…Por Gabriela Pousa
No se trata de estar a favor o en contra. Ni de gustar más o menos del vestido negro y el pelo colorado. La escenografía era la precisa, hasta los más mínimos detalles estaban delineados de antemano. Ninguna improvisación como suele atribuirse a Cristina. Hasta las fallas son las mismas. Y una presencia inaudita de los ausentes a la cita.
Cualquier espectador medianamente familiarizado con la coyuntura política podía predecir, en el rol y la figura de Florencia Kirchner, el entramado en el cual se desenvolvería el discurso que ELLA daría. Es extraño cómo los argentinos nos detenemos a debatir tantas naderías…
En un país anestesiado, el comportamiento de la ciudadanía suele ser más rebuscado que el de una Jefe de Estado únicamente fiel a sí misma. Primó en la calle la apatía aunque algunas cámaras televisivas intentaran disiparla, concentrándose en grupos de extras, convocados para llevar a cabo otra obra de teatro.
Nadie del elenco, menos todavía la mayoría de un pueblo resignado y bastante apático podía esperar la irrupción de autocríticas o la enumeración de proyectos a largo plazo. El “aquí y ahora” es todo el calendario de Cristina. Ir más allá implica un desafío incierto que no está dispuesta a encararlo.
Va sobre seguro. ¿Qué la llevó hasta el recinto donde, caprichosamente, intentó minimizar cualquier otro protagonismo? La constancia y la coherencia en aquello que, desde el vamos se diera en llamar el “estilo K” la posaron en ese sitio. ¿Por qué cambiarlo? De allí que no tuviese un libreto lógico para ese tipo de espectáculos, pero sí oportuno y exacto para quienes estaban escuchando. Guste o no, nadie más que Cristina tenía el derecho ganado a pararse en ese escenario. No tuvo competencia en cuanto a aspiraciones, metodología y porfía. Vulgarmente se diría que la Primer Mandataria estaba en su salsa. Y Su receta volvía a ser tan drástica como precisa.
Si alguno había llegado distraído hasta el recinto, una imagen bastó para predecir de que se trataba la parafernalia: Fue el instante en que, Florencia Kirchner, deslizaba la banda presidencial sobre el cuerpo de su madre, forrado en traje de circunstancia ex profeso dilatada para atender la causa. De ahí en más, moría toda esperanza de un cambio. Convengamos que además era inútil e ingenuo esperarlo.
Cristina Fernández, el pasado sábado, fue Cristina Fernández. Sin embargo, puso mayor énfasis en destacar el apellido Kirchner que antes demasiado no le había importado. La mujer que años atrás –en un acto justicialista llevado a cabo en Parque Norte-, cuestionara a Hilda Chiche Duhalde por ufanarse de ser “señora de tal” sin avergonzarse, ya no se desligaba del hombre que, tras morir, se convirtiera en el leitmotiv de su asonada. Ser Kirchner ahora dejaba de ser sólo una circunstancia.
Por más que duplicara el porcentaje de votos con el cuál llegaba, en el 2003, como Primera Dama a la Casa Rosada, Cristina en su asunción era más Kirchner que antes. En su soledad magnánima, en su condición de viuda estaba, paradójicamente, más casada que nunca.
La independencia que en apariencia le otorga la avaricia y desconfianza, sólo pudo demostrarse en un símbolo: nadie más que ella tocó el cetro. Qué le colocasen la banda es una cosa, qué no soltara el bastón de mando ni un instante es otra. A fin y a cabo ese rectángulo de género que se cruza sobre el cuerpo, se asemeja bastante al que llevan los estudiantes destacados en el colegio. El bastón, en cambio, connota la suma del poder y la unicidad del mando.
Después de ese aparentemente insignificante dato, no podía esperarse sino una oratoria autorreferencial pero sustentada en la impronta kirchnerista por antonomasia. En la política concebida como permanente estado de guerra, hay soldados pero no aliados. Ese fue el mensaje no sólo para los funcionarios sino también para aquellos que, desde Octubre pasado, andan festejando su condición de acróbatas creyendo haber caído bien parados.
Lo paradojal de la escena era observar cómo las ausencias pesaban más que las presencias. Nunca nadie recordó tanto a Hugo Moyano así como también a Ignacio de Mendiguren, por citar apenas algunos casos. La Presidente -que días atrás sonriera con ellos ante las cámaras, aceptara el besamanos, los homenajes y la adhesión a sus veleidades-, de golpe, estaba recalculando...
