13 diciembre, 2011

Dorian Gel y los complós en Twitterland. Calixto Albarrán

Twitterland no es Disneyland. En un momento podría uno imaginar que es un espacio idílico, diseñado con el fin de albergar sólo elogios y contentos u ocurrencias desternillantes. Pero eso es sólo una ilusión. Twitterland es una tierra encantadora, vivificante, pero al mismo tiempo machada y peligrosa. Por eso no es para quienes carecen del empaque necesario para resistir enjundias y sólo admiten elogios y panegíricos como Peña Nieto y la horda de políticos que se meten a sus procelosas aguas sin las herramientas de la tolerancia y el sentido del humor.


Eso sí, candidatos, funcionarios y figuras públicas reniegan de las redes sociales, pero cuando lo requieren se cuelgan de ellas para satisfacer su avidez de notoriedad.
Quizá habría que decirle a Peña Nieto que detecta tras de cada tuit un compló, que el Twitter no está para darle gusto a nadie. Ahí no hay piedad ni filtros, ni secretarias ni asesores, ni guaruras que impidan comentarios y ojetadas. Porque todos padecen del síndrome de Tourette y dicen lo que piensan, como lo piensan, sin anestesia, guiones predeterminados o maiceos. Y cuando los hay, son detectados y señalados inmediatamente.
El Twitter, donde cunde la rudeza innecesaria pero necesaria (claro, no a los niveles del gobierno perredista de Guerrero que, con lo ocurrido en Ayontzinapa con dos estudiantes muertos, el góber Ángel Aguirre Rivero nos hizo evocar los mejores momentos de los Figueroa), no es apto para almas frágiles ni espíritus autocomplacientes. Allí cunde la información a velocidades telúricas, la picardía más insospechada y ejercicios de solidaridad admirables; pero también los linchamientos de mayor rigor. Pasar por TW y no haber sido linchado (acá llevó cuatro a mucha honra) es como haber ido a la FIL sin que nadie te pregunte por tus libros favoritos.
Por eso, porque estaba acostumbrado a mimos y arrumacos, @EPN se siente víctima de sus enemigos que lo quieren acabar por ser bonito. Seguramente en su guarida, rodeado de sus decenas de asesores (a los que Quique tendría que haber corrido desde la primera pifia como le sugerí), se relamía los bigotes ante el número de seguidores que se le acumulaban en su cuenta. Erróneamente pensó que todos eran sus fans, hasta que comenzaron a cebarse en su copete merced a las escabrosas metidas de pata que ha protagonizado.
Nunca hay que olvidar la primera ley del Twitter, mi candidato: “No alimentar a los trols”. Y menos con clembuterol.
Claro que siempre se puede pensar que, harto de llevar tanta delantera, y en la búsqueda de un poco de competencia y equidad, el Dorian Gel decidió autoboicotearse.
Ni modo que de veras no sepa de qué lado masca la iguana...

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