05 diciembre, 2011

Candidatos presidenciales. Progresismo vs. conservadurismo: la competencia por la restauración

Candidatos presidenciales. Progresismo vs. conservadurismo: la competencia por la restauración

Dos de los tres grandes partidos del país han mostrado quienes serán sus aspirantes a la Presidencia de la República: Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto.


Enrique Peña Nieto y su esposa durante el acto de su registro como precandidato del PRI a la Presidencia de la República el domingo 27 de noviembre.
Enrique Peña Nieto y su esposa durante el acto de su registro como precandidato del PRI a la Presidencia de la República el domingo 27 de noviembre. Foto: Jorge Carballo
Uno quiere “restaurar la República” y el otro “recuperar la grandeza de México”. Uno habla de progresismo y amor; el otro, de transformación y esperanza. Los dos proponen un futuro con ideas y formas políticas semejantes a las más premodernas del siglo pasado. Tanto Andrés Manuel López Obrador como Enrique Peña Nieto, dos de los tres candidatos que estarán en la boleta electoral para Presidente de la República el próximo primero de julio, nos dan muestras de que la elección no será tanto entre izquierdas o derechas, continuidad o cambio, sino entre distintas versiones del conservadurismo o, peor aún, de regresión en el desarrollo político.


PROGRESISMO Y MODERNIDAD
El progresismo tiene que ver con orientar la coordinación social y la dirección del Estado con base en lo que la ciencia va descubriendo como verdadero y que la tecnología permite. Los cambios posibilitados por estos avances transforman el modo de producción económico y con ello las relaciones sociales, culturales y políticas. Junto con ellas cambia también la valoración que se le da a la realidad y las conductas individuales y colectivas. La idea de valores permanentes y comportamientos que deben ser inmutables corresponde a sociedades en las que no hay cambios o éstos son sumamente lentos, pero el progresismo —en tanto idea y como construcción de un Estado moderno— implica el planteamiento de éticas consensuales, de situación y pragmáticas, que se renuevan constantemente. El conservadurismo, en cambio, es la resistencia a aceptar cambios en el sistema de valores, pues considera que éstos corresponden a un orden superior que debe ser refractario a la realidad temporal.
El pensamiento progresista contemporáneo procura la orientación de las conductas de los individuos a partir de reglas e incentivos determinados por políticas públicas modernas, las cuales, lejos de plantearle un dilema moral al ciudadano con base en códigos, cartillas, catecismos o credos, lo que hacen es presentarle situaciones posibles para su elección racional, en el sentido de me conviene hacer esto o no me conviene hacer esto, sistema fuertemente apuntalado por muy eficientes aparatos de procuración y administración de justicia.
El progresismo tiene un componente humanístico según el cual el desarrollo de la ciencia y la tecnología tiene que estar centrado y subordinado al del desarrollo humano, es decir, al mejoramiento de las condiciones de vida y la reducción de la desigualdad, pero no puede suponer o considerar que su realización esté basada en la moralidad de los gobernantes más que en la eficiencia de instituciones bien diseñadas.
PROGRESISMO VERSUS MORALISMO Y CONSPIRATIVISMO
De acuerdo con lo anterior, el progresismo es opuesto al diagnóstico de los problemas sociales de López Obrador y a su propuesta de solución: para él, la causa de éstos es una conspiración, una acción deliberada y concertada de manera continua por un grupo de malvados a los que denomina “mafia del poder”. Bastará con que un grupo de buenos, de gente honrada —él en primer lugar—, le quite el poder a los malos para que México sea un país sin pobreza, sin corrupción y sin criminalidad, como si todo fuera un asunto de que prevalezcan las buenas intenciones sobre las malas. Los problemas, según tal supuesto, no son complejos ni difíciles ni intrínsecos ni costosos de resolver; sólo hace falta que quienes tomen las decisiones posean cualidades morales como la bondad, la honestidad y el amor al prójimo.
El desarrollo de las ciencias sociales permite considerar con toda razón al conspirativismo como una sinrazón y como una de las creencias más perniciosas de la extrema derecha, pues en anteriores versiones ha conducido al antisemitismo cuando ha señalado, por ejemplo, a los judíos como “mafia del poder”. Quienes gustan de explicaciones al estilo de Henry Ford (El judío internacional) o Salvador Borrego (Derrota mundial) se ahorran cualquier discusión teórica o metodológica para probar que tienen razón por medio de un recurso falazmente empírico: la elaboración de listas negras; es decir, un conjunto de nombres de personas poderosas, más o menos famosas, acusándolas de actuar deliberadamente de manera malvada en perjuicio de la gran mayoría.
Pero tan falaz es la lista negra de López Obrador para probar la existencia de una “mafia del poder” que no considera las confrontaciones entre quienes nombra, sus enemistades y rivalidades, y sus diferencias ideológicas y de intereses. Por ejemplo, Ernesto Zedillo ha sido el peor enemigo de Carlos Salinas; el primero carece de poder y el segundo no tiene tanto como para haberse evitado el exilio, ni para evitar que su hermano hubiese sido encarcelado más de 10 años con pruebas falsas y un juicio viciado, ni para que el asesinato de su otro hermano permanezca impune.

