Lo ocurrido en la Autopista del Sol, frente a Chilpancingo, los dos estudiantes muertos por disparos policiales, recuerda de alguna manera lo sucedido en Aguas Blancas en 1995. En aquella ocasión, un grupo de campesinos ligados a organizaciones muy radicales (que a su vez tenían lazos con grupos armados), terminaron siendo emboscados en el paraje de Aguas Blancas, cuando se dirigían a un mitin en Atoyac de Álvarez y allí murieron 17 de sus integrantes. Poco después, el gobierno de Rubén Figueroa, que en principio negó los hechos, cayó cuando se divulgaron las imágenes de la matanza, indudablemente perpetrada por sus fuerzas de seguridad. A Figueroa le sucedió uno de sus más cercanos colaboradores, Ángel Heladio Aguirre, ahora también gobernador, entonces por el PRI, hoy por el PRD.
Los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa tienen muchos lazos políticos con los campesinos de la Sierra Sur que protagonizaron los hechos de Aguas Blancas. Unos y otros provienen de grupos extremadamente radicales, relacionados en muchos casos con organizaciones armadas. La masacre de Aguas Blancas catalizó la aparición pública del EPR (que ya existía desde tiempo atrás). Los hechos que dejaron dos muertos en Chilpancingo catalizarán la acción de grupos violentos que la tomarán como bandera. En el caso de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, son incontables los atropellos que cometieron en los últimos tiempos. Además de los constantes bloqueos, han secuestrado camiones, incluso de turismo, han bajado al pasaje y lo han dejado en la carretera; han agredido a autoridades y a la gente, tomaron negocios y gasolinerías (ayer incendiaron una en medio de la confrontación), y suelen ir armados a sus marchas. No es muy diferente a lo que hemos visto algunos años atrás, por ejemplo, con sus grupos hermanos de la APPO o de Atenco. Me parecen formas injustificables de hacer y de entender la política.
Pero no lo es menos la actuación gubernamental. Primero, porque la forma de detener este tipo de movimientos, cuando violan la ley, es haciéndola aplicar. Y si la norma es la impunidad, resulta muy difícil que ello ocurra. En Aguas Blancas se sabía que se estaba organizando un grupo armado y el gobierno de Figueroa decidió entonces “darles una lección” y hacer una típica demostración caciquil de fuerza. En este caso, quién sabe quién dio la orden y cómo ocurrieron los hechos: lo que las imágenes muestran es que hay miembros de la policía local, vestidos de civil, disparando contra los manifestantes. Y, aparentemente, por lo que se escucha en los videos, el intercambio de disparos es intenso y dura varios minutos. El comunicado oficial del gobierno del estado recuerda también al de Aguas Blancas: en aquél casi se desmentían los hechos, no había pasado nada; en el de ahora, ni siquiera se habla de los dos muertos. Hay, hoy, diferentes banderas partidarias, pero el estilo y la forma de gobernar son las mismas.
El problema es que los hechos críticos y la violencia de uno u otro lado al margen de la ley se han vuelto recurrentes en Guerrero. Un líder del Congreso y aspirante al gobierno local, favorito en las encuestas, asesinado en la puerta de su casa sin que hasta ahora nadie sepa nada; un diputado federal asesinado aparentemente por órdenes de un presidente municipal: el supuesto asesino material al que le pagó el munícipe, aparece muerto. Dos dirigentes campesinos desaparecidos. Innumerables crímenes políticos sin resolver, en la pasada y en la actual administración local. Y ahora estos dos muertos en Chilpancingo. A eso hay que sumarle el crimen organizado, los secuestros, las extorsiones, los grupos armados de todo tipo, la violencia en La Montaña y la Tierra Caliente. Pasan los años, cambian algunas circunstancias, pero las historias e incluso muchos de sus personajes, siguen siendo los mismos. Guerrero no ha conocido la democratización del país.
Del gabinete a las listas
Por lo menos dos integrantes del gabinete, Javier Lozano y Salvador Vega, dejarán sus secretarías (Trabajo y Función Pública, respectivamente), para buscar posiciones en el Senado. Son dos de los mejores funcionarios que ha tenido el Presidente. Con estilos e historias completamente distintos, los dos fueron de los pocos que trabajaron y se fajaron por el gobierno. Javier, entre muchas otras cosas, tuvo un papel protagónico en una de las historias más importantes de esta administración: la desaparición de ese órgano público indefendible que era Luz y Fuerza del Centro. Salvador logró convertir a la Función Pública en una institución que investiga y sanciona casos de verdad graves, y no le tembló la mano. Sin duda, Calderón los extrañará, a ambos.
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