Václav Havel y la revolución de la verdad
Por Xavier Reyes Matheus
En el último libro publicado de Václav Havel, Sea breve, por favor (1),
el dramaturgo y ex presidente checo, entrevistado por Karel Hvízďala,
resumía así lo extraordinario de su vida: “A veces también soy
consciente de lo absolutamente increíble en mi destino. Y hasta dejo de
entender mi vida, incluso me imagino como una especie de pequeño error
de la historia. ¿Cómo pudo pasar que yo –precisamente yo– me encontrara
en el epicentro de unos acontecimientos tan importantes que marcarían el
futuro de muchas naciones y millones de personas? A veces pienso que
estoy soñando mi vida y que en un momento dado me despertaré de todo
esto”.
Este destino excepcional está ligado,
para la historia, a la lucha épica por descorrer el Telón de Acero y por
abrir Europa del Este a la democracia. La carrera que comenzó con la
Primavera de Praga de 1968, y que incluyó la Carta 77, la Revolución de
Terciopelo y 13 años en la presidencia –primero de Checoslovaquia y
luego de la República Checa–, tiene un lugar asegurado en la crónica del
siglo XXI.
A pesar de la enfermedad, su brega de siempre siguió empeñada en los últimos rescoldos que quedaban de aquel mundo que combatió: en 2003 el ya ex presidente suscribió junto a sus homólogos Lech Wałęsa y Árpád Gönz una declaración a favor de la democratización de Cuba (cfr. Aceprensa, 24-09-2003) en la que criticaba, además, la tendencia europea a “tolerar el mal, incluso las dictaduras, si caen en la zona de sus intereses”. Con ocasión del 60 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos (ver Aceprensa, 10-12-2008), un grupo de intelectuales chinos quiso rendir homenaje a la Carta 77 con un manifiesto en el que proponen varias reformas políticas para asegurar el respeto a las libertades en el país asiático. Lo titularon, naturalmente, Carta 08 (ver Aceprensa, 15-12-2008).
Los desafíos del postotalitarismo
Pero la singular gesta de Havel, aunque coronada por éxitos notables, no es tan literaria que pueda cifrarse en un ingenuo happy end. Tras la lidia del gran monstruo, el tiempo que Havel llama “postotalitario” no ha constituido el fin de la historia.
Pero la singular gesta de Havel, aunque coronada por éxitos notables, no es tan literaria que pueda cifrarse en un ingenuo happy end. Tras la lidia del gran monstruo, el tiempo que Havel llama “postotalitario” no ha constituido el fin de la historia.
El uso de la libertad no es así, para el
premio Príncipe de Asturias de 1997, mera cuestión de dispositivos
políticos. En una entrevista a Adam Michnik, Havel recalcaba la
necesidad de no abolir una utopía con otra nueva: “Existía la
certidumbre de que el derrocamiento del Poder malo equivalía a la
aparición automática de un Poder bueno. No comprendíamos que los
responsables de cómo es el poder son aquellos que han elegido”.
El frenesí postrevolucionario podía
entrañar peligros no demasiado lejanos a los que traen las mismas
revoluciones: en uno y otro caso el ansia de acceder a las cúpulas del
mando constituye la peor amenaza contra los principios que, se supone,
guían el proceso. “Sin un marco judicial eficaz, se implantó una rápida y
masiva privatización en la cual participó y sigue participando de modo
significativo la antigua nomenclatura y las empresas comunistas de la
época anterior –explicaba el autor de Largo desolato–.
Ellos poseían las informaciones y los contactos necesarios para
convertirse en el núcleo de la nueva clase empresarial. Esta clase
tiende ahora a unir el poder económico con el político y el mediático,
creando lo que suelo llamar capitalismo mafioso o democracia mafiosa.
Cada uno a su manera, todos los países postcomunistas padecen este mal”.
Frente a las “grandes tentaciones” que
genera el proceso privatizador, el éxito de la transición no requiere
sólo de instituciones jurídicas capaces de regularlo, sino de una
integridad moral que hay que reconstruir: “Uno de los peores legados del
sistema comunista es la falta de moral. La amoralidad propia de aquel
régimen surgió con toda su fuerza cuando comenzó dicho proceso de
privatización, y de ahí vienen las conductas mafiosas en general”.
Aquí tienen los líderes un papel clave
que desempeñar, pues, según Havel, el verdadero arte de la política es
el de saber captar la opinión de la gente cuando se trata de alguna
medida beneficiosa, por más desagradable que ésta pueda resultar para
los intereses inmediatos.
