07 diciembre, 2011

Peña: la ignorancia es lo de menos

Armando Román Zozaya
Su respuesta evidenció que es un ignorante. Sin embargo, en eso no hay nada de especial: miles de millones de personas lo somos. Tampoco es sorprendente lo que Enrique Peña dejó ver en la FIL. De hecho, cada vez que ha encarado preguntas inesperadas, situaciones en las que tiene que improvisar o temas que le son incómodos, Peña Nieto resbala. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, que en una entrevista con Jorge Ramos, reportero estrella de Univisión, Peña no recordó de qué falleció su primera esposa?

No: la ignorancia de Peña no sorprende ni es especial. Es más: para ser Presidente no se requiere ser sabio. Claro está que uno supondría que un presidente, y de hecho cualquier persona, rendirá más entre menos ignorante sea, pero, estrictamente hablando, tanto en términos jurídicos como prácticos, el Presidente de México puede ser tan leído como el que más o tan ignorante como Peña Nieto, Vicente Fox o el vecino de a la vuelta de nuestra casa. Y lo mismo vale para senadores, diputados, alcaldes, gobernadores, asesores, etcétera: en política, lamentablemente, la ignorancia es lo de menos.

Lo relevante del tropiezo de Peña no es, entonces, que exhibió su poca cultura sino que, ante millones de votantes y, sobre todo, ante los estrategas del PAN y los del PRD, se confirmó lo que se pensaba del ex gobernador del Edomex: que está hueco, que sólo luce en escenarios diseñados para su persona, en los que no se le expone a cuestionamientos, a preguntas inesperadas. Inclusive, Enrique Peña ratificó que, fuera de su zona de confort, es incapaz de reaccionar, que las situaciones comprometedoras pueden más que él y que cuando está nervioso se le dificulta, literalmente, hasta hablar. Igualmente, validó que, sin sus asesores -gente brillante y preparada, por cierto- diciéndole qué decir y cómo, no es más que una cara bonita.

Y eso sí es un problema: una cosa es ser ignorante, lo cual es común en la vida, en la política y en toda actividad, y otra no tener capacidad de reacción, carecer de sagacidad, ser víctima de los nervios. La imagen de un Peña balbuceante, inseguro, sudando la gota fría, como lo vimos en la FIL, no encarna, ni de lejos, el tipo de persona que se requiere al frente de un país agobiado por una infinidad de problemas. He ahí, pues, el verdadero valor de lo que le ocurrió a Peña Nieto en Guadalajara: mostró que, efectivamente, su fuerte no es la confrontación abierta de ideas y que no sabe qué hacer, cómo actuar, cuando el libreto no es seguido al pie de la letra, cuando tiene que improvisar y resolver problemas "en caliente".

¿Y así quiere que se le crea que puede ser un buen Presidente?

Lo más grave para Peña no es, sin embargo, lo apuntado sino que, a los ojos de los otros partidos, ya está claro qué hay que hacer para socavarlo: cuestionarlo en todo momento y sobre todo tema. Obvio es que esto iba a ocurrir de todos modos, pues así son las campañas, pero el punto es que Peña Nieto mostró de qué pie cojea, cuál es su punto débil. Es evidente que, a partir de ahora, sus contrincantes no le van a dar respiro alguno.

En todo esto hay algo paradójico: nadie había logrado mermar a Peña. Ni sus vínculos con Montiel ni el caso Paulette ni las múltiples críticas que ha recibido porque su señora esposa es una actriz de telenovelas, etcétera, lograron que su imagen se viera dañada. Tuvo que ser él mismo quien se encargara de provocar su primer tropezón serio: autogol en todo su esplendor. Por si fuera poco, dicho autogol cayó cuando el juego apenas comienza. Así, el PRI, Peña mismo, sus asesores y sus seguidores, tienen que estar preocupados: 20 puntos de ventaja parecen muchos, de hecho lo son, pero, dado lo ocurrido en Guadalajara y eso que ello implica, así como el hecho de que las campañas todavía no están en su apogeo, esos 20 puntos comienzan a lucir como insuficientes. Se viene, entonces, lo bueno: reacomode usted sus apuestas, amigo lector.

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