por Víctor Pavón
Víctor Pavón es Decano de la Facultad Derecho de la Universidad Tecnológica Intercontinental (Paraguay) y autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.
En las últimas semanas tuvimos una fuerte arremetida por parte del dictador venezolano Hugo Chávez.
Su propósito es absolutamente coherente con la línea de acción que
mantiene en su mismo país. Seguir avanzando en el continente de modo a
mantener lazos directos con los gobiernos afines para exportar a lo que
el mismo presidente Chávez denomina “revolución bolivariana”.
Esta “revolución”, y tal como su principal propulsor afirma, consiste
en lograr la unidad latinoamericana sobre la base de un modelo político
de democracia “participativa”, de la sumisión de la
propiedad privada, de la libertad de prensa y del Poder Judicial a los
dictados del gobierno “bolivariano” y la fuerte influencia del Poder
Ejecutivo con escaso control por parte del Congreso sobre el presupuesto
público.
Estos tres elementos no son democráticos en el sentido correcto de lo
que es una república de sustrato constitucional. Es en realidad un proyecto totalitario con fuerte base de lo que en las ciencias políticas y la filosofía se denomina “la ingeniería social” o el “constructivismo” político como también se lo conoce y cuyo nombre en su momento fuera acuñado por F.A. Hayek.
El objetivo de la “revolución chavista bolivariana” no es llegar a la
planificación central tal como lo propugna el comunismo marxista, pero
es una simple variable de igual naturaleza. La “revolución bolivariana”
pretende mantener intacto el mercantilismo para repartirse el botín que
significa un Estado monopólico compuesto por seudo empresarios
seguidores y beneficiados de modelo político económico
Tal como estamos viendo en los últimos días a muchos políticos poco o
nada les interesa esa fuente de inspiración que es absolutamente
autocrática. Casi todos nuestros dirigentes están seducidos por el
autoritarismo. Aunque escalofriante la razón es sencilla pues a los
políticos profesionales que viven de la política y no para la política
en el fondo les encantaría ser como Chávez, orador histriónico,
grandilocuente, encantador de masas, dueño de vidas y haciendas.
Esta seducción tiene larga data. El estatismo por estas tierras está a flor de piel, como alguna vez lo dijo correctamente Porfirio Cristaldo Ayala.
Y aunque muchos ni siquiera conocen el proceso de la historia, esa
propensión de creer que el Estado es una entidad sagrada ya nos ha
costado demasiado caro no solo en el Paraguay sino en varias partes del
mundo. Todavía se añora a Robespierre, aquel político francés que años después de la Revolución Francesa con su Teoría del gobierno revolucionario
se convirtió en el primer dictador moderno, diciendo que para él sus
enemigos eran enemigos de Francia y, con eso, justificaba el exterminio
de sus adversarios.
Hoy el exterminio les está vedado a los autoritarios como Chávez. Este
ya se “modernizó” y los tiempos son otros. Pero tiene un as bajo la
manga. La escasa propensión de los políticos latinoamericanos a defender
la libertad, la propiedad y la justicia hace que los emuladores de
Robespierre tengan el camino allanado. Esta tendencia es una
reminiscencia de la que aún en Latinoamérica no podemos despojarnos. De
hecho, gran parte de nuestros dirigentes como les encantaría ser como
Chávez están dispuestos a verlo todavía más cerca para contemplarlo tal
como un mesías al que hay que hay rendirle culto.
La última arremetida ya se dio. El presidente uruguayo Mujica, acosado
quizás por la gran deuda de su país con la petrolera estatal
venezolana, nos dio una sorpresa con un giro político cuando apenas días
atrás hablaba de que “Brasil no debería venir a colonizarnos” y él
mismo propone ahora saltar sobre el congreso paraguayo para hacer
ingresar al dictador Chávez. Sin duda que el ingreso al Mercosur
por parte de Chávez le permitirá a este gobernante ampliar sus redes de
conexión directa con sectores políticos de los países miembros. Esta
vez la intromisión en los asuntos internos de los demás países
componentes del Mercosur tendrá el fuerte incentivo de la participación
legítima como miembro del grupo.
Pero aún hay algo más determinante. El Mercosur por su característica
de tratado internacional no se confeccionó como una entidad
supranacional sino que es de carácter intergubernamental. Esto significa
que los diversos grupos que conforman el Tratado pueden aprobar normas
denominadas de derecho derivado, esto es, sus decisiones están
supeditadas nuevamente a las decisiones de cada gobierno.
Pero el Mercosur hace tiempo que se muestra débil e inoperante. Sus
Estados le han cerrado la navegación a los barcos ingleses con banderas
de las islas Malvinas, cuando que ni siquiera pasó esa atribución por
nuestro Congreso, pese a que este tipo de decisiones deben ser aprobadas
por el Parlamento dado que el Mercosur no es una entidad supranacional
sino intergubernamental. El presidente Lugo, fiel a los postulados de la revolución, le da una mano a la presidenta Cristina Kirchner
y de este modo se convierte en uno de los constructores del puente de
playa para seguir con los lineamientos de la “revolución”. Están
seducidos por el autoritarismo.
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