Andrés Manuel López Obrador a su salida de una conferencia de prensa, el pasado 15 de noviembre.
Andrés Manuel López Obrador a su salida de una conferencia de prensa, el pasado 15 de noviembre. Foto: Adolfo Vladimir/ Cuartoscuro
¿No hay, entonces, poderes fácticos que apoyan a un candidato y hacen campañas negativas contra otro? Por supuesto que los grandes empresarios no son neutrales: tienen afinidades y aversiones, tienen intereses y ejercen presión. Pero también son pragmáticos y van cambiando sus preferencias y afinidades según les vaya conviniendo. Y eso es parte de la normalidad democrática, dentro del ejercicio de sus derechos y los límites de sus deberes en el marco de la ley.
¿Y la “República del amor”? ¿Y la “cartilla moral”? ¿Podemos considerarlas como adecuadas a un proyecto progresista? No, porque el progresismo no puede orientar la conducción de las políticas públicas a partir de códigos morales que no sean las convenciones de derechos humanos. Reaccionario, por lo tanto, es quien quiere regresar a cartillas, catecismos y credos que corresponden a sociedades no secularizadas o de un incipiente desarrollo secular donde el Estado cumplía una función supletoria a las Iglesias.
¿El nacionalismo es progresista? Tampoco: es una etapa superada o que debe ser superada a favor de una ciudadanía universal, de la preeminencia de los derechos de las personas sobre las soberanías nacionales. La “regeneración nacional” es un típico motivo del discurso ultraderechista, y el de la “decadencia” por la pérdida de valores es uno de los más socorridos por los conservadores.
PROGRESISMO VERSUS CORPORATIVISMO
Las guayaberas han sido sustituidas por la corbata roja y la camisa o chamarra de ese color; pero la línea sigue siendo clara: todos como el líder, y todas como su mujer. El templete en forma de “T”, para formar un camino entre los militantes y sobre ellos, llevó a Enrique Peña Nieto a un atril para pronunciar un discurso en la explanada de la sede de su partido, acto que puso en escena el rito de ser priista: la congregación de los poderosos distribuidos jerárquicamente en el espacio posterior, a manera de respaldo a quien parece garantizarles el triunfo (momento “esperado por más de una década”) y, por delante, los representantes populosos de los sectores corporativos y territoriales, contingentes que acamparon desde el día previo en las inmediaciones para manifestar su apoyo en forma de porras, equipados con tambores, matracas, cencerros, mantas y demás, tal como acude la hinchada a un cotejo de futbol al modo de un gran mural de Daniel Lezama sobre la cruda mexicanidad.
La unidad es expresada como unanimidad, como ausencia de disenso. Era sólo el registro de una precandidatura, la única; pero en vez de un trámite administrativo hubo una fiesta del culto a la personalidad. Una voz en off alentó el entusiasmo por el orgullo priista, con el fondo musical del soundtrack de la película La Misión, para dar mayor tono épico a la ocasión, a la vez que narraba detalles y asistencias notables, como la presencia del “campeón sin corona” Juan Manuel Márquez y de la ilustre productora teatral Carmen Salinas. Era la voz de don Armando Gaytán, anunciador en funciones de lucha libre, ambiente en el cual se le conoce como El Mucha Crema.
Peña Nieto fue el único orador, con una entonación que se inscribe en una tradición oratoria del político de carrera del México previo a la transición: la mano diestra, a modo de cuchilla, cruzó reiteradamente su horizonte mientras repetía: “¡Qué viva México!”. Luego, las bases se agolparon sobre las barreras de contención para tocar la mano del líder o la de su mujer, para tomarles foto o video. Desmedida exaltación de la emotividad más que de la razón. El progresismo implica la modernización de la política en sus formas y fondo; evidentemente las del priismo corresponden más a la de una premodernidad propia del corporativismo que a un partido que se dice renovado —son, por cierto, las mismas que veremos cuando López Obrador inicie su campaña.
El discurso de Peña Nieto carece de diagnóstico. No nos dice las causas de los problemas, aunque en general alude a políticas públicas modernas —el orden y la eficiencia, la justicia social—; él es conservador: su peinado, su corbata y, lo más importante, sus ideas, lo son. Por ejemplo, a pregunta expresa de Leo Zuckermann en trasmisión televisiva, se manifestó “a favor de la vida” pero “en contra de la criminalización del aborto”, con lo que quedó bien con todos sin comprometerse a nada.
Sus aliados electorales, personificados por Elba Esther Gordillo y Jorge Emilio González Martínez, líderes de los partidos Nueva Alianza y Verde Ecologista de México, respectivamente, le restan credibilidad a sus propuestas en cuanto a que efectivamente puedan llevarse a cabo: puede dudarse razonablemente de que con ellos integre una coalición que permita cumplir con “la hora de la grandeza de México”, pues ellos representan intereses que inclusive el Banco Mundial ha señalado como de aquellos que capturan al Estado, por dificultar la realización de las reformas que el país requiere para su modernización, el crecimiento económico y el desarrollo social.
El PRI, sin embargo, sigue diciendo en su eslogan que es “la fuerza de México”.

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