Los
colombianos saldrán a las calles el 6 de diciembre de 2011 para
demostrar su repudio masivo, una vez más, a las Farc. Ese día, no habrá
acción más noble que la de salir a las plazas y avenidas de Colombia a
decir, a exteriorizar, a gritar nuestro desprecio inmenso y definitivo
contra esa organización criminal que acaba de asesinar a cuatro
policías y militares, rehenes indefensos y debilitados que estaban en su
poder, tras más de doce años de cautividad inhumana en la selva.
El objetivo de las manifestaciones del 6 de diciembre no puede ser
más claro: decir que las Farc no deben seguir existiendo en
Colombia. La manifestación no será contra la violencia en general, sino
contra la peor violencia que sufren los colombianos desde hace más de
50 años: la violencia de las Farc. Pero no será sólo para luchar contra
la violencia de las Farc. Será para luchar contra todo lo que
representan las Farc: sus ideas, sus métodos, sus mentiras, su cinismo,
su cobardía. Esa criminalidad específica, que logra dotarse de voceros
“legales” y que se pretende “política”, debe ser extirpada de nuestra
tierra, pues ellos son la negación de todo lo que los colombianos hemos
construido: la libertad, la fraternidad, la prosperidad, la elevación
moral, espiritual e intelectual.
La violencia de las Farc es la peor de todas las formas de violencia,
pues es la única que aspira a destruir las bases mismas de la sociedad y
los valores sobre los cuales ésta reposa. La obsesión de ellos es
empujar el país hacia la nada, hacia la miseria y la opresión de una
minoría ilegítima y terrorista. La violencia de las Farc por eso no es
sólo perversa sino anti histórica. Con sus matanzas, con sus
secuestros, con su narco-tráfico y con sus atrocidades en serie, las
Farc esperan recuperar el terreno que perdieron en los ocho años del
heroico gobierno del presidente Álvaro Uribe. Contra ese hipotético
regreso, el pueblo se levanta y la manifestación del 6 de diciembre es
para decir eso: No más Farc.
Cuando marchemos pensaremos en los otros 14 rehenes “políticos” y en
las decenas de otros secuestrados “comunes” que aún están en las garras
de esa banda. Pero también pensaremos en los militares que están en la
cárcel por defender nuestras vidas y nuestras instituciones, como el
general Arias Cabrales, el general Uscátegui, el coronel Plazas Vega, el
mayor Ordóñez. Ellos no han cometido un sólo delito y están, sin
embargo, en prisión y han sido condenados a penas injustas al final de
procesos aberrantes y escandalosos. En juicios estrafalarios donde no
fueron escuchados pues lo que primaba era la orden de condenarlos para
aterrorizar a la ciudadanía y a cada miembro de la Fuerza
Pública. Todos ellos, como los rehenes secuestrados, deben ser puestos
en libertad.
Las Farc secuestraron a los rehenes “políticos” para obligar al
Estado y al Gobierno a ceder y desmilitarizar sectores claves del
territorio colombiano, en favor del narco-terrorismo. Los militares
fueron echados a la cárcel para obtener lo mismo: para que los oficiales
y las tropas tuvieran miedo de combatir y vencer a los depredadores
históricos del pueblo colombiano pues la amenaza era caer luego en las
redes intrincadas de jueces diabólicos y corruptos. Con tales métodos
las Farc quieren dejar sin defensa todo el territorio nacional.
Las manifestaciones del 4 de febrero de 2008 unieron, por primera
vez, a los colombianos, del país y del exterior, contra tal perspectiva,
en un acto de repudio unánime. Esas manifestaciones nunca dividieron al
país, como pretenden los agitadores de las Farc.
Las marchas del 6 de diciembre de 2011 tendrán el mismo carácter: no
levantan consignas ambiguas y tendenciosas, como la de que debemos
luchar contra “los violentos de este país”, como pretenden los enemigos
de la marcha. Ni contra “cualquier forma de violencia”, como quieren los
que tratan de confundir a todo el mundo y hacer de las Farc no un
agresor sino un agredido. La marcha sí es de la “ciudadanía toda” y de
“Patria unida”, pero dentro esa “unidad” no estarán jamás las Farc, las
cuales se auto-excluyeron de la comunidad nacional al tratar de
sojuzgar por la violencia más despiadada a esa misma comunidad nacional.
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