“Si acaso estoy sola es por decisión propia”-, parecía advertirles. Fue una estocada posiblemente justa y bien pensada. De algún modo, con esa actitud, la jefe de Estado les recordaba (por si acaso) quién manda. “Los de afuera son de palo”. Les daba para beber la medicina que ellos mismos prepararon.
A aquellos que despotricaron contra el carácter tóxico de Guillermo Moreno, y después callaron por oportunismo o por pícaros, les estaba ofreciendo una dosis doble de arsénico. Más poder para el Secretario de Comercio: mayor campo de acción para un soldado que supo ser el “Sargento Cabral” de los Kirchner, durante ocho años. Pero cuidado: no deja de ser un soldado.
Los temas que más preocupan a la gente estuvieron como siempre, otra vez ausentes. No podía esperarse respuestas ni políticas de Estado de quién, al respecto, siempre ha callado y sólo ve, en demostraciones de autoritarismo, paliativos a los conflictos. El olmo no dará peras por más buena voluntad que se tenga.
No faltó, sin embargo, la enumeración estrafalaria de datos que no dicen un ápice ni aclaran el panorama. Los números y estadísticas que utilizara refieren siempre a la misma fuente: el INDEC. Ficciones que adornan y engalanan, sumando únicamente a su autoestima acicalada.
Si el peronismo venía perdido y sin equilibrio, el pasado sábado se encontró dentro del más enmarañado de los laberintos. La marcha peronista fue apenas una tradición, algo así como el árbol navideño o el pesebre en casa de ateos.
Las masas que Perón convocaba se limitaban a una militancia rentada. Parecía un circo con ubicaciones numeradas y espacios vacíos por el alto costo de las entradas. Cotillón prefabricado para la ocasión por los amigos del primogénito: la Cámpora. Algo muy similar a las banditas de rock que suelen tener los chicos en los garajes, creyendo que emularán a grandes intérpretes pero se desvanecen como todo entusiasmo adolescente.
Repensar un Justicialismo sin el aparato de los sindicatos o los favores de los barones del Conurbano como pareció estipularse, merece un análisis aparte. No es apenas un dato ni tampoco un armado del todo improvisado. Sin embargo, es temprano aún para aseverar triunfos u ocasos de estos bríos recientemente renovados.
El resto era casi un decorado: aplaudidores automáticos, ratificación de la “obediencia debida” como Néstor Kirchner quería, fervor popular por los recitales de Plaza de Mayo (y gracias a la condición gratuita de micros, subtes y planes de descanso), mas oídos sordos a las contradicciones que, por momentos, parecían burlas y sinsentidos de un clown divagando en medio del circo.
Hay ejemplos suficientes para demostrar que también la verdad estuvo ausente. ¿Por qué los subsidios se sacan recién ahora y tan subrepticiamente? Porque las reservas menguaron. Recitar prolijamente que éstas aumentaron en los últimos años es mentir descaradamente.
A su vez, reclamar a los docentes más días de clases a horas no más de haber decretado insólitos feriados extra largos, no parece sensato.
Las referencias a su labor legislativa estuvieron viciadas de olvidos previamente maquinados. ¿Cómo no recordaba la Presidente aquella sesión de septiembre de 1992 donde efusivamente avaló la privatización de YPF, promovida por Carlos Menem? O incluso su postura, en esa misma década, a favor de la privatización de Aerolíneas aduciendo que la soberanía no la daba una bandera…
No hace falta argumentar fino para advertir que no ha habido cinco corridas bancarias como explicitó en reiteradas ocasiones, sin aclarar por qué entonces se puso cerrojo a la venta de dólares…
En definitiva, las contradicciones siguieron siendo la base de una desmesurada verborragia. Si es interesante anotar que dio definiciones nuevas a palabras viejas: el “gasto público” pasó a ser “inversión”, por ende lo que viene será más obra pública fuera de control.
En síntesis, y para no extendernos más que la dama y respetar la investidura, cabe decir que no ha habido novedad alguna. El futuro quedó en Tecnópolis, y el cambio tan esperado sólo tiene cabida en la tergiversación de la historia y del pasado.
Otra oportunidad perdida…
Un último párrafo: que los ciudadanos tengamos que aceptar el régimen de las mayorías relativas y hasta la “coronación” del ex mandatario como figura cuasi celestial no otorga automáticamente carácter de deidad ni superioridad. Si al menos pudiera conservarse el respeto y sacarse a Dios del medio, quizás al César le quedaría lo que es del César, al margen del plagio a la mitología y al circo romano.
No es irónico que habiendo triunfado en los comicios con un porcentaje tan elevado, muchos ayer se hayan retirado preguntando con melancolía inusitada: ¿Hugo Moyano dónde estaba…?
GABRIELA POUSA
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