13 diciembre, 2011

La última encarnación de Barack Obama

Mike Brownfield 

&quote&quoteLa verdadera distinción aquí la causa el auge de una nueva clase gobernante de expertos, burócratas y élites políticas que insisten en gobernarnos para imponer su [ideal de] “justicia” en vez de dejar que nos gobernemos nosotros mismos.
Si había alguna duda sobre dónde está el corazón ideológico del presidente Barack Obama, este martes pasado lo dio a conocer alto y claro en un amplio discurso en Osawatomie, Kansas. El presidente Obama es, en el fondo, un completo progresista que ve el Gobierno Federal como la respuesta a todos los problemas de Estados Unidos. Y está yendo a toda máquina por el camino de la ultraizquierda mientras llega al día de las elecciones de 2012, a pesar del total fracaso de sus políticas de Estado omnipresente y de un pueblo americano que ha rechazado tajantemente el mensaje que él está intentando vender.


Fiel a su ser, el presidente Obama hizo ayer lo que mejor hace: pronunció un florido discurso y sacó a relucir su poderío retórico. Es un talento que le hizo ganar la presidencia, pero desafortunadamente eso no le ha ganado el futuro al pueblo americano. Y eso es debido a que la base filosófica del presidente está profundamente errada.
Después de tres años de una expansión masiva del Gobierno, la promulgación del Obamacare, cientos de miles de millones de fracasado gasto de estímulo, la propiedad gubernamental de General Motors, una avalancha pro-sindicalización y de apoyo a los grandes sindicatos, amenazas de incluso mayores niveles de impuestos, la promulgación de más regulaciones innecesarias y un fracaso completo en afrontar el desafío de los derechos a beneficios, se ha pronunciado el veredicto sobre el historial del presidente Obama y la solidez de su filosofía estatista y progre. Los déficits se han disparado, la economía está estancada, 13.3 millones de americanos no tienen trabajo y el crecimiento del empleo es cero. No es sorprendente que el discurso del presidente no haya mencionado estos hechos.
En lugar de afrontar la realidad de Estados Unidos durante su mandato, el presidente Obama se retrotrajo a los días del Partido Progresista (Bull Moose) de Theodore Roosevelt, citándolo como su modelo de buen gobierno, mencionando su discurso de 1910 "El nuevo nacionalismo" y apelando a la "justicia" en Estados Unidos –junto con más gasto de infraestructura, más programas educativos federales, más regulaciones y más impuestos sobre los creadores de empleo para redistribuir riqueza y pagar por sus grandiosos programas gubernamentales–. Y con el fin de subir la temperatura de su discurso –e inflamar las pasiones de su audiencia–, el presidente volvió a echar mano de la lucha de clases, demonizando a los que tienen para ganarse a los que no tienen, mientras que, al mismo tiempo, dibujaba la imagen de unos Estados Unidos donde la "injusticia" reina y no se pueden encontrar oportunidades.
El Dr. Matthew Spalding, vicepresidente del Centro B. Kenneth Simon para Estudios de Principios y Política de la Fundación Heritage, explica por qué la dependencia del presidente Obama por la lucha de clases y su pervertida visión de la "justicia" son tan contrarias a lo que Estados Unidos realmente significa:
No hay distinciones de clase en Estados Unidos. Por eso Steve Jobs pudo empezar como hijo adoptado de un hogar roto, abrir Apple en un garaje y convertirse en multimillonario ocho veces. La verdadera distinción aquí la causa el auge de una nueva clase gobernante de expertos, burócratas y élites políticas que insisten en gobernarnos para imponer su [ideal de] "justicia" en vez de dejar que nos gobernemos nosotros mismos en un Estado de Derecho.
En realidad, la nueva justicia lleva, inevitablemente, al favoritismo burocrático, a inequidades basadas en la influencia de los grupos de presión y a la indebida influencia política. Como arguyó Paul Ryan en su reciente discurso pronunciado en la Fundación Heritage, la verdadera lucha de clases la provoca "una clase de élites gobernantes que explotan la política de la división para elegir ganadores y perdedores en nuestra economía y determinar nuestra suerte en vez de que lo hagamos nosotros mismos".
Irónicamente, la concepción que tiene el presidente sobre Estados Unidos –la de una tierra sin oportunidades– contrasta enormemente con su propia historia personal, de la que incluso presumió en su discurso. Barack Obama tuvo orígenes humildes y ahora se sienta en la Oficina Oval. Hay un sinnúmero de historias de otros americanos que han progresado y han encontrado el éxito por mérito propio en esta tierra de promisión. Pero hablar del bronco individualismo americano y de la idea de alcanzar el éxito sin la ayuda del Gobierno no serviría de mucho en la agenda progre del presidente Obama. En su mundo, el Gobierno es el dador de todas las cosas, el defensor de la clase media y el arquitecto de la prosperidad. Igualmente, el éxito no es algo que se deba propugnar sino algo sobre lo que se puede hacer demagogia en nombre de la expansión del Estado.
En los tres últimos años, hemos visto al presidente presentar muchas ideas y revestirse de muchas filosofías diversas. Últimamente, hasta se ha autodenominado recortador de impuestos y ha presumido de halcón presupuestario, todo esto a la vez que pedía ingentes cantidades de dólares para nuevos gastos. Pero con el discurso de ayer Obama ha surgido en su encarnación más auténtica: la de completo progre –y progre hasta la médula–. El discurso encaja perfectamente con informes que ponen de manifiesto que la campaña de Obama para 2012 perderá el voto obrero blanco en masa y está concentrando sus esfuerzos en montar una coalición de élites culturales y minorías raciales. Su abandono de la clase media –o, más bien, el hecho de que la clase media lo haya abandonado a él– pone en contexto esta última encarnación del presidente mientras se prepara para presentarse a las elecciones el próximo año.
Esta no es la forma de liderar la nación hacia la prosperidad, de levantar la economía o de poner a millones de americanos desempleados de nuevo a trabajar. En vez de hacer al Gobierno más grande y entrometido, ahora es el momento de hacerlo más pequeño y responsable de forma que los emprendedores puedan lograr hacer lo que Washington no puede fabricar: nuevos trabajos, nuevas ideas y unos mejores Estados Unidos para futuras generaciones. Pero esos Estados Unidos son bastante diferentes de los que el presidente Obama tiene en mente.

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