16 diciembre, 2011

La señora de la casa, el señor de la casa y el dinero

Los tiempos modernos demandan un reacomodo de la dinámica financiera de los hogares. Las familias con un solo proveedor cada vez son menos, y la carga de trabajo doméstico también debe equilibrarse.

Adina Chelminsky En los últimos días el tema sobre lo que deben saber las “señoras de la casa” ha dado vuelta al país. Sin pretender hacer de esto una columna política, es indiscutible que el descalabro de Peña Nieto pone el dedo en el renglón de uno de los grandes problemas financieros de México: la percepción de que hay asuntos que son competencia de la señora de la casa y otros que son responsabilidad del señor.


México es uno de los países del mundo con peor nivel de alfabetismo financiero del mundo (según el índice de competitividad del IMD). Una de las razones es justamente esta divergencia en responsabilidades financieras: las mujeres somos las encargadas de la economía doméstica básica (saber el precio de la tortilla, por ejemplo), pero ajenas a las decisiones financieras de largo plazo (invertir, contratar seguros…).
Aun cuando las mujeres mexicanas hemos avanzado en muchísimos campos, desde el nivel de estudios que alcanzamos hasta los puestos de trabajo que logramos y el dinero que traemos a la casa, a la hora de tomar las decisiones financieras de la casa seguimos muchas veces rezagadas, limitadas o dependientes de lo que decide alguien más. Incluso en los hogares en donde las mujeres aportan una parte considerable del ingreso, las decisiones financieras “importantes” (desde las grandes compras hasta las inversiones y los mecanismos de protección) siguen siendo asumidas por el varón.
Las razones de esta divergencia son, principalmente, culturales. Cientos de años de economías domésticas centradas en las decisiones del “patrón” toman tiempo en desaparecer. Por eso es que comentarios en donde se perpetúan estos estereotipos son tan dañinos. No por cuestiones de honor y de “orgullo femenino”, sino por razones contantes y sonantes que tienen que ver con pesos y centavos.
La divergencia de conocimientos financieros no sólo lastima las posibilidades de desarrollo de cada mujer, (el desconocimiento financiero limita las decisiones que puede tomar y, por ende, sus opciones y futuro), sino, también, el desarrollo total de la economía: Si 51% de la población del país (o una parte importante de este grupo social) no vive en pleno sus facultades financieras, se frena el desarrollo de sus familias, el crecimiento de instituciones financieras sanas y el futuro del país.
Una economía nacional fuerte depende de que las millones de “economías familiares” que la conforman sean fuertes y esto sólo puede ocurrir si en estos microcosmos, ambos responsables (si es que hay dos, porque en el 25% de las familias mexicanas las encabeza una señora de la casa sola) sepan sobre y compartan toda la gama de decisiones financieras.
Los tiempos modernos demandan un reacomodo de la dinámica financiera de los hogares mexicanos. Las familias con un solo proveedor cada vez son menos, por lo que la carga de trabajo doméstico también se tiene que equilibrar; el señor tiene que aprender, entre otras cosas, a hacer las compras cotidianas y, en ese tono, saber el precio de la tortilla. Además, la complejidad del sistema financiero es cada vez mayor, por lo que las mujeres nos tenemos que informar e involucrar para ayudar a la familia a tomar mejores decisiones en cuestión de créditos, hipotecas, inversiones y mecanismos de protección.
México será un país mucho más rico, y las familias mexicanas mucho más prósperas el día en que la línea que separa lo que debe saber y hacer la señora de la casa y lo que debe saber y hacer el señor, se borre.

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