Vivir en la verdad
Pero ¿cómo puede lograrse esto sin recurrir a lo que Hável llamaba, citando a Popper, la “ingeniería holística social”? Para el ex presidente checo no es, en efecto, una tarea que pueda ser confiada al mero liderazgo, o a la transformación que se derive de los nuevos medios y formas de vida. Hace falta una mirada introspectiva:
Pero ¿cómo puede lograrse esto sin recurrir a lo que Hável llamaba, citando a Popper, la “ingeniería holística social”? Para el ex presidente checo no es, en efecto, una tarea que pueda ser confiada al mero liderazgo, o a la transformación que se derive de los nuevos medios y formas de vida. Hace falta una mirada introspectiva:
“¿Qué podría cambiar las tendencias de
la civilización de hoy? Mi convicción más profunda es que la única
opción reside en un cambio en la esfera del espíritu, en la esfera de la
conciencia humana, en la actitud actual del hombre hacia el mundo y su
comprensión de sí mismo y de su lugar en el orden general de la
existencia. El invento de nuevas máquinas, nuevas regulaciones, nuevas
instituciones no será suficiente. Cada vez que encuentro un profundo
problema de la civilización en cualquier lugar del mundo –ya sea la tala
de bosques, la intolerancia étnica o religiosa, la destrucción brutal
de paisajes y lugares culturales creados a lo largo de centurias– al
final de la cadena de causas siempre encuentro una causa única: la
incapacidad para rendir cuentas al mundo y la falta de responsabilidad
hacia a él”.
Havel no veía más remedio, para obrar esa “revolución de la conciencia”, que proponerse “vivir en la verdad”. De ahí su prevención contra los pantanos del relativismo, tan bien plasmada en El memorando, una de sus piezas más conocidas (en la que los burócratas imponen un artificial “lenguaje de la eficacia”, el Ptydepe, que en realidad no hace sino obstaculizar la comunicación). Havel advierte que el camino del fin puede tenerse siempre por inaugurado con “la primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad cometida en nombre de la moral”.
Havel no veía más remedio, para obrar esa “revolución de la conciencia”, que proponerse “vivir en la verdad”. De ahí su prevención contra los pantanos del relativismo, tan bien plasmada en El memorando, una de sus piezas más conocidas (en la que los burócratas imponen un artificial “lenguaje de la eficacia”, el Ptydepe, que en realidad no hace sino obstaculizar la comunicación). Havel advierte que el camino del fin puede tenerse siempre por inaugurado con “la primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad cometida en nombre de la moral”.
En unas declaraciones hechas en 1987 para el suplemento literario de Times,
Havel lamentaba sin embargo que, ante su afirmación de cuán necesario
era “vivir en la verdad”, le replicaran con “preguntas que me dan a
entender que esta idea les resulta algo afectada, moralista y pasada de
moda, como si el énfasis en la verdad tuviese un tufillo a púlpito. Lo
que no aciertan a comprender es que nuestro sistema de información ha
sido controlado durante décadas, al punto de que las mentes de las
personas han resultado también manipuladas (…). Es como si el sistema
totalitario hubiera maniobrado para crear su propio ‘pueblo
totalitario’, gente que no ha tenido nunca oportunidad de compartir dos o
más puntos de vista, y que en consecuencia ha sido procesada y maleada
gradualmente para adaptarse a la interpretación oficial de la realidad
dada por el gobierno (…) Bajo estas condiciones, hacer valer la verdad,
actuar de manera auténtica saliendo de la omnicomprensiva red de
mentiras –y a pesar de lo que sea, incluyendo el riesgo de verse opuesto
al mundo entero– es un acto de extraordinaria importancia política”.
Volver a los fundamentos espirituales
En su discurso de investidura como doctor Honoris causa por la Universidad de Harvard en 1995, Havel advertía:
En su discurso de investidura como doctor Honoris causa por la Universidad de Harvard en 1995, Havel advertía:
“Lo que está en juego implica mucho más
que una simple resistencia ante los que querrían una vez más dividir el
mundo en esferas de intereses, o subyugar a los que son diferentes y más
débiles. Lo que está ahora en juego es la salvación del género humano.
Se trata, en otras palabras, de comprender la civilización moderna como
una civilización multicultural y multipolar, de volver nuestra atención
hacia las fuentes espirituales de donde brotó la cultura humana y, sobre
todo, nuestra propia cultura, de modo que podamos extraer de estas
fuentes la fuerza para crear con valentía y magnanimidad un nuevo orden
mundial”.
Por eso los recursos del capitalismo o
de la democracia no pueden ser sin más, inercialmente, los constructores
de una nueva civilización: respecto del primero, porque “la creación de
la riqueza ha dejado de corresponderse con la creación de valores
reales y significativos”, y, de la segunda, porque “el viraje hacia el
individuo concreto es un acto fundamentalmente más profundo que
cualquier otro retorno a los mecanismos habituales de la democracia
occidental o, si se quiere, burguesa”.
Reducida a su dimensión tecnológica,
esta civilización del siglo XXI tiene para Havel dos señas de identidad
en las que arraigan muchas de sus contradicciones intrínsecas, pues es
“la primera civilización atea de la historia de la Humanidad, y,
simultáneamente, la primera civilización que abarca a todo el planeta”.
La paradoja de esta condición centró el discurso del líder checo ante el
Forum 2000, cuando lanzó una pregunta que no sólo buscaba, desde luego,
ser retórica: “La entera naturaleza de la civilización actual –con su
cortedad de vista, con su énfasis orgulloso sobre el individuo como la
coronación y el amo de toda la creación–, ¿podría ser otra cosa que la
manifestación natural de un fenómeno que, en términos simples, equivale a
la pérdida de Dios?”.
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