15 diciembre, 2011

Lorenzo Bernaldo de Quirós: Alemania 'über alles'

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Con una notable autocomplacencia, los líderes europeos han considerado un éxito la Cumbre celebrada los días 8 y 9 de diciembre para afrontar la crisis del euro. Sin embargo, un análisis detallado de los acuerdos no permite ser optimista. De hecho, los Estados miembros de la Unión Económica y Monetaria (UEM) no han cerrado pacto alguno sobre el punto más importante, a saber, que el BCE tenga capacidad de intervención para evitar que se produzcan default desordenados de deuda soberana que conduzcan a un desplome del sistema bancario y a una depresión.



Medidas insuficientes

En la práctica, los líderes europeos han consensuado un conjunto de iniciativas, quizá adecuadas para prevenir una crisis e incluso para resolverla en condiciones normales, pero no para abordar una situación como la soportada por Europa en estos momentos. Ésa es la opinión de los mercados reflejada en la elevación de la prima de riesgo de la deuda periférica y en la caída de las bolsas.
De entrada, la introducción de una normativa de ámbito europeo y una transposición a escala nacional que fuerce a los Estados a aplicar una estricta disciplina presupuestaria y sancione a quienes la incumplan está muy bien, es un objetivo deseable y, si se hubiese observado, Europa no se encontraría en una posición como la actual. Ahora bien, la imposición de reglas fiscales a los Estados miembros de la zona euro es una correcta terapia preventiva, pero no ayuda a resolver los dos urgentes y gravísimos problemas de la coyuntura europea: el riesgo de quiebra de una parte sustancial del sistema bancario y la suspensión de pagos de algunos Estados de la UEM. En realidad, la moderna versión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento no es muy diferente de la antigua. Es prácticamente igual y no escapa al problema de inconsistencia temporal de su antecesor: la posibilidad de que se incumpla cuando interese al eje franco-alemán. De hecho, esto ya sucedió en 2003.
Por otra parte, los líderes europeos han acordado que los bancos centrales nacionales presten 200.000 millones de euros al FMI en caso de que los estados de la UEM, básicamente España e Italia, necesiten ayuda. Al mismo tiempo, han decidido adelantar a mediados de 2012 la constitución del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MES), que reemplazará al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), con una dotación de 500.000 millones. Ahora bien, se ha dejado fuera del MES algo que se consideraba fundamental: la participación forzosa del sector privado en los costes de cualquier operación de rescate. Esta exclusión reduce de facto la capacidad financiera y operativa real del MES. En suma, los fondos habilitados o en trance de habilitarse para combatir la crisis que sacude a la Eurozona no constituyen un cortafuegos de la dimensión suficiente para asumir las potenciales necesidades de financiación de la periferia y/o para desalentar los movimientos especulativos.
Aunque la eficaz propaganda franco-alemana ha convertido la negativa del Gobierno británico en un ejemplo emblemático de la proverbial insolidaridad de Reino Unido, la cuestión es mucho más compleja. Para empezar, las propuestas llevadas a la Cumbre por Sarkozy y Merkel han sido un verdadero diktat, es decir, una imposición o un intento de imposición de su fórmula anticrisis a los 27 Estados de la UE sin consultar a nadie y pasándose por el arco del triunfo, valga el casticismo, las instituciones comunitarias y también las de los propios Estados miembros. El desprecio francoalemán del andamiaje institucional de la UE, Presidencia del Consejo y de la Comisión incluidas, es escandaloso aunque sólo sea en términos formales. Francia y Alemania han actuado como dictadoras de Europa en un ejercicio desnudo de su poder. En este contexto, el papel de los galos se ha limitado al de ser escuderos y portavoces de la señora Merkel, que es quien manda.

Alemania: poder sin responsabilidad

La actuación de Berlín y la progresiva manifestación de su visión de Europa comienzan a reflejar una característica cada vez más desagradable: una insistencia permanente en que los alemanes hacen lo correcto y, por tanto, todo el mundo ha de aceptar sin discusión sus planteamientos. Mientras la concepción europea de la élite francesa puede ser definida como imperialismo indirecto, en el sentido de que intenta a través de su influencia en Europa compensar la pérdida de peso específico de Francia, la de los alemanes es misionero-colonialista.
Es la versión siglo XXI del axioma kipliniano del peso del hombre blanco. El problema es que intentan imponer sus criterios al resto de los Estados de la UE sin asumir las responsabilidades que lleva implícito el mandar y sin que sus decisiones se traduzcan en un claro beneficio para el resto de los Estados europeos, como sucede en el caso de las iniciativas acordadas en la última Cumbre. Se ha pasado de una Alemania que buscaba en Europa una restricción a sus demonios internos, a una Alemania que quiere imponer al resto de los Estados de la UE su peculiar visión de Europa.
En este contexto, la posición de Reino Unido no ha de sorprender a nadie. Por un lado, al Gobierno de un país con su tradición democrática le resulta inaceptable la imposición por decreto de medidas que recortan la soberanía del Parlamento. Por eso, Reino Unido, que ha realizado el mayor ajuste presupuestario de la UE, no acepta que dos Estados, Francia y Alemania , dicten su política fiscal. Por otro, Britania se resiste a que se consolide en el ámbito continental un modelo socio-económico intervencionista y corporativista como es el vigente en París y Berlín, un modelo que condena a convertir Europa a la decadencia en un mundo globalizado.
La crisis de la Eurozona no ha terminado y el riesgo de un estallido de la moneda única sigue activado. El comportamiento alemán, secundado por Francia, responde a una combinación explosiva de poder sin responsabilidad a escala continental y de estrechos intereses nacionales.
Lorenzo Bernaldo de Quirós, miembro del Consejo Editorial de elEconomista.
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