El año
de 2012 presenta desafíos singulares. A partir del fin de la Guerra
Fría, cuyo proceso fue atravesado por los atentados terroristas de 2001,
el mundo no ha dejado de vivir vaivenes inéditos y desconcertantes.
Desde que George W. Bush invadió Irak en 2003, las condiciones del orden
y equilibrio mundiales se volvieron más precarias, a veces quizá, más
que las de los tiempos más inciertos de la Guerra Fría. El mundo mudó de
siglo pasando de una etapa, considerada por el historiador británico
Eric Howsbawn como el más sangriento y guerrerista, a otra, la del siglo
21, que se inaugura con el acto único e irrepetible de demolición
masiva no voluntaria más espectacular de la era moderna y que trajo como
consecuencia el derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York.
Los atentados terroristas
perpetrados por Al Qaeda en contra de EU primero, y después de Reino
Unido y España, supusieron la inauguración de un paradigma en las
relaciones internacionales que ha dominado en los últimos 11 años, toda
vez que significó la emergencia de una amenaza a la seguridad nacional
por un actor no estatal que se convirtió, con el transcurrir del tiempo,
en un enemigo omnipresente, a la vez que invisible y al que había que
vencer a toda costa. La estrategia de guerra preventiva de Washington
provocó fisuras y aún hoy, con la estrategia de poder inteligente de
Obama, se pueden ver algunas de las cicatrices que se le causó al
sistema de cooperación internacional.
No cabe duda de que estas y otras
consecuencias han dejado sentir sus efectos en el largo plazo, así como
que el clima de inseguridad e incertidumbre que emergió a raíz de los
atentados, será atestiguado y padecido por varias generaciones. El
impacto cultural fue enormemente significativo: la vida cotidiana en el
mundo entero cambió, pero principalmente en EU cambió radicalmente como
consecuencia de los atentados. La sociedad perfecta en la nación
perfecta fue penetrada por la amenaza externa: “hemos perdido la
inocencia” es quizás la expresión más representativa de entre las muchas
que surgieron el mismo día del atentado y que dan cuenta de lo que
significó para los estadunidenses dicho desenlace. Es notorio que
después del 11 de septiembre los estadunidenses tienen más miedo a la
pérdida de control que a la muerte. Su pasmo se desprende
fundamentalmente de la idea de haberse sumido en un futuro apocalíptico,
el cual, si bien los medios masivos y el mundo de la ficción literaria y
cinematográfica habían plasmado magistralmente al interior de la
cultura iconográfica, la sociedad no estaba preparada para afrontar en
un mundo tan real como el que se le presentó de forma contundente en esa
fecha.
Al lado de la crisis de inseguridad y
guerras locales, hemos atestiguado la crisis del modelo económico que
impuso el llamado “consenso de Washington”. Joseph Stiglitz se ha
preguntado si realmente hay consenso acerca del “consenso de Washington”
y si existe un verdadero acuerdo acerca del modelo de desarrollo y
crecimiento económico de los países más pobres. Aunque, dicho sea de
paso, no son los más pobres los que están padeciendo este modelo que hoy
ha devenido en el fenómeno deflacionario de más alto impacto desde las
dos grandes depresiones sufridas antes de y en el propio siglo XX hace
varias décadas, que impacta a las naciones más desarrolladas del mundo
occidental. EU es hoy víctima del retroceso del modelo de
sustentabilidad capitalista que se inició allá virtuosamente desde los
tiempos de Franklin D. Roosevelt, y aunque no es posible afirmar que
vaya a ocurrir de manera absoluta, está ante el riesgo de perder su
primacía como potencia dominante en el ámbito de las decisiones
globales. Así las cosas, en este momento histórico para la economía y la
política mundiales, ¿serán otra vez la guerra y la depresión económica
las que definan el porvenir de corto plazo de amplios sectores de la
humanidad? Trataremos de elaborar más sobre estos temas en 2012.
¡Felicidades a todos los lectores!
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