obrador? ¿O saldrán de las filas del que fuera su gobierno legítimo, hoy disuelto? ¿Elevar a rango constitucional la honestidad, como de una u otra forma lo intentó Miguel de la Madrid al hablar de la renovación moral de México? ¿Cómo puede demandar que la honestidad nos conduzca a través de él, una persona que jamás ha declarado de qué vive, cómo mantiene a su familia, mientras derrocha millones en fanáticos suyos que viajan por el país buscando no buenas conciencias, sino credenciales de electores?
Si he de dar una muestra de la enorme corrupción de “las izquierdas” que parece desconocer el nuevo santón político, citaré Tlalpan, donde sus buenos adeptos bejaranistas, estimulados por el apetito del delegado actual y del anterior, han hecho tal cantidad de marrullerías que pasma. Negocios con terrenos, gasolinerías, edificios, obra pública. Por otro lado hay un total descuido de la delegación, la que no cuenta ni siquiera con servicios adecuados.
En Tlalpan auspician la entrada de documentación falsa para realizar cambios de uso de suelo, así como obras fraudulentas. El caso más escandaloso es el de la gasolinería de Insurgentes Sur, que incluso cuenta con dictamen del Tribunal de lo Contencioso Administrativo del DF para demoler la obra por las irregularidades que tienen sus “permisos de construcción”. Pero, ¡oh, sorpresa!, Higinio Chávez se amparó contra esa resolución a favor de los vecinos, en el colmo de la corrupción.
El paso de AMLO por el DF dejó el tejido social por completo dislocado. Nos dividió y sembró odios. Hubo un momento en que criticarlo era señal de linchamiento mediático o real. Aquí conté cómo el médico y escritor Federico Ortiz Quesada y yo, en la presentación de un libro suyo en Bellas Artes, fuimos insultados por sus partidarios. Para colmo, Obrador sigue diciendo que ganó en 2006. La violencia verbal era algo rutinario en el DF. Una herencia que subsiste entre sus mayores fanáticos, los que no acaban de salir del asombro de su transformación más reciente.
Que un político cambie de ideología no es novedad, pero debemos aclarar que entre nosotros no dejan un partido por otro a causa de razones ideológicas, es un simple acomodo para obtener un cargo más dentro del erario y aquí la lista en lo que llaman “las izquierdas” es infinita. Pocos son los honestos y los justos no existen. No es posible conmoverse ante este tipo de cambios. Pero no deja de ser muy grave que se hagan a nombre de la izquierda, algo que hasta la aparición del PRD era un término sensato y lógico, venía de largas y complejas luchas contra el poder, intentaba transformar positivamente a la humanidad.
Hoy es un desfile de personas de escasa limpieza, de total desaseo ético. Con cientos de corruptos rodeándolo, AMLO no podrá establecer una república amorosa y menos diseñar códigos morales. No está ni políticamente capacitado ni sus valores éticos son los correctos en una persona que miente con asombrosa facilidad. AMLO no ama a los pobres, los utiliza en su búsqueda del poder.
Explicar qué es una república amorosa ha resultado más torpe que precisar cuáles tres libros son los memorables en la formación de un político.
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